En mi país, España, bajo la dictadura era arriesgado olvidarse en casa el carné de identidad. Significaba exponerse a ser retenido por la policía hasta demostrar quién se era en realidad. Siempre recuerdo a mi abuela preguntándome cada vez que salía de casa si llevaba la “documentación”. La distracción podía acarrear molestias. Olvidarse de la identidad nunca es bueno para nadie. Hace un par de otoños lo pude comprobar.
Vivo en las afueras de Málaga, y tengo mi despacho en un campito rodeado de cítricos. Con frecuencia salgo a meditar o a orar al camino, siempre cubierto de gorriones y jilgueros. Mi paseo se inaugura siempre con el vuelo alborotado de los pajaritos que se refugian en los naranjos. Pero una tarde no fue así. Salí al porche como de costumbre y noté algo diferente. ¿Qué era? Tardé unos minutos en descubrirlo. La espantada hacia los ramajes protectores no se había producido. Mis alados y precavidos vecinitos no estaban. Bueno sí, quedaba uno, inmóvil como una estatua frente a un palito clavado en tierra. Fijé la vista y comprobé que el “palito” era una culebra.
Entonces comprendí la extraña soledad del paseo. Di una sonora palmada para espantar y salvar al rezagado, pero fue inútil. El reptil fue de los dos el único que reaccionó. Atrapó al aterrado con vertiginosa rapidez, y desapareció entre las hierbas. Este hecho me impresionó tanto que ocupó toda mi reflexión vespertina. El pajarito paralizado de pánico era un elocuente ejemplo del efecto de la hipnosis.
Pero, ¿por qué había ocurrido aquello? Simplemente porque la “víctima” había olvidado que tenía alas. De tanto mirar a la culebra dejó de saber quién era. ¡Había perdido de vista su identidad!
Esto hace que muchos tal vez nos preguntemos, ¿quiénes somos en realidad? El libro Ciencia y Salud nos recuerda que las Escrituras informan que todo hombre está “hecho a imagen y semejanza de Dios”, Ciencia y Salud, pág. 475. y por tanto es “espiritual y perfecto’. Todos somos “idea, la imagen, del Amor”. En ese párrafo tenemos un breve resumen de nuestro verdadero pasaporte o carné de identidad. El hombre verdadero es espiritual, perfecto, el conjunto de todas las ideas correctas, eterno, señor del universo, incapaz de pecar, enfermar y morir, irremediablemente santo y poseedor ya del reino, de la felicidad.
Si encaramos el día, o cualquier situación, con esa identidad asumida, apoyándonos sólo en cómo nos ve Dios, “el día de hoy [estará] lleno de bendiciones”. ibíd., pág. vii. Por el contrario, si nos despojamos de las alas, de la espiritualidad, y permanecemos en la miope y corta atmósfera del temor, seremos presa fácil de cualquier promesa engañosa, enfermedad o conflicto.
Pero hay más. Ciencia y Salud añade que “lo que bendice a uno bendice a todos”. ibíd., pág. 206. Cuando me conozco en profundidad, también conozco mejor a los demás y puedo como Jesús, sanarlos de sus engaños. “En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esa manera correcta de ver al hombre sanaba a los enfermos”. ibíd, pág. 477. Conocer quién soy me posibilita amar de verdad, bendecir a todo aquel con quien me encuentro hoy. ¡Eso es vivir! Ser consciente de mi identidad, tal como me enseña la Christian Science, me convierte en fiel réplica del Buen Samaritano que nuestro mundo necesita.
El pasado 6 de diciembre celebramos en España los 27 años de nuestra actual Constitución democrática, y ya nadie teme ser detenido por no llevar su documento nacional de identidad. Sin embargo, sigue siendo muy importante comenzar nuestra actividad diaria recordando quiénes somos. Aquí o en cualquier parte del mundo, hay que salir a la calle “con la identidad puesta”. De ello depende que hoy sea un día lleno de bendiciones para mí y para todos.