Era un día de verano perfecto. Yo había salido a dar una vuelta en bicicleta por la isla Martha's Vineyard donde me encontraba veraneando y solo faltaban unos minutos para llegar de regreso a la casa de los amigos con quienes me estaba hospedando. Ensimismada en mis pensamientos, pasé por una zona boscosa, lista para subir el último tramo. De pronto, por el rabillo del ojo vi un auto que avanzaba hacia el camino de las bicicletas y la carretera principal. Me di cuenta de que el arbusto grande que estaba justo delante le impediría al conductor verme, así que frené para evitar la colisión.
A continuación me encontré boca abajo en el suelo. Cuando caí, levanté la cabeza y de inmediato empecé a decir la declaración científica del ser de Ciencia y Salud (pág. 468). Aunque estaba consciente de la sangre que fluía a borbotones sobre mi cara, no sentí ningún dolor ni temor. Lo único que quería era repetir, una y otra vez, las palabras "No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia...", que mi madre me había enseñado de niña.
Después que llegó la ambulancia, extendí mi mano para tocar a la paramédica que estaba a mi lado y parecía muy ansiosa, y le insistí que se calmara diciéndole: "Tranquila, estoy bien". Tuve el impulso de ponerme de pie, pero la tensión en la voz iba en aumento, diciéndome que estaba perdiendo mucha sangre debido a una laceración que tenía debajo de la ceja.
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