En una oportunidad, alguien me comentó acerca de una conversación que había escuchado. El dueño de un negocio de venta de quesos y fiambres le contaba a un amigo que había venido el inspector de sanidad quien le indicó que algunos de los quesos tipo Brie — que vienen cubiertos con una corteza de polvo blanco— no estaban en buen estado y que debía sacarlos de la venta de inmediato y desecharlos. El inspector regresaría en una semana para determinar si le renovaba la licencia para vender o le cerraba el negocio, además de aplicarle una multa. El comerciante entonces jactándose le contó a su amigo que había retocado el polvo blanco que cubría los quesos en mal estado para que se vieran bien y que había pasado sin problema la inspección.
Hoy en día se habla mucho de la falta de honradez. Los medios de comunicación denuncian su práctica en todos los aspectos de la vida y, como podemos comprobar con el pequeño ejemplo citado, no hay nivel social que se salve de este flagelo.
En otras ocasiones, incluso puede que uno mismo se encuentre en una situación donde la propia integridad moral sea cuestionada y nos duele que duden de nosotros o nos acusen injustamente. Entonces nos esforzamos por demostrar que quienes nos condenan están equivocados.
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