Siempre me gustaron las ciencias exactas y naturales. Matemáticas, física, química y biología eran mis materias favoritas. Recuerdo que me encantaba ir al laboratorio con mis compañeras y comprobar por mí misma en la práctica lo que había aprendido en clase. Ahora bien, en el caso de la religión ¿no tendría que ser lo mismo?
Mis padres no eran necesariamente religiosos, pero me criaron dentro de la denominación oficial y yo me dediqué a ella con fervor. No obstante, cuando tenía 13 años, comencé a cuestionar mis creencias religiosas y finalmente me aparté de ella. Sin embargo, nunca dejé de creer en Dios y en Cristo Jesús.
Para entonces, mi abuela había sanado de cáncer mediante las enseñanzas de la Ciencia Cristiana y, poco a poco, ella comenzó a compartir conmigo algunos conceptos espirituales que me ayudaban cuando tenía dificultades con alguna materia en el colegio. Pronto pude comprobar que sus enseñanzas no eran simples palabras, ¡esto funcionaba!
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