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Reconstruye su casa

Del número de marzo de 2007 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Vivo en la ciudad de Riobamba, y hace unos años estalló el arsenal de las Fuerzas Armadas que se encuentra a 200 metros de mi casa. Ni bien se empezó a correr la voz que debíamos desocupar la ciudad se produjo la segunda explosión Con ella volaron los techos de muchas casas, incluso de la mía, y todo el mundo salió despavorido sin saber qué dirección tomar.

La confusión entre la gente era muy grande. Mi nuera y sus hijos se perdieron y mi hija no aparecía por ningún lado. Yo me quedé sola con mi hijo mayor y perdimos contacto con el resto de la familia. Entonces, empezamos a orar el Padre Nuestro, afirmando que estábamos todos bajo la protección de Dios. Cuando nos dimos cuenta de que el carro estaba intacto, salimos a buscarlos.

En el trayecto empezamos a cantar himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana, especialmente el que comienza: “Ten mi vida que estará consagrada a ti Señor/... ten mis manos, que obrarán al impulso de Tu amor”. (N° 324)

Al cabo de dos días nos reencontramos con el resto de la familia, con mucho alivio y gratitud a Dios porque estábamos todos vivos e ilesos.

Nuestra oración fue poderosa, pues el dolor y el miedo desaparecieron.

Cuando nos permitieron regresar a la casa, comprobamos que sólo quedaban unas paredes; el resto estaba totalmente destruido. Mi primera reacción fue de aturdimiento, pero enseguida me acordé de estas palabras de la Biblia: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios”. (Salmo 46:10) Esto hizo que pronto toda duda y temor desaparecieran. Comprendí que Dios nos guiaría a dar los pasos necesarios para reconstruir la casa.

Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Los relámpagos y truenos del error puede que destellen y resuenen, hasta que la nube se despeje y el tumulto se apague a lo lejos. Entonces las lluvias de la divinidad refrescan la tierra. Como dice San Pablo: 'Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios’ (del Espíritu)”. (Pág. 288) Al orar, reconocí que, como hijos de Dios, tendríamos ese reposo y que esas lluvias harían germinar lo que se había perdido. También me ayudó mucho un himno que afirma: “Si la casa no hace Dios vana construcción será”. (Himmo N° 141)

La difícil situación económica de mi país me ha llevado una y otra vez a poner todo en manos del Padre. La lectura de la Biblia y Ciencia y Salud nos dieron ideas para poner un techo provisorio y arreglar dos habitaciones con plásticos y planchas, una para dormir y otra para cocinar y comer.

Poco después, comenzamos a recibir ayuda de nuestros amigos, no sólo de Ecuador, sino también de Argentina, y eso nos fortaleció mucho.

No puedo decir en qué momento se terminó de reconstruir la casa, pero hoy se ve mucho mejor que antes. Han pasado cuatro años de lucha, de avanzar día a día, pero también de fortalecer nuestra fe, de afirmar que Dios está presente todos los días, a cada instante. Esto me ha enseñado que cuando dejamos de mirar las cosas materiales, sabiendo que la provisión viene de lo alto, de Dios, nos liberamos de todo ese dolor, esa angustia, y comprendemos que la mesa ya está servida.

Estas evidencias del Amor divino han llenado mi alma de inmensa gratitud a Dios. Hemos aprendido a confiar en la bondad y en el amor que Él derrama sobre todos Sus hijos, porque jamás está lejos de cada uno de nosotros.


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