Hace algún tiempo, la palma de mi mano derecha, fue invadida por hongos de un aspecto muy agresivo. Para evitar que los demás los vean y no me impidieran manejar el auto y ayudar en los quehaceres de la casa, puse un vendaje alrededor de la palma. Sabía que no debía orar para que los hongos desaparecieran, sino para cambiar mi manera de pensar.
Ciencia y Salud enseña de muchas maneras que: "Le causa primordial y base de toda enfermedad es el temor, la ignorancia o el pecado". Empecé a estar más atenta a mi estado mental y a mis sentimientos más íntimos. Me di cuenta de que cuando mis hijos se ponían rebeldes, yo reaccionaba ante actitudes o expresiones injustas, en lugar de corregir con la verdad que el hombre es el hijo del Creador.
Esa actitud me perturbaba porque, aunque deseaba sanar esas situaciones, no lo lograba, pues no las corregía en lo más íntimo de mi ser. Pero como Dios es como el sol que penetra e ilumina con sus rayos hasta las partes más oscuras y profundas, esperaba confiada que Su luz también iluminara esos estados mentales, y la oscuridad cediera a la influencia de Su carácter divino.
Oraba sin cesar y estaba atenta a las verdades que Ciencia y Salud me revelaba. Una frase me impactó enormemente: "El orgullo y el temor son inadecuados para llevar el estandarte de la Verdad, y Dios jamás lo pondrá en tales manos" (pág. 31).
Cuando uno sostiene el "estandarte de la Verdad", no lo hace por voluntad humana. Sostenerlo significa que uno está aprobado por Dios, por las actitudes semejantes al Cristo, la Verdad, que manifiesta.
Deseaba profundamente que Dios el Padre me considerara aprobada, por lo tanto adecuada, para llevar ese estandarte. Por algunos días esta idea ocupó mi pensamiento, y me di cuenta de que naturalmente se dirigía hacia el ejemplo de la vida de Cristo Jesús, de sus enseñanzas y de sus palabras: "El reino de Dios dentro de vosotros está" (Lucas 17:21, Versión Moderna).
Eso me ayudó a estar más alerta para ceder mi yo personal y mis temores ante la Verdad, ante la presencia viviente de Dios manifestada en Su Hijo. Esto anuló la pretensión del mal — de lo que no es verídico— porque no proviene de la naturaleza de Dios, el Alma. Poco después, los hongos desaparecieron por completo.
Reconozco que en el tiempo que transcurrió entre la curación de los hongos y el día de hoy en que escribo este testimonio con mucha gratitud, aprendí que Dios pone el "estandarte de la Verdad" en nuestras manos, cuando el reino de Dios se establece en nuestra conciencia. Sólo entonces podemos reconocer que nuestro verdadero ser es el reflejo del Alma. El sentido personal y material cede así al reino de Dios que está siempre presente, y como consecuencia se manifiesta la curación.
Caracas, Venezuela
