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Una deuda saldada

Del número de enero de 2007 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace unos años, una persona quedó debiéndome 2.500 dólares por un trabajo que le había hecho, y prometió que me pagaría a fin de mes. No obstante, llegado el momento no me pagó. Esto complicó mi situación económica porque yo había tenido que enviarle dinero a mi hijo para que siguiera sus estudios en la universidad en Nicaragua, pensando que recibiría mi pago. De modo que me encontré sin dinero para pagar mis cuentas, entre ellas el alquiler de mi casa. Esto me llevó a consultar con una amiga quien muy amablemente me prestó el dinero.

Así pasaron seis años sin volver a recuperar ese dinero. A principios de este año, finalmente encontré a esta persona y me dijo que sus cosas no andaban bien y que lo llamara en unas semanas. Realmente me sentí muy frustrado e irritado porque tenía el presentimiento, como otras veces, de que no estaba diciendo la verdad.

Pero lo maravilloso fue que para ese entonces hacía más de dos años que yo estaba estudiando el libro Ciencia y Salud. Estaba aprendiendo que, en cierta forma, los problemas económicos son como una enfermedad y se deben tratar como tal. Percibí que los problemas, incluso las enfermedades físicas, se originan en la mente humana, y que cuando recurrimos a la Mente divina, o sea, Dios, reconociendo que es la fuente de todo el bien, se pueden resolver.

Pensé que si toda provisión viene de Dios, el único origen del universo, esa persona no podía en realidad estar en deuda conmigo, porque Él mantenía toda necesidad satisfecha. Comencé a reflexionar de esta manera, aunque era toda una lucha pues por un lado pensaba que todo pertenecía al universo de Dios y, por el otro, que este amigo me debía dinero.

Pasé casi toda esa semana orando y tratando de entender que a mí en realidad nadie me debía nada hasta que, finalmente, logré despersonalizar el problema, y dejé de sentirme irritado.

Un día llamé a esta persona y me dijo que había encontrado la solución para pagarme. Él tenía un auto que no usaba y por el que debía pagar impuestos e incluso multas por estar mal estacionado. Me propuso que fuera a ver el auto, y que si yo estaba de acuerdo me lo daría para saldar la deuda. Fui a verlo y lo encontré en perfectas condiciones. Entonces recordé que una amiga mía necesitaba un auto como ese porque su familia había crecido mucho. La llamé y le dije que estaban vendiendo ese auto por $2.500. A ella le gustó y lo compró.

Así fue como finalmente recibí mi dinero. Lo interesante de esta historia es que esta señora era la persona que seis años antes me había prestado $500 para que pudiera pagar las deudas que tenía en ese momento.

Esta experiencia fue para mí como una obra maestra de ajedrez de parte de Dios. Estoy convencido de que no existe asesor financiero más efectivo que Él.

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