Conocí la Ciencia Cristiana hace más de 30 años. En aquel tiempo mi primera hija lloraba mucho de noche y los médicos no sabían qué tenía. Entonces, una vecina me dio literatura de la Ciencia Cristiana, y aunque yo no la leí en ese momento, mi padre se interesó y descubrió que era lo que había buscado toda su vida, y me recomendó que lo siguiera. Luego mi vecina me invitó a una reunión de testimonios del miércoles en su iglesia. Recuerdo que una persona estaba leyendo desde el púlpito y, aunque no me acuerdo lo que leía, seguramente fue algo muy sanador, pues a partir de aquella noche mi hija durmió.
Tiempo después, cuando iba a tener a mi segunda hija, querían hacerme una cesárea. Para entonces, yo ya conocía mejor la Ciencia Cristiana y me puse a estudiar una cita de Ciencia y Salud, donde dice: “Para atender de manera apropiada el nacimiento de la nueva criatura, o idea divina, debierais apartar de tal manera el pensamiento mortal de sus concepciones materiales que el nacimiento sea natural y sin peligro” (pág. 463). Me sentí en paz y muy tranquila. Poco después, la niña nació normalmente. Entonces, me dediqué con más ahínco al estudio de esta Ciencia y comprendí que tenía que cambiar muchas otras cosas en mi manera de pensar.
Años después quise dejar de fumar, y ése fue el desafío más grande que he tenido en mi vida, porque fumaba 40 cigarrillos por día. Al principio me costó mucho, pero continué orando con el Padre Nuestro, hasta que un día me di cuenta de que me había olvidado por completo de comprar cigarrillos, y a partir de allí no sentí más necesidad de fumar.
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