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BAJO EL CONTROL DE DIOS, NO DE LA BEBIDA

Una carta abierta especial para El Heraldo

Del número de enero de 2007 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Percibir el Amor divino es sentirse vivo. El amor de Dios es totalmente Incondicional. No importa quién eres o lo que estés haciendo, su amor por ti es constante. Dios es la fuente de todo lo que es real acerca de nosotros. Es nuestra unicidad con Él lo que nos da nuestra identidad espiritual, buena y genuina. Cada persona —cada uno de nosotros, sin excepción— es hijo del Amor divino.

Sin embargo, hay comportamientos que parecen oscurecer nuestra relación con Dios. El alcoholismo es uno de ellos. Un amigo mío que sanó de alcoholismo, en una ocasión me dijo: "Pienso que el alcohol separa al hombre de su verdadero ser, y es por eso que se siente separado de Dios. Para un alcohólico lo más importante es mantenerse sobrio, de otro modo no puede tener una relación sincera con Dios ni con su familia y amigos. En lo que respecta a los bebedores moderados, pienso que beben para sentirse mejor consigo mismos o acerca de alguna situación, y tienen que entender que es como una venda que cubre un hueco que, de ese modo, sólo estará oculto, pero nunca sanará. Estar expuesto a la reconfortante verdad de quiénes somos como hijos de Dios es lo que sana".

Por eso es tan importante reconocer el amor incondicional que Él siente por nosotros. Dios es el único poder verdadero. El alcohol no tiene poder sobre nadie. No puede ofrecer el nutrimento ni la tierna bondad que Dios brinda. Él es el único bien que existe, y no comparte Su bondad con el alcohol.

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