Muchas personas están contentas con la vida, mientras que otras piensan que les ha ofrecido muy pocas oportunidades. Puede que algunos sientan que nunca van a poder superar lo que la vida les ha dado, ya se trate de accidentes, herencia, enfermedades, situación socioeconómica, o lo que se percibe como simple mala suerte. Es desalentador vivir sin esperanza. No obstante, hay algo que podemos hacer para superar este sentimiento; podemos cambiar nuestra perspectiva de la vida y adoptar una actitud que permita una renovación, tal como humildad, mansedumbre o amor desinteresado.
Las recompensas que se obtienen son enormes. A medida que superamos la percepción de que la vida está enteramente definida por la materia, empezamos a desechar las limitaciones que surgen inevitablemente debido a esta manera de pensar. Entonces, vamos aceptando poco a poco la idea de que la vida es la manifestación de la Vida divina, o Dios, y comenzamos a vislumbrar las posibilidades que la acompañan.
Cuando llegamos a percibir que la vida proviene de la Vida divina, nuestro pensamiento empieza a explorar la naturaleza de esa Vida creadora con la expectativa de que la misma se exprese a través de su creación. La Vida divina debe ser eterna, infinita en naturaleza, porque ¿qué puede contener a Dios? La Vida no tiene ni principio ni fin, y su expresión no tiene límite. De nada le serviría a esta Vida imponer limitaciones a su ser ilimitado. La Vida divina es infinita, por ende, puede expresar su voluntad y alcanzar su propósito sin compromisos ni restricciones. ¿Qué no puede hacer la Vida infinita si así lo desea?
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