Un día, me desperté con unos dolores fuertes en el pecho que nunca había sentido. No eran de una intensidad dramática, pero sí, definitivamente, fuera de lo normal. Mis hijos se fueron a la escuela y yo decidí no ir a trabajar. No obstante, en el transcurso del día los dolores empezaron a aumentar en intensidad.
Acostada en un sofá, llamé a una amiga que es practicista de la Ciencia Cristiana para que me apoyara con su oración. Me dijo que vendría a verme. A esa altura, los dolores eran tan fuertes que le dije que dejaría la puerta de la casa abierta. Ella llegó enseguida y lo primero que hizo fue asegurarme que el Amor divino estaba cuidándome y que Su actividad era lo único que estaba ocurriendo en ese momento. Eso me ayudó a aliviar el temor que sentía.
Estando a mi lado, mi amiga se quedó orando en silencio. También me dijo que, aunque yo sintiera esos síntomas, no podía estar en ningún momento separada del amor infinito de Dios. Me di cuenta de que necesitaba cambiar totalmente mi pensamiento y enfocarlo en la presencia de Dios y no en el dolor.
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