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PARA NIÑOS

LA ESTRELLA AZUL

Del número de diciembre de 2004 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los tres niños se dirigían sigilosamente en la oscuridad de la noche hacia las afueras del lugar. Sus pequeñas siluetas se recortaban nítidamente sobre el perfil de la ciudad dormida. Una enorme estrella, aparecida recientemente, alargaba sus sombras deslizándolas sobre el suelo rocoso.

— No recuerdo haberla visto antes — susurró Josué. — Su luz es mucho más poderosa que la de las demás — contestó Abdías, deteniéndose un momento a admirarla.

Unos días antes, los tres habían oído una conversación entre sus padres y unos pastores que atestiguaban haberla visto surgir de la nada, inmensa y esplendorosa como la luz de la mañana, según sus propias palabras.

"Aún puedo experimentar el miedo que sentí al verla. Se me paralizaron las piernas y caí de rodillas ante ella. Luego, sentí, más que oí, unas palabras prometiendo la paz que tanto anhelamos en esta tierra. Todo mi temor desapareció instantáneamente".

Los tres niños habían visto las caras de desconfianza de sus padres mientras escuchaban a los pastores y sospecharon que no les habían creído. Pero algo en la expresión de esos rostros, en la convicción con que relataron su historia, llegó al corazón de los pequeños. Fue por esa razón que decidieron ir hasta el lugar donde, según habían escuchado, la estrella aparecía cada noche. Planearon cuidadosamente su viaje hasta allí: el momento adecuado, los abrigos para protegerse del frío nocturno, y hasta algunas provisiones en el caso de que la aventura durara más de lo previsto.

La noche fijada para la empresa era tan quieta y transparente como un cristal. La pálida luz de las estrellas y de la luna recién nacida iluminó el sendero hasta que, al llegar al sitio descrito por los pastores, el lugar exacto donde afirmaban haber visto la estrella, ésta surgió espléndida, envuelta en su luz azulina, opa cando a los demás astros.

Los tres niños, asombrados ante la súbita presencia estelar, se detuvieron un instante a admirarla, luego emprendieron la marcha impulsados por su luminosidad que parecía guiarlos hasta un lugar determinado.

Allí, en una de las cuevas donde los pastores guardan sus rebaños del frío nocturno, una familia, compuesta por una mujer, un hombre y un bebé, formaban un cuadro difícil de olvidar. No era nada concreto o visible a los ajos, quizá fuera la paz que irradiaban, la felicidad en sus rostros, o la mansedumbre del niño recién nacido, lo que daba al entorno la sensación de algo único e irrepetible. Sobre el lugar, la estrella azul irradiaba con mayor fuerza que antes. Los tres pequeños, sin saber por qué, se inclinaron a una, respetuosamente, luego, contemplaron al niño, apenas un montoncito envuelto en pañales sobre el heno fresco del pesebre.

Al retornar al hogar los tres callaban. Sólo el ruido de sus pasos rompía el silencio de una noche única. Mañana, ya se encargarían de relatar a sus padres acerca de la aventura vivida, y de la extraña luz de la estrella que los había atraído hasta donde estaba el niño. Muy dentro de sus corazones, resonaban las palabras: "En la tierra paz, buena voluntad para con los hombres".

La historia que se relata aquí, pertenece exclusivamente a la imaginación de la autora, aunque ciertamente algo semejante podría haber ocurrido. El mensaje que ese niño, nacido en Belén hace más de dos mil años, una vez hombre tracería a la humanidad, aún está vigente y sus enseñanzas acerca de Dios como Amor infinito y compasivo, nos permiten esperar y alcanzar un reino de armonía, paz y buena voluntad para todos, incluso en el tiempo presente. En una de sus obras, la fundadora de esta publicación, Mary Baker Eddy, dice en parte: "La estrella que con tanto amor brilló sobre el pesebre de nuestro Señor, imparte su luz resplandeciente en esta hora: la luz de la Verdad, que alegra, guía y bendice al hombre en su esfuerzo por comprender la idea naciente de la perfección divina que alborea sobre la imperfección humana".

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