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LAS CATARATAS Y SU LECCIÓN

Del número de mayo de 2006 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En la frontera donde se encuentran Paraguay, Brasil y Argentina hay una maravilla natural: las Cataratas del Iguazú.

Es notable cómo se comporta la naturaleza en sus inmediaciones. Uno no puede dejar de advertir la felicidad que se respira. Los árboles se ven fuertes y frondosos, las orquídeas y los ceibos resplandecen con vivos colores y las pequeñas lagartijas contentas de estar tendidas al sol ni se mosquean cuando el visitante pasa a su lado. Todo el paraje, saturado de humedad y del estruendo del agua que cae, vibra de abundante vida.

Esto lo atrae a uno; lo inspira, lo lleva a observar, a admirar, a deleitarse.

Tal vez como estas cataratas seamos usted y yo. Sobre todo, cuando una idea nueva nos llena de inspiración, o una vislumbre más clara del inmenso amor de Dios nos maravilla. Todo a nuestro alrededor parece cambiar. La esperanza se renueva. Nuestra cara sonríe sin que haya habido una alusión humorística. Y los que están cerca lo sienten y nos hacen preguntas. Y podemos contestarles y transmitirles nuestro entusiasmo.

Así como la actividad es indispensable para que existan las cataratas, (pues sin movimiento de agua no hay textura, ni color ni sonido) así la actividad es indispensable para nuestra existencia. La actividad revela la forma de nuestro pensar y la textura de nuestro sentir. Todos en esencia somos actividad.

Y llevamos con nosotros nuestro ambiente. Ese ánimo que exhalamos puede traer revitalización, vigor y brillo a lo que nos rodea. Cristo Jesús identifica ese ánimo en nosotros como "la sal de la tierra... la luz del mundo". Y concluye: "Así alumbre vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mateo 5:13-16).

Cada uno, teniendo con nosotros el mismo Dios que es Amor, no importa qué religión profesemos, somos la provisión que este mundo tiene de armonía, de salud, de paz. Y como Dios no hace acepción de personas ni de religiones, cualquier ser receptivo al amor de Dios es esta luz de que habla la Biblia.

Cuanto más vamos descubriendo nuestro vínculo con lo divino, con todo lo que es bueno, tanto más podemos ayudar a los demás. De esta manera nada queda como embotellado dentro de nosotros, sino que todo el bien sale a relucir. Somos expresión por antonomasia.

Esperamos que las ideas de este número lo llenen de desbordante y fructífera actividad.

Con afecto,

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