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Nos vemos

El Cielo no tiene barrotes

Del número de septiembre de 2005 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Vinimos en el campo. La casa está rodeada de naranjos. Cientos de nidos son nuestra principal vecindad. Gozamos del lenguaje directo y simple de la naturaleza. Todo un privilegio.

Un día una amiga nos regaló un pajarito en su bonita jaula. Se llamaba Coco, pero con él nos llegó un pequeño problema.

Nos inquietaba su canto entre barrotes, y por eso decidimos liberarlo.

Le abrimos la trampilla. Retrocedió hasta el fondo de su jaulita. Allí estuvo horas. La puerta permanecía abierta pero no se atrevía a franquearla.

Tuvimos que sacarlo con nuestras propias manos. Lo dejamos en el luminoso patio trasero. El bello cielo invitaba a volar alto, pero Coco buscó el refugio de las rejas de una ventana. Atemorizado, ignoró la estampa de fiesta que componían las flores multicolores de las macetas. Porque para él su cielo consistía en un trocito de azul limitado por rayitas. El latido de su corazoncito parecía reventar el plumaje. Lo devolvimos a la "seguridad" de su encierro. Más tarde lo dejamos en la poblada y alborotada pajarería de una de mis hermanas. Así, al menos, tendría la compañía de otras alas inútiles y sin sentido.

Pienso mucho en Coco mientras escucho a los pájaros en libertad. Ha sido una rica parábola de la loca lógica del miedo. Porque el temor convierte hasta la feliz aventura de unas alas en un pesado adorno sin sentido. Pero el Amor, la única Verdad, nos hace conscientes de nuestra auténtica identidad. Somos los hijos de un Padre-Madre muy generoso. Él nos ha dado la inmensidad de un cielo sin barrotes que sólo se disfruta cuando dejamos el falso sentido de limitación y confiamos en Aquel que nos ha regalado Todo.


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