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Una Ciencia demostrable

Del número de marzo de 2007 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Siempre me gustaron las ciencias exactas y naturales. Matemáticas, física, química y biología eran mis materias favoritas. Recuerdo que me encantaba ir al laboratorio con mis compañeras y comprobar por mí misma en la práctica lo que había aprendido en clase. Ahora bien, en el caso de la religión ¿no tendría que ser lo mismo?

Mis padres no eran necesariamente religiosos, pero me criaron dentro de la denominación oficial y yo me dediqué a ella con fervor. No obstante, cuando tenía 13 años, comencé a cuestionar mis creencias religiosas y finalmente me aparté de ella. Sin embargo, nunca dejé de creer en Dios y en Cristo Jesús.

Para entonces, mi abuela había sanado de cáncer mediante las enseñanzas de la Ciencia Cristiana y, poco a poco, ella comenzó a compartir conmigo algunos conceptos espirituales que me ayudaban cuando tenía dificultades con alguna materia en el colegio. Pronto pude comprobar que sus enseñanzas no eran simples palabras, ¡esto funcionaba!

Con el tiempo empecé a estudiarla con más dedicación y llegué a comprender que se trata de una ciencia práctica, y que podemos entrar en el laboratorio de la vida, aplicarla y obtener resultados. Así fue como, sin darme cuenta, se acabaron los ataques de gripe que padecía todos los años y los malestares intestinales de los que había sufrido por mucho tiempo, entre otras cosas. Incluso empecé a ver la vida desde una perspectiva diferente, desde una perspectiva espiritual, y se abrió un mundo totalmente nuevo para mí.

"La fe sin obras está muerta", escribe Mary Baker Eddy,
Ciencia y Salud, pág. 23. parafraseando al apóstol Santiago, quien después agrega: "Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo por mis obras te mostraré mi fe".
 Santiago 2:17, 18, Versión Moderna.

El Heraldo publica en este número experiencias de personas que han podido demostrar en su propia vida cómo el conocimiento científico de Dios y del hombre, les ha permitido percibir, poco a poco, la realidad espiritual y resolver problemas en el trabajo, encontrar provisión, sentirse protegidos y sanar de diversas enfermedades, incluso de adicción al cigarrillo.

Verdaderamente la Ciencia Cristiana no es una religión más. Es la ley de Dios. Un faro que ilumina infaliblemente nuestra senda, una Ciencia que podemos demostrar. Con ella somos transformados y llegamos a comprobar que, ciertamente, podemos tener la convicción de que seremos bendecidos.
 Véase Hebreos 11:1.

Con afecto,

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