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Desaparecen fuertes dolores

Del número de marzo de 2007 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un día, me desperté con unos dolores fuertes en el pecho que nunca había sentido. No eran de una intensidad dramática, pero sí, definitivamente, fuera de lo normal. Mis hijos se fueron a la escuela y yo decidí no ir a trabajar. No obstante, en el transcurso del día los dolores empezaron a aumentar en intensidad.

Acostada en un sofá, llamé a una amiga que es practicista de la Ciencia Cristiana para que me apoyara con su oración. Me dijo que vendría a verme. A esa altura, los dolores eran tan fuertes que le dije que dejaría la puerta de la casa abierta. Ella llegó enseguida y lo primero que hizo fue asegurarme que el Amor divino estaba cuidándome y que Su actividad era lo único que estaba ocurriendo en ese momento. Eso me ayudó a aliviar el temor que sentía.

Estando a mi lado, mi amiga se quedó orando en silencio. También me dijo que, aunque yo sintiera esos síntomas, no podía estar en ningún momento separada del amor infinito de Dios. Me di cuenta de que necesitaba cambiar totalmente mi pensamiento y enfocarlo en la presencia de Dios y no en el dolor.

Ella se quedó conmigo unos 45 minutos y durante ese tiempo los dolores disminuyeron, no por completo, pero sí al punto de sentir que ya no había peligro. Al ver que la situación había mejorado, ella se fue.

El resultado de la oración, que tanto ella como yo hicimos, fue muy poderoso, pues todo el dolor y el miedo desaparecieron, y fueron reemplazados por la confianza de que todo estaba bien y que no había nada que temer. Poco después, la condición desapareció por completo y nunca volvió. La curación fue definitiva.

He aprendido en la Ciencia Cristiana que Jesús sanaba eliminando principalmente el temor. Siempre decía: “No temáis”. Y al seguir sus enseñanzas vemos que lo primero que tenemos que hacer es quitar el miedo de nuestro pensamiento. Cuando lo eliminamos, hacemos espacio para percibir el amor tan grande y poderoso de Dios, siempre cercano. Jesús dijo que el reino de los cielos está dentro de nosotros, y para mí esto quiere decir que está siempre a nuestro alcance. (Lucas 17:21, según versión Moderna) No podemos estar separados de Él, la fuente de nuestro ser y también nuestro mejor remedio. Para Dios todo es posible y recurrir a Él da muy buenos resultados.

Cuando partimos de la idea de que nuestro Creador es bueno, llegamos a la conclusión de que Sus hijos, Sus ideas, tienen que tener esta misma naturaleza. Entonces, el concepto del mal se hace irrelevante porque al reconocer Su presencia, ese sueño, esa impresión de que el mal pueda tener poder, se desvanece, y nos volvemos conscientes de que sólo Dios, el bien, rige nuestra vida.


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