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Sana de asma

Del número de septiembre de 2005 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Desde chica había padecido de asma y mi madre me llevaba a cuanto especialista en bronquios le recomendaban. Lo había intentado todo, pero todos esos remedios — inyecciones, vacunas, tratamiento homeopático y nebulizador — sólo me daban un alivio temporario. Cada invierno el problema se repetía.

Con el transcurso de los años mi condición de salud seguía igual. Ya me había casado y tenía tres hijos, y aún no podía tomar frío ni mojarme pues siempre esto era seguido de un ataque de fatiga. Esa situación era parte de mi vida. Además, el agitar del mundo, con sus afanes, temores y preocupaciones, me habían llevado a sentir mucha tristeza.

Tiempo después, conocí el libro Ciencia y Salud, y decidí pedirle a una practicista de la Christian Science que orara por mí. La lectura de este libro me había dado la esperanza de sanar y de vivir en un mundo armonioso.

A medida que comprendía más de mi relación con Dios, pude ir cambiando el enojo, la frustración y el resentimiento, dejando que el Amor divino inundara mi conciencia y se expresara en paciencia, alegría y comprensión, pensamientos que me dieron gozo y libertad.

No recuerdo con exactitud cuándo se produjo la curación, pero hubo un himno de la Christian Science que me brindaba inspiración. El himno dice en parte: "Vida que todo renovó: la tierra, el hombre y su pensar;/ de Tu rocío en el frescor mis pies a Ti dichosos van/ ... El libre paso, el respirar, del horizonte el esplendor;/ la Vida que es inmortal, Vida que todo renovó" (N° 218).

El estudio de esta Ciencia ha traído muchas bendiciones a nuestra familia, no sólo en curaciones físicas, sino también nos ha protegido al enfrentar otros desafíos.

En una oportunidad, estuve orando en la mañana por la armonía y protección de mi hogar. Esa noche festejábamos un cumpleaños, y muchos familiares vendrían a casa. Mis dos hijos adolescentes, con dos primos de su misma edad, decidieron ir con un auto Fiat 600, que es bastante pequeño, a la casa de uno de ellos. Los cuatro jovencitos tomaron la ruta y quien conducía el vehículo tomó una curva a tanta velocidad que lo hizo volcar. Con dificultad pudieron abrir la puerta del auto y salir los cuatro ilesos.

Cuando regresaron a casa noté la campera sucia de mi hijo mayor. Le pregunté por qué se había manchado y me dijo muy discretamente que después me contaba. Luego nos relató lo sucedido, pero mi esposo y yo no podíamos creer que el auto hubiera volcado. Esa noche nos fuimos a dormir sin muchos comentarios y al día siguiente por la mañana fuimos al lugar del accidente. Y efectivamente, ¡estaba allí el auto con las ruedas para arriba!

El auto había quedado con las ruedas para arriba.

Cuando fuimos a la casa de mi familiar (el padre del joven, dueño del auto), quien ya había visto cómo había quedado el vehículo, coincidimos en que habían estado divinamente protegidos porque los cuatro estaban en perfectas condiciones.

"Con sus plumas te cubrirá y debajo de tus alas estarás seguro" dice el Salmo 91, y pienso que aun cuando ya pasó bastante tiempo de esto y mis dos hijos varones ya no viven conmigo, Dios los cuida, protege y los guía siempre dondequiera que se encuentren.


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