“La palabra Ciencia, correctamente comprendida, se refiere únicamente a las leyes de Dios y a Su gobierno del universo, incluso el hombre. De eso se deduce que los hombres de negocios y los cultos eruditos han encontrado que la Ciencia Cristiana les aumenta su resistencia y sus poderes mentales, les amplía su discernimiento del carácter, los dota de agudeza y de amplitud de comprensión, y los habilita para exceder su capacidad usual”. — Mary Baker Eddy
Todos necesitamos enfrentar el mito de que existen desafíos demasiado complicados o vastos como para poder comprenderlos, y menos aún sanar. Hace años aprendí una lección que me bendijo enormemente cuando trabajaba en el mundo de los negocios, y me sigue bendiciendo hoy en mi profesión como practicista de la Ciencia Cristiana.
A mediados de la década de los 80, trabajé en mercadeo para una compañía internacional en Frankfurt, Alemania, que vendía artículos de regalo y vajilla a las bases militares de Estados Unidos y de la OTAN, en toda Europa. Todas las compras se hacían en dólares estadounidenses. Pero llegó un momento en que comenzaron a producirse tantos cambios en la empresa, que sólo mi profundo amor a Dios me impidió renunciar. Recuerdo que valoraba mucho la cita de Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud, donde habla de “los hombres de negocios y los cultos eruditos”, Ciencia y Salud, pág. 128. aunque en ese momento yo no me consideraba ni lo uno ni lo otro.
En aquella época, el dólar comenzó a subir lentamente durante un largo período de tiempo hasta que alcanzó un alza considerable en su valor de cambio, y de pronto cayó precipitadamente. En un período de 12 meses nuestros precios y gastos experimentaron un aumento del 40%. Luego otra corporación compró nuestra compañía y el puesto de mi jefe inmediato fue eliminado. A mí me asignaron sus responsabilidades, o sea, la parte financiera del negocio, además del trabajo de mercadeo que ya tenía. El problema era que además de no estar preparada para asumir estas nuevas responsabilidades, nunca me habían gustado las finanzas porque me consideraba una persona más bien “creativa”. Siempre me habían interesado las bellas artes, y pensaba que todo lo que tenía que ver con el manejo de dinero era muy aburrido.
Puesto que la situación económica de la compañía no parecía muy buena, me dijeron que tenía 18 meses para transformar una división no redituable en una lucrativa. Después de un viaje relámpago para entrenarme con el equipo financiero en las oficinas centrales en Inglaterra, regresé todavía más convencida de mi falta de capacidad para tratar con lo que yo consideraba una situación imposible de resolver. Me veía a mí misma como una persona a la que se le estaba pidiendo demasiado, y ahora lamentaba seriamente no haber tomado cursos sobre finanzas en la universidad.
La comprensión espiritual desarrolla nuestras habilidades latentes.
Un día, después de observar un sereno atardecer sobre las montañas Taunus desde el balcón de mi apartamento en Frankfurt, abrí Ciencia y Salud y me encontré con ese pasaje sobre “los hombres de negocios y los cultos eruditos”. Empecé a leer en profundidad lo que M. B. Eddy había escrito. Cuando leí la frase “La palabra Ciencia, correctamente comprendida, se refiere únicamente a las leyes de Dios y a Su gobierno del universo, incluso el hombre”, comprendí que al haber estudiado la Ciencia Cristiana durante los últimos años, yo había estado aprendiendo acerca de la Ciencia absoluta sobre la cual se basan todas las otras ciencias, entre ellas la ciencia de la economía. Y más importante aún, esta Ciencia era divina y estaba por encima y más allá de todas las otras ciencias, e impartía las leyes espirituales de Dios que operan y gobiernan toda la creación.
Al principio, el simple hecho de saber que Dios gobernaba el universo, incluso a esa empresa y a mí, me trajo tanta tranquilidad y claridad de pensamiento que me liberó en gran parte de la responsabilidad personal que sentía. No obstante, yo necesitaba estudiar más profundamente las leyes específicas de Dios a las que se refiere Ciencia y Salud, leyes que me darían dirección y traerían las soluciones que necesitábamos. Fue muy similar a aprender matemáticas. Si bien uno sabe que hay leyes generales que gobiernan los números, es importante aprender las leyes específicas de sumar, restar, así como el principio de las matemáticas más avanzadas, para obtener las respuestas correctas.
Durante los meses de estudio que siguieron, más ideas de esa misma sección del libro eliminaron algunos de mis temores, porque me recordaron que estas leyes del bien de Dios extendían “la atmósfera [de mi] pensamiento, [dándome] acceso a regiones más amplias y más altas”. Con ello, alcancé un concepto más elevado de los negocios, lo que me permitió percibir la manera en que Dios los estaba viendo. Dios, la Mente divina, crea cada idea individual —a cada uno de nosotros— que se conoce genéricamente como hombre. ¿Por qué no podía este conjunto de ideas individuales trabajar unido como un concepto único, como algo que expresara el bien colectivo de todas las ideas individuales de Dios?
Esta percepción abrió enormemente mi pensar, porque ahora podía ver un “negocio” como el concepto espiritual del bien colectivo. ¿Por qué no considerar que todo negocio individual (como mi compañía) es parte de un concepto espiritual compuesto llamado economía, el cual también emana de Dios? El concepto de economía no es más complicado que una sola idea llamada hombre, puesto que el tiempo, el espacio y la materia temporales no están incluidas en ninguna idea espiritual, por más complejas que sean esas ideas.
Esta comprensión me permitió reemplazar el concepto errado de que este negocio estaba formado por un grupo de personalidades y reveses financieros, con la verdad divina de que mi lugar de trabajo estaba compuesto por un conjunto de ideas espirituales diversas (llamadas hombre), reunidas para alcanzar el bien común. Me di cuenta de que los negocios como idea tienen el propósito de glorificar a Dios, demostrando Su productividad, alegría y excelencia. Percibir el amor que Dios sentía por mí y la manera en que Él valoraba mi negocio, me transformó y desarrolló mis “habilidades y posibilidades latentes”. Al percibir estas verdades, mis temores se disolvieron totalmente, y empecé a disfrutar de mi trabajo.
Llegué a ser una experta al preparar los estados de cuentas de pérdidas y ganancias, y me sorprendí al ver que me gustaba resolver los problemas financieros. Cuando redujeron radicalmente nuestro presupuesto de publicidad y dejamos de trabajar con la prestigiosa agencia encargada de la misma, me vi forzada a descubrir una idea colectiva más espiritual de lo que significa hacer negocios teniendo en mente al cliente, y a percibir esto como lo había hecho con la actividad financiera y económica. Cuando comprendí que trabajar pensando en el cliente era otro aspecto del bien colectivo —y otra oportunidad para que Dios y Sus cualidades se manifestaran— me resultó fácil hacer una nueva campaña publicitaria y poner en el mercado esta “idea perfecta” que Dios había creado. Esta campaña produjo realmente un gran impacto en nuestros clientes. Los anuncios que hicimos tuvieron más éxito que los que había preparado la agencia de publicidad, porque la idea de tener en cuenta al cliente estaba ahora divinamente inspirada y en consecuencia se expresaba mejor.
En un año, nuestro negocio era floreciente y los dos años siguientes fueron los más lucrativos en toda la historia de la división. Un beneficio inesperado de toda esta experiencia fue que mi idea de lo que constituye una persona creativa se amplió considerablemente. Comprendí que la creatividad y la belleza tienen tanto un lugar divino en las finanzas y en la economía, como en cualquier otro lado. Esta comprensión más profunda me dio la libertad de expresar creatividad en todas las áreas de mi vida.
Esto fue muy evidente hace diez años, cuando entré en la práctica de la curación de la Ciencia Cristiana. Ese pasaje de Ciencia y Salud sigue siendo una constante fuente de inspiración, especialmente la frase sobre cómo la Ciencia Cristiana brinda a las personas la habilidad de “exceder su capacidad usual”. Esta idea me ha resultado muy útil cuando tengo que atender casos en que los pacientes necesitan destacarse en el desempeño de sus actividades.
La oración nos ayuda a exceder nuestra capacidad usual.
Hace unos años, me pidieron que orara por un miembro de una organización de beneficencia que había ido a Venezuela después de la tragedia del deslizamiento de lodo que afectó a miles de personas. Este hombre estaba enfrentando varios problemas. Había dormido muy poco en varios días, tenía muy pocas comodidades (no había comidas calientes ni duchas), y debía trabajar con gente que hablaba varios idiomas diferentes. Aquellos primeros días después de la tragedia, los esfuerzos no estaban coordinados, y la gente simplemente llegaba para ayudar de cualquier forma, y básicamente era una operación en la que los voluntarios hacían lo que podían. Yo oré fervientemente con la idea espiritual de “capacidad” de la Sra. Eddy, así como con la declaración del mismo pasaje que dice “la mente humana... requiere de menos reposo”.
Cuando este voluntario regresó a los Estados Unidos, informó que él no sólo había podido desempeñarse bajo enorme presión, sino que quienes lo rodeaban también habían podido hacerlo. Además, sintió mucha armonía y cooperación entre las personas que no necesariamente habrían trabajado bien juntas debido a las diferencias de clase, origen étnico e idioma. En poco tiempo, las labores fueron más coordinadas y después de poner al tanto a la gente nueva que iba llegando, él pudo terminar su labor sin sufrir las enfermedades y lesiones tan comunes al trabajar en condiciones rudimentarias e insalubres como aquellas. Tanto para él, como para mí, esto fue una evidencia muy clara de la verdadera capacidad que tenemos y que se manifiesta cuando comprendemos que Dios tiene todo el poder.
En otra ocasión, vi un aspecto totalmente diferente de la capacidad en el trabajo cuando una violonchelista profesional me pidió que orara por ella. Me dijo que se estaba preparando para tocar una pieza particularmente difícil en un prestigioso campamento de verano para músicos, y sentía muchísima ansiedad. Estaba aterrada de tener que tocar frente a un público tan conocedor, y esta presión hizo que dudara de poder hacerlo. Una vez más, oré con esta idea de capacidad, y percibí que puesto que era la reflexión de Dios, ella tenía el derecho de “exceder” su capacidad. Su presentación fue maravillosa, superando grandemente las expectativas de todos sobre cómo podría interpretarse una pieza clásica tan difícil.
El concepto espiritual de capacidad también ha demostrado ser muy poderoso en otros casos que he atendido; de pruebas escolares y difíciles exámenes en el gobierno y el Servicio Exterior, a presentaciones profesionales muy exigentes, cumplimiento de fechas de entrega de proyectos y tomas de decisiones en casos muy importantes. Cuando la persona que me pide ayuda y yo recurrimos a la Ciencia Cristiana, o sea, a “las leyes de Dios y a Su gobierno del universo, incluso el hombre”, automáticamente nos estamos apartando de la lógica, el razonamiento y las dudas humanas. Este cambio en la dirección del pensamiento permite a la mente humana —como ese pasaje continúa diciendo— liberarse “en cierto grado de sí misma”. Entonces podemos dejar de lado los viejos patrones de pensamiento y recibir inspiración y renovadas vislumbres. Y si bien cada caso es muy distinto y todo tratamiento es individual, el concepto, aplicado a diferentes contextos, demuestra constantemente de cuántas y variadas formas el estudio de la Ciencia Cristiana amplía las capacidades humanas.
Más recientemente, ha sido una alegría trabajar con todo ese pasaje al enseñar una clase sobre la Ciencia Cristiana. Esta clase es un estudio intensivo de 12 lecciones que tiene el propósito de enseñar al alumno a sanar con eficacia mediante la oración. A veces los alumnos entran en la clase con un deseo sincero, pero con muchas dudas y temores acerca de su propia habilidad para comprender y demostrar la Ciencia. Y tengo que admitir que, de vez en cuando, yo misma he tenido mis propias dudas y temores acerca de la enseñanza. Pero al orar con este amado pasaje, veo claramente que son la pureza y el poder de la Ciencia Cristiana misma los que enseñan tanto al alumno como al maestro, elevándonos a los dos a “regiones más amplias y más altas”, donde, en la presencia del Amor divino y de la inteligencia que todo lo abarca, el temor y las dudas desaparecen.
Estoy muy agradecida por las infinitas aplicaciones de este pasaje, y tantos otros de Ciencia y Salud, en mi práctica sanadora, porque son una fuente de provisión que se renueva eternamente. En aquella última parte del pasaje, cuando la Sra. Eddy dice que la Ciencia Cristiana “eleva al pensador a su ambiente natural de discernimiento y perspicacia”, realmente uno no puede menos que sentir gran humildad al ver la verdad práctica de esta declaración para el practicista, el maestro, el estudiante y toda la humanidad.