En 1993 estaba viviendo en México, con tres hijas pequeñas, cuando una empresa norteamericana, dedicada a la fabricación y comercialización de instrumentos analíticos, me ofreció un puesto, en Venezuela, mi país de origen. Acepté, pensando que toda actividad es divina y descansa y procede del Principio divino creador, y, por lo tanto, está bajo una ley de progreso continua que ofrece infinitas posibilidades y oportunidades a todos. La empresa prosperó enormemente y yo había logrado establecerme con un trabajo excelente y disfrutaba mucho de la compañía de mis padres y de la familia.
Sin embargo, en Venezuela la situación política y económica se complicó muchísimo, a tal grado, que a finales del 2002, esta empresa decidió irse. Entonces me propusieron firmar un contrato con ellos para permanecer en el país a través de una distribuidora. En un principio, la idea era buena, así que acepté y me dediqué a estructurar la nueva empresa.
Ese año mis finanzas se habían deteriorado porque las ventas no habían sido lo que esperábamos. Fue entonces cuando el país estalló en una huelga que duró mucho tiempo. Enfrentamos escasez de alimentos, de gasolina y movilizaciones en las calles todos los días. Se vivía en un estado de alerta y de incertidumbre tal, que yo empecé a sentirme muy insegura.
Como estudiante de la Christian Science he aprendido a refugiarme en la oración, así que oraba todos los días en busca de calma, pidiendo a Dios que me guiara. Afirmaba constantemente que nada nos podía separar del amor de Dios. Como dice Pablo con absoluta convicción: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios”. Romanos 8:38, 39. Esto para mí era como una fortaleza.
La estructura de la nueva empresa estaba lista, pero para firmar el contrato teníamos que esperar a que la huelga concluyera. De pronto, el gobierno anunció un control de cambio tan drástico que me impedía sacar o entrar dinero al país. Entonces comprendí que no podía aceptar el contrato de distribución porque tenía que comprar cosas en Estados Unidos y pagar la deuda en dólares. O sea, me quedaba sin empleo. La situación era crítica.
Hay una cita en el libro Ciencia y Salud que en tiempos de crisis siempre me ha ayudado y me he aferrado a ella para saber con firmeza que todas las cosas son posibles para Dios. Dice así: “Vi ante mí el terrible conflicto, el Mar Rojo y el desierto; pero me abrí paso con fe en Dios, confiando en la Verdad, el fuerte libertador, para que me guiara hacia la tierra de la Ciencia Cristiana, donde las cadenas caen y los derechos del hombre son plenamente conocidos y reconocidos”. Ciencia y Salud, pág. 226.
¿Cuál era esa Verdad? Que somos hijos de un Padre amoroso que nos cuida y protege. Oraba afirmando que estaba viviendo en la tierra que es la conciencia del bien siempre presente, la conciencia del Cristo, la manifestación de Dios. Yo reclamaba este derecho sabiendo que Él nos estaba guiando a todos, a esta compañía, al país. Me aferraba a esta declaración: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana”. ibíd., pág. 494.
Casi inmediatamente, una de mis hijas me sugirió que buscara trabajo fuera del país. A mí me cayó de sorpresa porque yo no lo había pensado. Entonces me vino la idea de hablar a dos compañías que conocía, una en Estados Unidos y otra en México. Para mi sorpresa, esta última contestó inmediatamente que tenía una vacante, pero que debía presentarme en una semana. Aunque sorprendida, sabía que cuando uno está orando aprende a estar muy atento a las señales que Dios nos da. El bien está presente, uno sólo tiene que mantener los ojos abiertos y obedecer Sus señales con mucho valor y una confianza absoluta en el Amor divino.
Les pedí que me dieran una o dos semanas más para arreglar mis cosas y accedieron. Yo no sabía cómo haría el cambio, pero tenía la certeza de que todo estaba en manos de Dios. Deshice rápido la casa, y en abril me fui a México sola, dejando a mis tres hijas en Venezuela.
La compañía estaba cerca de la ciudad de Toluca, y allí vivía una amiga que me recibió en su casa con mucho amor. Los planes eran quedarme con ella dos o tres meses hasta que me estableciera y encontrara dónde vivir. Poco después regresé a Venezuela a buscar a mi hija menor, la segunda se fue a estudiar a otro país y la mayor se quedó estudiando en Caracas.
Cuando llegué a México surgió otra situación. Al poco tiempo de empezar mi nuevo trabajo me di cuenta de que no era lo que yo esperaba. Salía de casa a las seis de la mañana y regresaba a las 12 de la noche. Siempre había sido muy trabajadora pero esto sobrepasaba los límites. Además, era una compañía familiar y había mucha información que no estaba escrita o actualizada, los inventarios no eran del todo claros, y no había transparencia en la operación. Hice todo lo que pude para ayudarlos a salir de ese problema, pero encontré resistencia y oposición. Entonces, viendo que toda la responsabilidad iba a recaer sobre mis hombros, me dejé llevar por mi intuición y renuncié en buenos términos.
Pero, claro, ahora, además de estar desempleada me encontraba en un país extranjero, y había firmado un contrato de alquiler por una casa. La situación era tan difícil que llegué a pensar que había cometido un error al venir a México y que quizás sería mejor regresar a Venezuela.
Recuerdo que una noche salí al patio con muchísimas ganas de llorar. Estaba buscando consuelo y dirección. Entonces mi hija se sentó a mi lado y me recordó con mucha convicción cada situación en la que habíamos sentido incertidumbre y cómo el bien siempre se había manifestado en su vida desde que era niña. Esto me dio fortaleza y decidí buscar otras opciones en México.
A veces parece que las situaciones humanas nos quisieran acorralar, pero cuando aprendemos que el poder es de Dios, y que Él es el bien, siempre nos podemos levantar con la certeza de que Dios está presente y responde a nuestras necesidades.
Al poco tiempo me vino la idea de desarrollar un negocio propio y proponer a unas personas, que había conocido un mes antes, la comercialización de algunos productos. Hoy, tengo una oficina en mi casa, trabajo con gran independencia y me encanta lo que hago.
Siempre pienso en los hijos de Israel en el desierto, cuando fueron sacados de la esclavitud en Egipto. Llegó un momento en que no tenían qué comer y empezaron a protestar, sin embargo, recibieron su maná, y entendieron que no había estado errado salir de la esclavitud. Sólo tenían que avanzar un poquito más en el entendimiento espiritual.
Recuerdo que una noche salí al patio
con muchísimas ganas de llorar.
He aprendido que no puedo hacer nada sola, que Dios lo hace todo. Otro factor muy importante para mí fue aprender a cederle humildemente a Él la responsabilidad por el cuidado de mis hijas. Uno se siente muy aliviado al comprender que su única responsabilidad es reconocer que Dios es nuestro Padre-Madre. Yo sabía que de alguna manera surgirían los recursos para que ellas siguieran sus estudios. Y así fue. La segunda hija que estaba en otro país obtuvo apoyo financiero total en la universidad a la que concurría. Al año siguiente le ofrecieron una beca a mi hija menor para que comenzara sus estudios universitarios. Y la mayor consiguió un trabajo y pudo mantenerse sola. Todas fueron bendecidas, independientemente de las pruebas que su mamá tuvo que superar. Cuando cedemos al cuidado amoroso del Padre nos sentimos libres.
He aprendido a darle el primer lugar a Dios, a reconocer diariamente que el bien tiene el control de nuestra vida. Una de mis frases favoritas está en la Biblia y dice: “He puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar”. Apocalipsis 3:8. Esa puerta para mí es el entendimiento espiritual que cuando se abre ya no hay marcha atrás, sino que uno sigue avanzando espiritualmente. Y ese entendimiento es infinito, es un camino de progreso y libertad.