El jardín era hermoso. Arbustos y flores lo rodeaban y muy cerca de mí había una pequeña cascada de agua. Sentí el aire cálido y escuché el sonido del agua al deslizarse sobre las rocas. Me embargó una sensación de paz. Extendí el brazo para tocar el agua, pero no pude. Insistí, pero me fue imposible.
De pronto me di cuenta de que seguía acostada en la cama. Lo que había parecido tan real no era más que una ilusión.
Regresaron entonces los fuertes dolores en la cadera y el vientre, que hacía varios días que me aquejaban. Le había pedido a una practicista de la Ciencia Cristiana que me apoyara con su oración. Yo, por mi parte me aferraba a una corta pero reconfortante oración: “Dios es mi vida”. Para mí, ésta era mi arma de batalla. Breve, pero muy eficaz. La decía con convencimiento, sabiendo que mi curación era inevitable porque mi Padre-Madre Dios estaba conmigo y me ayudaría a despertar de ese sueño de dolor y discapacidad.
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