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¿Quién tiene que cambiar?

Del número de marzo de 2006 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Aveces es difícil determinar qué ocurre en una relación para que ambos cónyuges lleguen a la conclusión de que están cansados y aburridos el uno del otro. Puede que la rutina y los desafíos lleven a que la relación se deteriore y surjan problemas.

Esto es justamente lo que nos ocurrió a mi esposo y a mí, tras casi 20 años de matrimonio y la crianza de cuatro hijos, ahora adolescentes.

La separación estaba fuera de toda consideración. Siempre he tenido la convicción de que el matrimonio es uno solo. Nunca había querido pensar en separarme o en divorciarme. Me acordaba mucho de la cita de la Biblia que dice: “Lo que Dios juntó, no lo separe el hombre”. Mateo 19:6.

No obstante, llegó un punto en que la convivencia se hizo tan difícil que me di cuenta de que lo único que me ayudaría sería la oración. De modo que dejé de “tratar humanamente” de solucionar el problema y me puse a orar cada vez que podía, esforzándome sobre todo por escuchar la voz de Dios, segura de que Él nos mostraría el camino. Sabía que nuestro Padre-Madre amoroso nunca quiere que vivamos en una situación que no es buena para nosotros, sino que Su deseo es que seamos felices. Así que de algún modo tenía que ver la luz que nos guiaría a tener una mejor relación y recuperar esa felicidad aparentemente perdida.

En su libro Ciencia y Salud, Mary Baker Eddy dedica todo un capítulo al matrimonio, de manera que volví a leerlo con dedicación. Ella escribe: “La unión de las cualidades masculinas y femeninas constituye la entidad completa. La mente masculina logra un tono más elevado por medio de ciertos elementos de la femenina, mientras que la mente femenina gana valor y fuerza por medio de cualidades masculinas. Esos diferentes elementos se unen de manera natural los unos con los otros, y su armonía verdadera está en la unidad espiritual”. Ciencia y Salud, pág. 57. Luego agrega: “Son necesarios gustos, móviles y aspiraciones afines para la formación de un compañerismo feliz y permanente. Lo bello en el carácter es también lo bueno, uniendo indisolublemente los lazos del afecto”. ibíd., pág. 60.

Por ese entonces, llegó a mis manos un maravilloso artículo titulado “Despréndase de su carga” por Corine Teeter, (El Heraldo de la Christian Science, Vol. 32, N° 2, Pág. 58), que junto con el estudio diario de la Lección Bíblica me sostuvo y dio la victoria.

Estas lecturas me hicieron pensar en la afinidad que nos había llevado al matrimonio hacía tantos años, y cuando comprendí lo que significaba se produjo un cambio, pero no necesariamente en mi esposo como yo había pensado, sino en mi propio pensamiento. Empecé a ver que así mi esposo hiciera lo que hiciera o creyera lo que creyera, lo más importante era lo que yo iba a escoger. Entonces me vino muy claro que Dios sería lo primero en mi vida, como dice el primer Mandamiento, “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Éxodo 20:3. Recordé que la Biblia nos dice que debemos trabajar para “nuestra propia salvación”, entonces dejé de preocuparme si él estaba orando por la situación o no, o si quería obedecer a Dios o no.

Al orar yo decía “Dios mío, cuidar de él no es mi trabajo, es Tu trabajo. Yo me voy a dedicar a cumplir con mi deber, o sea, mi propia salvación”. Decidí esforzarme por hacer la voluntad de Dios y concentrarme en la manera en que yo estaba respondiendo a las situaciones diarias. Y esto me guió a hacer muchas cosas muy buenas para toda la familia. Porque claro al centrarme en Dios y tratar de escucharlo a Él, obtuve respuestas a varias cosas que necesitaban cambiar. Por ejemplo, yo siempre he enseñado y hay mucha necesidad de maestros en el lugar donde vivimos, entonces me di cuenta de que tenía tiempo para enseñar de nuevo. Así comenzaron a surgir muchas actividades que yo podía realizar.

Lo más precioso fue que al pensar en Dios y tratar de hacer Su voluntad, dejé de preocuparme por mi esposo. Él, por su lado, hizo lo mismo y comenzó a cambiar y sucedieron cosas grandiosas. Empezó a verse el amor tan grande que nos tenemos él y yo.

Este estudio en la Christian Science me hizo comprender que tenía que cambiar la visión de mi esposo que yo había dejado entrar en mi pensamiento. Necesitaba verlo espiritualmente, como es en verdad. Sabía que tenía que cambiar el testimonio falso de los sentidos por la visión espiritual verdadera y perfecta, y cuanto más me veía a mí misma y a él como los hijos amados de Dios, todas las cosas a nuestro alrededor comenzaron a cambiar para bien.

Necesitaba verlo como Dios lo ve, espiritual y perfecto.

Los dos hemos tenido mucho progreso personal y hoy hay una gran armonía en nuestro matrimonio. Nuestra relación está mejor que nunca. Siempre que surge algo lo enfrentamos juntos, listos para resolverlo, apoyándonos solo en Dios y en Su sabiduría. Mi esposo ha vuelto a estudiar la Lección Bíblica y su relación con Dios se extrechó tanto que las bendiciones para la familia, y sobretodo para mí, han sido infinitas.

Otra bendición muy grande fue que nuestros hijos, dos de los cuales tienen ahora 18 y 19 años, pudieron ver cómo se resolvió el conflicto entre sus padres y, aunque a veces se presentan obstáculos, con la oración y la persistencia todo se resuelve. Nuestras dos hijas menores gozan ahora de la paz y felicidad que nosotros expresamos. Esto es algo muy bueno porque yo no quería que ninguno de ellos tuviera una idea errónea de lo que es el matrimonio.

Como he comprobado siempre, la oración a Dios fue realmente eficaz. Me guió a espiritualizar más mi pensamiento y a descubrir que la respuesta a la pregunta: ¿quién tiene que cambiar?, sorprendentemente, es “¡yo misma!”, o sea mi pensamiento. Esto no sólo me ayudó a corregir mi opinión acerca de mi marido, sino que me trajo mucha curación personal de cosas que necesitaba sanar, y al mismo tiempo contribuyó a que nuestro matrimonio volviera a tener la unidad espiritual de antaño, aunque mucho más fortalecida.

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