He notado que la palabra reconstrucción se repite en las noticias una y otra vez. El tsunami en Asia, las explosiones en Londres y Bali, la destrucción que causaron los huracanes y terremotos, y las circunstancias desesperantes que se viven en Irak y Afganistán a causa de la guerra, nos llevan a pensar que son pocos Los lugares en el mundo donde no sea urgente el clamor por reconstrucción y renovación. Y no se trata simplemente de la reconstrucción de hogares, escuelas y lugares de adoración, sino de reconstruir relaciones, reencontrarse con seres queridos y el intento de reconciliarse con antiguos enemigos.
Toda reconstrucción, cualquiera sea, tiene una base espiritual. Cualquier constructor puede decirle que para tener un cimiento firme hay que comenzar con algo más que cemento, madera o piedra. Se comienza con una idea; con pensamientos sobre estructura y diseño. Es moldeado con ideas de belleza, estilo y función. Y las mejores ideas surgen y tomas forma a medida que recurrimos, mediante la oración, a la fuente de la creatividad infinita, Dios. Esto revela la base espiritual — el fundamento firme— para todo lo que construimos.
Como cristiana, yo recurro al Cristo cuando necesito un fundamento firme. El Cristo es nuestro vínculo con Dios y la promesa del amor que Dios tiene por nosotros. El Cristo es el cemento del Amor, que trae firmeza y estabilidad a un mundo donde todo, desde la política hasta el clima, parece mudar sin cesar. El Cristo nos sostiene y apoya nuestros empeños elevando el pensamiento para que podamos percibir que Dios es Todo.
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