Hace muchos años, mi esposo y yo trabajábamos como comerciantes itinerantes en los mercados al aire libre de París. Vendíamos pequeños aparatos domésticos cuyo uso demostrábamos a los clientes. Las condiciones eran difíciles para nosotros en aquella época y nuestras finanzas distaban mucho de ser óptimas. Así que para mantener un nivel justo de competencia con los demás comerciantes itinerantes, a menudo cambiábamos nuestros artículos, pero nos faltaba tener un producto que fuera específico y reconocible para ofrecer a nuestra clientela.
Oré a Dios para que me indicara cuál era la respuesta. Tenía la certeza de que había algo único para ofrecer a nuestros clientes y que el Padre nos mostraría cómo encontrarlo. Sabía que podíamos confiar totalmente en Dios.
Un día descubrimos algo nuevo. Eran bandejas giratorias que se usaban para almacenar cosas en el aparador de la cocina. El producto, que en aquel tiempo era desconocido en Francia, venía del exterior y el importador nos dio la venta exclusiva.
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