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Grave corte sana sin dejar rastro

Del número de enero de 2006 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Era un día de verano perfecto. Yo había salido a dar una vuelta en bicicleta por la isla Martha's Vineyard donde me encontraba veraneando y solo faltaban unos minutos para llegar de regreso a la casa de los amigos con quienes me estaba hospedando. Ensimismada en mis pensamientos, pasé por una zona boscosa, lista para subir el último tramo. De pronto, por el rabillo del ojo vi un auto que avanzaba hacia el camino de las bicicletas y la carretera principal. Me di cuenta de que el arbusto grande que estaba justo delante le impediría al conductor verme, así que frené para evitar la colisión.

A continuación me encontré boca abajo en el suelo. Cuando caí, levanté la cabeza y de inmediato empecé a decir la declaración científica del ser de Ciencia y Salud (pág. 468). Aunque estaba consciente de la sangre que fluía a borbotones sobre mi cara, no sentí ningún dolor ni temor. Lo único que quería era repetir, una y otra vez, las palabras "No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia...", que mi madre me había enseñado de niña.

Después que llegó la ambulancia, extendí mi mano para tocar a la paramédica que estaba a mi lado y parecía muy ansiosa, y le insistí que se calmara diciéndole: "Tranquila, estoy bien". Tuve el impulso de ponerme de pie, pero la tensión en la voz iba en aumento, diciéndome que estaba perdiendo mucha sangre debido a una laceración que tenía debajo de la ceja.

Durante todo ese tiempo continué orando, deseando que todos callaran; lo único que quería era poder orar en paz. Me preocupaba la bicicleta que era prestada, y quería que alguien se comunicara con mi amiga.

Cuando llegamos al hospital les pedí que la llamaran y se comunicaran con una practicista de la Christian Science para que orara por mí.

Me atendió un médico joven quien me dijo que debido a la profundidad y tamaño de la herida él tendría que darme unas puntadas porque no había un cirujano plástico disponible. Yo me negué, le pedí que limpiara la herida, la uniera con una venda de mariposa (¿qué sabía yo acerca de las vendas de mariposa?, pero di mis órdenes con confianza), le pusiera un vendaje y me diera el alta.

Para entonces, yo ya había hablado con la practicista quien me recordó que en la creación de Dios no hay accidentes. Me recomendó que mantuviera los mismos pensamientos sanadores y positivos que habían permitido la perfecta curación de mi hijo Joaquín, cuando tenía nueve años, y había estado en un serio accidente de bicicleta, para el que habría sido necesario efectuar una importante cirugía del cerebro.

Cuando mi amiga me llevó a su casa descansé un rato, y luego fuimos a cenar y al cine. Sabía, sin ninguna duda, que Dios era mi médico y cirujano, por lo que la incisión se sanaría perfectamente y toda coloración o cicatriz desaparecería muy pronto. A la mañana siguiente, a pesar de las magulladuras que tenía, me sentía muy bien.

En esas horas después del accidente, acostada en el sillón, me había rodeado una ola de luz y amor, y comprendí que mi naturaleza era perfecta. Cuando hablé con la practicista me sentía feliz y muy agradecida. Encontré un pasaje en Ciencia y Salud que me ayudó: "Ni la edad ni los accidentes pueden perjudicar a los sentidos del Alma, y no existen otros sentidos que sean verdaderos" (pág. 214). A mí me encantaba esta frase por su profundo sentido metafísico.

Cuando regresé a trabajar el miércoles, mi cara parecía que había chocado contra un camión, pero no sentía ningún dolor en la cara ni en la cabeza. No traté de ocultar los moretones, sino que decidí ir sin maquillaje para acelerar la curación. Sin embargo, comencé a sentir un dolor muy fuerte en el pecho donde al caer me había golpeado al chocar contra el manubrio. Cualquier movimiento que hacía me producía un dolor terrible, pero continué trabajando. Cuando regresé a casa esa noche me sentía molesta. "¿Cómo es posible?" me pregunté. "Sané de una herida en la cabeza potencialmente seria, sin tener ningún dolor, ¿y ahora esto? No puede ser. O soy material o soy espiritual". De pronto sentí un ruido en las costillas y se me ocurrió que podían estar dislocadas, o tener heridas internas. Entonces pensé otra vez, "¿Cómo puede ser? Yo ya he sido sanada".

Aquella noche cuando me acosté leí de Ciencia y Salud. Cuando me desperté a media noche, el dolor se había reducido a la mitad. A la mañana siguiente, cuando me levanté, había desaparecido por completo Me sentí muy agradecida. Cuando el temor trató de invadir mi pensamiento, me negué a aceptarlo. Me dije: "No voy a aceptar nada que no sea la salud".

Comprendí que debía verme a mí misma libre de dolor, sana, completa y perfecta. Esta experiencia me enseñó la importancia de corregir mi pensamiento.

El examen y la radiografía que había solicitado por el dolor que tenía, no mostraron ninguna quebradura ni dislocación. Estaba totalmente recuperada.

En pocas semanas, el corte sanó perfectamente. No hubo necesidad de cirugía, y todos los moretones desaparecieron por completo sin dejar rastro.

Cuando el temor trató de invadir mi pensamiento, me negué a aceptarlo.

Las personas que presenciaron el incidente, dijeron que salí volando por encima de la parte delantera del automóvil y caí con todas las fuerzas sobre mi cara en el camino para bicicletas, a varios metros del lugar donde apliqué los frenos. El hecho de haber comenzado a orar de inmediato al empezar a caer fue mi gran protección, pues no llevaba puesto un casco.

Estoy muy agradecida a la Christian Science por esta curación espiritual, y por la comprensión que obtuve como consecuencia de esta experiencia.


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