Un día me desperté con un ligero malestar y dolor en el pecho. Al principio me inquietó pero traté de no darle importancia. A las seis de la tarde me despedí de mis hijas para ir a pasar la noche en otra vivienda. Era la casa de un amigo que se encontraba en el exterior y me había pedido que se la cuidara. Llegué a la casa, y como allí no había ni radio ni televisión, me senté a leer algunas revistas hasta cerca de las 10 de la noche. Para entonces el dolor era más persistente y decidí acostarme, pensando que así disminuiría el malestar; pero no fue así. Cada vez que respiraba sentía un dolor punzante en el pecho. Muy pronto me di cuenta de que en esas condiciones no iba a conciliar el sueño, entonces me levanté y volví a vestirme. Realmente me sentía desesperado y temeroso de verme solo y enfermo. Así que decidí regresar con mi familia.
Pero mientras arreglaba mis cosas me empezaron a venir pensamientos de preocupación y angustia. ¿Quién cuidaría de esa casa? ¿Cómo afrontaría los gastos de mi hogar estando yo inactivo si todos mis ingresos provienen de los servicios personales que presto a diversas personas?
Toda esta situación me hacía sentir pánico y preocupación porque había tenido experiencias similares en dos oportunidades anteriores.
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