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PROMOVAMOS LA PAZ

Del número de enero de 2007 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Después de las impetuosas tormentas de invierno y primavera, a veces los árboles caídos bloquean caminos y destruyen puentes en los alrededores por donde suelo salir a caminar. A fines del verano, me siento agradecida por los expertos y voluntarios que los reconstruyen. su labor me recuerda la descripción de la verdadera religión en el libro de Isaías: "...serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar". Isaías 58:12.

Todos tenemos muchas oportunidades de ser restauradores de la armonía, que es una definición de paz. De hecho, podríamos decir que nuestra razón misma de existir es hacer que la presencia de Dios se manifieste en la práctica con demostraciones de paz, entre ellas, paciencia, moderación, amor y curación.

Hace poco pude comprobarlo cuando estuve a punto de chocar contra un auto. Cuando los dos frenamos y nos detuvimos el otro conductor juntó sus manos y me hizo una reverencia con la cabeza. Es un hermoso gesto de saludo hindi llamado Namasté, uno de cuyos significados es: "Me inclino ante el Espíritu que está en ti y que también está en mí".

La actitud de este pacificador hizo que yo le contestara con una sonrisa de agradecimiento. Ese reconocimiento momentáneo del Dios universal expresado en cada uno de nosotros, impidió que hubiera reacciones llenas de ira. A medida que este tipo de respuesta mediante la oración se haga más espontánea y consecuente, podremos tener la seguridad de que nos estamos aproximando, aunque sea unos milímetros, a aquel estado mental que Jesús bendijo, al decir que los pacificadores "serán llamados hijos de Dios". Mateo 5:9.

No obstante, hay muchas cosas que no nos hacen sentir tanto como hijos pacificadores de Dios, sino más bien como mortales vulnerables, expuestos al peligro y a la pérdida.

Uno de los propósitos principales de la religión es ayudarnos a encontrar paz duradera dentro de nosotros mismos. Esa paz interior, a su vez, nos permite ser pacificadores, dedicados totalmente a ayudar a los demás a conocer su perfección como imagen de Dios.

Una manera de lograr esto es tener presente cada día nuestro deseo de ser pacificadores. Cuando nos encontramos en medio de urgentes demandas o de una paz quebrantada, podemos detenernos y preguntar: "¿Hay acaso alguna ruptura que yo pueda impedir o reparar ahora mismo mediante un pensamiento, palabra o acción?" Hacer una pausa para escuchar la guía divina es una buena forma de traer paz para nosotros mismos, para nuestras familias y vecinos, y también para el mundo.

Todos podemos contribuir a restaurar la paz.

Otra paso en esa dirección es reconocer que sólo Dios es la fuente de la paz. La paz es espiritual, es la herencia directa de todos los hijos de Dios, y ninguna circunstancia humana tiene el poder de quebrantar la paz que el Altísimo otorga. Como dice la Biblia: "Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado". Isaías 26:3.

Ahora mismo podemos tener el deseo sincero de sentir la paz perfecta de Dios. Ésta no es una meta demasiado difícil de alcanzar, todo lo contrario. Lejos de ser indiferentes a las vidas aparentemente quebrantadas, el mantener nuestro pensamiento firme en la realidad presente de la perfección espiritual y practicar la paciencia y el perdón que reflejan esa realidad, nos hace mejores sanadores. Aumenta nuestra confianza en que la materialidad y su discontinuidad son ilusiones que la comprensión espiritual de Dios y Su creación, sin duda, destruirán. La obra de Jesús probó que la ilusión no puede bloquear la manifestación de la armonía y la perfección que Dios ordena y mantiene.

En el libro del Apocalipsis, San Juan describe un cielo y una tierra espirituales en los que no hay lágrimas ni dolor, donde no hay rupturas ni nada que reparar. Mary Baker Eddy dice que la visión de Juan es "un goce anticipado de Ciencia Cristiana Christian Science (pronúnciese crischan sáiens). absoluta". Luego agrega: "Cuando leas esto, recuerda las palabras de Jesús: 'El reino de Dios está entre vosotros'. Esa consciencia espiritual es, por tanto una posibilidad presente". Ciencia y Salud, pág. 573—574.

La Ciencia del Cristianismo ofrece una base para la paz con resultados perdurables. Muestra que el Cristo, siendo nuestro vínculo con la Mente, es Dios-con-nosotros. Puesto que Dios es la única Mente de todos, en todas partes, no hay nadie que no pueda sentir paz. El Espíritu único se expresa a Sí mismo en todo lo que existe, por lo tanto, no puede haber nadie que no ame la paz y que no quiera ser un pacificador.

No estamos destinados a sufrir ciclos interminables de destrucción y restauración. El Espíritu omnipotente debe traer cada pensamiento a la obediencia a Cristo, es decir, hacer que todo penetre y permanezca en el reino de paz, como lo hizo Jesús. Persistir en nuestro deber para con esta consciencia espiritual es ser un pacificador de lo más poderoso.

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