"Porque un niño nos es nacido.. . y se llamará... Príncipe de paz". (Isaías 9:6) Los hebreos, cansados de la opresión romana, esperaban la llegada del Mesías para liberarse. Ellos querían que fuera un hombre fuerte y guerrero, y en lugar de eso nace un niño en un humilde pesebre, que crece para hablar de amor, arrepentimiento, curación, esperanza; que habla del derecho que todos tenemos de vivir en paz, y que no vino dispuesto a derrotar a los opresores con filosas armas de hierro, sino con amor. Para muchos éste no era el líder que esperaban. No obstante, Jesús les dio exactamente las armas que necesitaban para vencer la opresión, sólo que eran armas espirituales no materiales. Como dijo Pablo: "...las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios". (2 Corintios 10:4, 5)
Busquemos a Dios y encontraremos la paz que tanto anhelamos.
Estas armas hablan de una fe absoluta en Dios y de la tenacidad de esforzarse por reemplazar todo pensamiento que entraña algo malo por uno bueno. A mí me ha dado resultado preguntarme ¿qué piensa Dios al respecto? Cuando hablo de pensamiento malo no me refiero sólo a lo que tengo en mi pensar, sino a las cosas que escucho a mi alrededor, ya sea la televisión, la radio, aun los comentarios de otras personas. Siento que debo mantenerme firme y no permitir que ningún concepto de odio, enfermedades, envidia, venganza, limitación, entre en mi pensamiento.
Hace años comprobé que esta actitud da sus frutos. Mi suegro nos llamó a fines de noviembre para avisarnos que le harían una operación muy sencilla. Días después, nos enteramos de que se había producido una septicemia y que estaba en estado de coma. Mi suegra nos pidió que oráramos por él. En mi oración me esforcé por comprender que el Principio divino nos gobierna armoniosamente; rechacé toda posibilidad de que un microorganismo pudiera terminar con la vida de mi suegro porque su vida era Dios. Mi esposo se comunicaba con frecuencia con la familia, por lo que nos enteramos de que se había producido una mejoría que los médicos no se podían explicar. Nosotros continuamos orando reconociendo con insistencia el ser espiritual de mi suegro. Un día nos informaron que había salido del coma, y al llegar las navidades estaba en su casa sentado a la mesa celebrando muchos más que el nacimiento de Jesús. La decisión de negarnos a aceptar un cuadro que Dios en ningún momento había planeado para nuestra familia, contribuyó a traer alegría, esperanza y curación.
En este número del Heraldo nos complace publicar varias historias de Navidad de distintas partes del mundo, así como ideas para orar por la paz.
Esperamos que estas páginas lo ayuden a ver el resplandor de esperanza y armonía que el Príncipe de paz nos legó hace más de dos mil años, y que al insistir en el pensamiento de amor y buena voluntad para todos los hombres, nuestras oraciones traigan al mundo la paz que tanto anhela.