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UN CAMBIO DE ACTITUD

Del número de marzo de 2006 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace años, me preocupé al ver que me había salido un pequeño bulto en el cuero cabelludo. En realidad, no era tanto el bulto mismo lo que me preocupaba, sino más bien lo que otras personas pudieran pensar si se daban cuenta. Pero como no me dolía y me podía peinar bien, admito que trataba más de ocultar que de hacer frente a lo que estaba ocurriendo.

No obstante, cuando se lo conté a mis padres, me pidieron que decidiera cómo resolverlo. Opté por el tratamiento en la Christian Science, confiada en lo que sabía. Fui criada en un hogar de Científicos Cristianos y había aprendido que no tenía que esperar para recurrir a mi Padre cuando tenía algún problema, porque Dios estaba siempre conmigo y me podía comunicar con Él inmediata y directamente. Esta relación tan estrecha con Dios, así como la prueba que había observado una y otra vez durante mi niñez de que la oración sana, fue lo que me llevó a elegir este sistema de curación, así que comencé a orar con una practicista de la Christian Science.

Me reunía con ella casi todos los días, y juntas explorábamos conceptos de la Biblia y del libro Ciencia y Salud. En una etapa de la vida en que la mayoría se hace preguntas como, ¿Quién soy? y ¿Cuál es mi propósito?, yo estaba percibiendo que mi identidad es totalmente espiritual, compuesta de cualidades buenas y puras de Dios. La practicista me alentó a verme inocente y a saber que esa inocencia — por ser yo hecha a imagen de Dios y no de la materia— era la que me mantenía a salvo de cualquier condición material.

"Fui creada completa y no me falta cualidad alguna".

La primer evidencia de progreso se produjo cuando el bulto se veía particularmente preocupante. Una tarde estaba sola en casa cuando de pronto me sentí inmovilizada por un terrible dolor en el cuello. Justo antes de que comenzara el dolor, fui a cerrar la puerta de adelante, para luego sentarme en un sofá con un ejemplar de la revista The Christian Science Journal, pero me vino la idea de no trabar la puerta. Fue tan insistente que no lo pensé dos veces.

Más tarde, inmovilizada en el sofá, pude llamar a mi abuela que había venido a visitarme. Gracias a que la puerta estaba sin llave ella pudo entrar en la casa, llamar a mi madre y cuidar de mí hasta que llegó la practicista. Con la ayuda de la practicista, me sentí libre del dolor esa misma tarde, como si nunca hubiera ocurrido. Y me demostró claramente que Dios estaba conmigo, cuidándome.

Considero que ésa fue una señal de suma importancia porque esta curación me aseguró que el tratamiento en la Christian Science era eficaz. Que Dios, no la materia, tenía control sobre mi vida y que ese control era benevolente, amoroso y bueno.

Por aquel entonces, aunque comía normalmente, también empecé a perder peso y mi ciclo menstrual se volvió muy irregular. Era joven y la verdad es que me sentí contenta de estas dos cosas, hasta que se lo mencioné a mi mamá y ella me dijo que ninguna de ellas era normal. No obstante, en lugar de sentirme asustada rechacé ambos problemas porque razoné que eran una mentira y no tenían realidad ni poder sobre mí. Atribuyo esa respuesta al progreso espiritual que había estado obteniendo. Poco a poco, las cosas que no provenían de Dios me impresionaban cada vez menos. Como resultado, en un corto período de tiempo, mi peso y mi ciclo menstrual se normalizaron.

Empecé a comprender que mi cuerpo no estaba simplemente influenciado por mi pensamiento, sino que mi cuerpo era mi pensamiento. Luego comprobé que como resultado de las oraciones que hacía para verme totalmente espiritual, no sólo el bulto estaba disminuyendo de tamaño, sino que también se estaba produciendo un cambio radical en mi forma de ser. Rasgos feos de carácter — como el odio que hacía tiempo sentía hacia mi hermana menor— estaban saliendo a la superficie para ser sanados. No hubo aspecto de mi vida que no fuera tocado por esta transformación.

Creo que ésta es una de las razones por las que deseaba persistir para obtener esta curación. Aunque el bulto todavía no había desaparecido, me di cuenta de que no se trataba de cambiar o sanar la materia, sino de cambiar mis sentimientos; era una regeneración. Anhelaba terminar con la creencia de que en algún momento yo hubiera sido material o hubiera tenido pensamientos que no provenían de Dios. Y me sentí alentada por el hecho de que cuanto más claramente me veía a mí misma como Dios me creó — o sea, constituida de pensamientos amorosos, no llenos de odio, de pensamientos puros, no impuros— tanto más reflejaba mi experiencia esa pureza del Amor divino. No podía aferrarme al odio porque el odio no tenía nada que ver con mi verdadera identidad. Mi inocencia y perfección espirituales eran mi defensa contra todo lo que fuera desemejante a Dios y tratara de atacarme. Y, ciertamente, esos rasgos de carácter fueron desapareciendo.

Cuando terminé la universidad conseguí un puesto de maestra, pero muy pronto, comencé a sentirme muy sola. Aunque nunca había orado por ese sentimiento, me sentí impulsada a estudiar el capítulo del matrimonio en Ciencia y Salud. Un día, después de orar durante varias semanas, me vino un pensamiento tan claro que fue como si Dios me estuviera hablando en voz alta: “Yo fui creada completa a Su imagen y no me falta ninguna cualidad ni compañía”. Me embargó una sensación de paz y el sentido de soledad simplemente desapareció. Poco después de esta revelación, el bulto disminuyó considerablemente de tamaño.

Después de un tiempo, empecé a salir con un joven que era muy bueno, y le conté sobre mi situación. Me di cuenta de que, durante todo ese tiempo, yo había tenido miedo de que mientras tuviera esa condición ningún hombre pensaría que yo era linda y probablemente se preocuparía por mi salud. Una noche, me estaba lavando el pelo pensando qué tonto era sentirme así cuando estaba saliendo con un hombre que, sin miedo alguno, estaba orando por mí para ver quién era yo realmente, cuando de repente el bulto se desprendió y cayó en mis manos. Fue como me había dicho la practicista con la que había orado: “Cuando puedas verte a ti misma y comprender que ese crecimiento no es parte de ti, se concretará la curación”. Y eso fue justamente lo que ocurrió y sané por completo.

Aún continúo maravillada por esta demostración del amor de Dios y por la vislumbre tan clara que obtuve de quién soy como el reflejo del Amor. Al comienzo de esta experiencia yo era increíblemente egocéntrica, siempre pensaba en lo que me haría feliz, en lo que yo quería hacer, en mis sentimientos. Siento que el odio que sentía hacia mi hermana surgía de ese egocentrismo, así como otras cuestiones relacionadas con la identidad que salieron a la superficie y fueron sanadas en esa época. Ahora comprendo que, como aquel bulto, nada de eso era parte de mi ser. Gracias a esta experiencia mi yo verdadero puede brillar, puro e inocente. Y lo más importante es que no está centrado en mí, sino en Dios.

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