En la vida he pasado situaciones por las que siento una inmensa gratitud; momentos difíciles en los que crecí en confianza y fe.
Podría relatar muchas de estas experiencias en que la presencia divina se manifestó con más precisión en mi vida y que guardo como tesoros. Recuerdos de circunstancias que hoy me emocionan y que ayer me hicieron temblar de temor y angustia.
Las enseñanzas de la Christian Science cambiaron mi vida, pero ese cambio no fue mágico; necesité de estudio, disciplina y un constante aprendizaje para poder confiar en las verdades espirituales que iba aprendiendo y sabía que debía practicar si deseaba ver resultados positivos.
Entre esos recuerdos está la curación de uno de nuestros hijos. Sucedió que él estaba realizando ejercicios de karate cuando dio un giro y cayó sobre su pie. Esto le ocasionó un fuerte dolor y de inmediato lo trasladaron a una institución médica donde le tomaron varias radiografías desde diferentes ángulos para confirmar la gravedad del caso. El diagnóstico fue que debía realizarse una intervención quirúrgica y colocarle luego un yeso que debería llevar al menos durante tres meses.
Recuerdo que Marcelo, mi hijo, me pidió por favor que lo sacara de allí y lo llevara a nuestra casa. Él tenía quince años en ese momento así que le pregunté si estaba dispuesto a confiar en lo que estaba aprendiendo acerca de Dios y su relación con Él en la Escuela Dominical, y me respondió que sí. Llamé a mi esposo y le conté la situación por la que estábamos pasando, él me expresó: "Juntos podemos lograrlo y lo vamos a hacer".
Tuve que firmar infinidad de papeles para deslindar al sanatorio de cualquier responsabilidad por lo que pudiera ocurrirle al muchacho al retirarlo de allí. Me dijeron que podía quedar lisiado para toda la vida al faltarle la atención médica que necesitaba. No obstante, después de la tormenta siempre sale el sol para iluminar el camino, y así sucedió en este caso. Lo trajimos a casa y le dijimos: "Debemos orar juntos". Nos referíamos a nuestra familia, compuesta de nosotros, sus padres, y sus tres hermanos. Entonces oramos aferrándonos, entre otros, a un pasaje de Ciencia y Salud por Mary Baker Eddy que dice: "Los accidentes son desconocidos para Dios, o Mente inmortal... Bajo la divina Providencia no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección" (pág. 424). Teníamos que comprender que no podemos tener temor a los accidentes puesto que Dios no los creó
Todos los días nos reuníamos alrededor de Marcelo y estudiábamos juntos la Lección Bíblica de la Christian Science. Así lo hicimos durante veinte días hasta que me dijo: "Mamá, quiero caminar". Se levantó y comenzó a andar paso a paso. Durante esos días no necesitó calmantes porque jamás sintió dolor.
En esa etapa de oración y recuperación de Marcelo, nuestro hijo menor, Gabriel, comenzó a perder visiblemente su cabello, al punto de que cuando lo despertaba en las mañanas, daba vuelta la almohada para que él no viera los mechones que quedaban allí.
Mi pensar era: "Todos sus cabellos están contados por el Padre" (Mateo 10:30). Los hermanos se dieron cuenta porque era un hecho muy notorio, pero los insté a ver a Gabriel tan completo como Dios lo creó. Gracias a nuestra confianza en la Verdad esto también fue superado, su pelo creció con más abundancia que antes, tanto, que sus hermanos cariñosamente le decían "ovejita".
Esto me recuerda lo que dice nuestro libro de texto: "...cuanto más levante su voz la Verdad, tanto más alto gritará el error, hasta que su sonido inarticulado se pierda para siempre en el olvido" (pág. 97).
Comprendi que Dios estaba con la niña dondequiera que estuviera.
En cuanto a Marcelo, como él estaba cursando el quinto año del liceo, fue necesario llamar a un traumatólogo para que le diera un certificado justificando las faltas para que no perdiera el año. Las palabras del médico cuando lo revisó fueron: "Señora, si aquí hubo algo, ahora ya no hay nada". Nos solicitó las fechas de las radiografías para verlas en el sanatorio y luego de hacerlo, extendió el certificado.
Fueron veinte días de una renovada esperanza y confianza en los medios espirituales que nos enseña la Christian Science. Esa fe se basó en el estudio sistemático de las verdades espirituales que enseña esta Ciencia, y en la aplicación de la misma en nuestras vidas.
Montevideo, Uruguay