Hace años, me preocupé al ver que me había salido un pequeño bulto en el cuero cabelludo. En realidad, no era tanto el bulto mismo lo que me preocupaba, sino más bien lo que otras personas pudieran pensar si se daban cuenta. Pero como no me dolía y me podía peinar bien, admito que trataba más de ocultar que de hacer frente a lo que estaba ocurriendo.
No obstante, cuando se lo conté a mis padres, me pidieron que decidiera cómo resolverlo. Opté por el tratamiento en la Christian Science, confiada en lo que sabía. Fui criada en un hogar de Científicos Cristianos y había aprendido que no tenía que esperar para recurrir a mi Padre cuando tenía algún problema, porque Dios estaba siempre conmigo y me podía comunicar con Él inmediata y directamente. Esta relación tan estrecha con Dios, así como la prueba que había observado una y otra vez durante mi niñez de que la oración sana, fue lo que me llevó a elegir este sistema de curación, así que comencé a orar con una practicista de la Christian Science.
Me reunía con ella casi todos los días, y juntas explorábamos conceptos de la Biblia y del libro Ciencia y Salud. En una etapa de la vida en que la mayoría se hace preguntas como, ¿Quién soy? y ¿Cuál es mi propósito?, yo estaba percibiendo que mi identidad es totalmente espiritual, compuesta de cualidades buenas y puras de Dios. La practicista me alentó a verme inocente y a saber que esa inocencia — por ser yo hecha a imagen de Dios y no de la materia— era la que me mantenía a salvo de cualquier condición material.
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