Este siglo XXI comenzó bastante ajetreado para nuestra familia. Mi hija tenía serios problemas en el colegio y yo no podía ayudarla, porque, debido a mi trabajo viajaba mucho. Luego mi padre nos regaló un dinero con el que compramos un pequeño terreno donde construimos nuestra casa con muchos esfuerzos. Y, además, enfermé nuevamente de hepatitis, y con esta recaída los médicos determinaron que era crónica.
Yo había enfermado de hepatitis cuando estaba en el servicio militar. Pienso que, más que nada, fue por la profunda depresión que sentí al encontrarme sometido a una disciplina que nunca había deseado ni aceptado. Quería tanto ponerme enfermo, que estuve casi todo el tiempo en el hospital. Y así, por desengaños y circunstancias de la vida, también me fui alejando un poco de mi vida espiritual.
Sucedió que hace un par de años, sumado a todos los problemas que enfrentábamos, al hijo de un hermano mío le detectaron un tumor en la cabeza. Al terminar la última operación, salieron los doctores, y con ellos un sacerdote, y yo estaba con la madre esperando que nos dijeran algo. El sacerdote se acercó y nos dijo que solamente Jesucristo podía sanar a mi sobrino. Eso me hizo pensar y desde ese momento, después de muchos años sin hacerlo, empecé a orar.
Me costaba acordarme del Padre Nuestro, pero no dejé de intentar pensar en él a diario. Pronto mi hermano sintió que debía llevarse a su hijo a la casa, donde poquito a poco, fue recuperándose. Eso nos dio un poco más de esperanzas, pues los médicos habían dicho que no tenía más de tres meses de vida. Y hoy en día el niño, está casi perfecto, y todos muy agradecidos a Dios.
Cuando le comenté mis problemas a un amigo, él habló un señor que podría ayudarme a resolverlos. Ese señor era practicista de la Christian Science y me llamó la atención que a partir del primer contacto que tuve con él, empecé a sentirme mejor. Poco a poco experimenté una paz interior que fue como una reconciliación conmigo mismo y con Dios.
El estudio de esta Ciencia no sólo me reunió plenamente con el Padre Nuestro, sino que me ofreció una interpretación espiritual que se aplicaba claramente a mi experiencia, y me daba la esperanza que buscaba. Por ejemplo, Mary Baker Eddy interpreta en Ciencia y Salud la frase, "El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy", diciendo "Danos gracia para hoy; alimenta los afectos hambrientos" (pág. 17). Para mí, se refiere a los hambrientos de curación, de armonía, de paz. Pronto vi que las cosas empezaron a salir mejor.
La lectura de este libro me ha dado mayor fortaleza espiritual y me ha acercado drásticamente más a Dios. Muchas veces, cuando salgo a trabajar temprano por la mañana, tengo el privilegio de poder ver el amanecer sobre el mar. Veo ese sol y la desembocadura del río en el mar y, de repente, me siento uno con ese amanecer; me siento con el Padre, como hijo de Dios que soy.
Un día, cuando volví a ver al médico, éste se quedó muy sorprendido. No comprendía cómo era que había llevado tantos años con esa hepatitis crónica y de repente los valores de los análisis estaban perfectos. La cuestión es que hoy me encuentro muy bien y muy contento.
Tiempo después, a mi padre le detectaron un cáncer y le dijeron que tenía que operarse. Yo me negué a aceptar ese diagnóstico y el mismo día que lo iban a operar llamé a un practicista para que orara por mí. Él simplemente me dijo que me quedara tranquilo porque Dios ya estaba actuando a favor de mi padre. En cuestión de momentos sonó el teléfono y era mi padre que me llamaba para que lo fuera a buscar al hospital porque no se iba a operar. Al tiempo le hicieron otras pruebas y le dijeron que el carcinoma había desaparecido y que no tenía nada. Hoy sigue trabajando con nosotros y está feliz.
Todas esas muestras del poder de Dios y ese cambio en mi pensamiento me ayudaron a enfrentar otro problema que tuve. Mi esposa quedó embarazada después de 19 años de haber tenido el último hijo. Esto no era algo que los demás veían muy bien, dada la edad que tenía, pero para nosotros fue todo lo contrario; pensamos que era una bendición de Dios.
Al poco tiempo nos llamaron del hospital para decirnos que habían detectado en los análisis que el niño tenía unos anticuerpos que mostraban que su sangre era diferente de la de su madre. Por esta razón, tenían que repetir los análisis para evitar la posible pérdida del bebé. Repitieron las pruebas varias veces y cada vez era mayor el número de anticuerpos que encontraban. Entonces nos indicaron que fuésemos a un hospital de Granada donde cada quince días le harían transfusiones al niño.
Después de hablar con mi señora del amor que sentíamos por el bebé, antes de ir al hospital nos comunicamos con el practicista y le contamos lo que ocurría. Él nos animó mucho para que pensáramos que el niño estaba bajo el cuidado de Dios y que, no importaba los exámenes que le hicieran, Dios no iba a dejar de estar con nosotros.
Estas palabras fortalecieron mi convencimiento, y a mi mujer la ayudó muchísimo que se lo dijera también el practicista. Finalmente, cuando terminaron con las pruebas y nos llamaron, uno de los médicos me abrazó y me dijo que nuestro hijo no tenía ningún problema y que tenía el mismo grupo sanguíneo que mi mujer.
Recuerdo que yo había estado leyendo los Salmos, especialmente uno que dice: "Sé para mí una roca de refugio, adonde recurra yo continuamente, tú has dado mandamiento para salvarme, porque tú eres mi roca y mi fortaleza" (Salmo 71). Yo me había aferrado a estas ideas sabiendo que mi hijo era en realidad una idea espiritual de Dios y que no podía perder su perfección. Y así fue.
Realmente pude comprobar en mi vida lo que dice una de las primeras frases que leí en Ciencia y Salud; "¡Oh! Tú has oído mi oración, y ¡me has bendecido! Ésta es Tu sublime promesa: — Tú aquí, y en todas partes" (Dedicatoria de Mary Baker Eddy)
Málaga, España
