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La lección de las guacamayas

Escrito especialmente para el Heraldo

Del número de marzo de 2007 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace poco estuve en el pueblo de Jaumave en Tamaulipas, México, observando una bandada de guacamayas militares. Todas las mañanas, de octubre a marzo, estas aves de color verde brillante, con colas de rojo vivo, alas azules y amarillo deslumbrante, vuelan desde las Montañas de la Sierra Madre a desayunar en la plaza central. Difíciles de ver en otras áreas, las guacamayas se posan en los nogales con toda despreocupación pues no se sienten amenazadas por la gente del lugar. Jaumave es famosa por ser el único pueblo del mundo a donde las guacamayas acuden a alimentarse.

Al observar estas aves levantar vuelo de la copa de los árboles y posarse nuevamente, me acordé de la parábola del hijo pródigo.

Como se relata en el Evangelio según Lucas capítulo 15, el hermano menor emigra a otro país, mientras que el mayor se queda en casa. En lugar de cumplir sus sueños, el hermano menor pierde todo lo que tiene. Quizás haya tratado de impresionar a sus nuevos amigos, o haya estado demasiado ocupado divirtiéndose como para pensar en el futuro.

Cuando desapareció el dinero, también lo hicieron sus amigos. Finalmente, encontró un trabajo donde le pagaban tan poco que ni siquiera le alcanzaba para comprar comida. Hambriento, solo y cansado de luchar, decide dejar a un lado su orgullo y su fracaso, y regresar a casa.

Imagínate la sorpresa que recibe cuando su padre lo saluda con los brazos abiertos y un afectuoso abrazo. Sus harapos son reemplazados por ropas nuevas. Sus doloridos pies son cubiertos con zapatos protectores. Su mano vacía recibe un anillo, símbolo de riqueza y autoridad. En lugar de un trabajo duro, su padre le da una fiesta. Como las aves migratorias que regresan a su fuente de abundancia y seguridad, ol hormano monor descubre la ben dición de tener un hogar apacible.

La ley de Dios es suprema sobre las condiciones físicas.

Por su lado, el hermano mayor también tenía que aprender sus lecciones. Como que siente que ése es su territorio. Resentido porque su hermano se había ido, quiso excluirlo. Quizás envidiaba el viaje que había hecho su hermano o imaginaba experiencias que él nunca tendría. Tal vez sintió que su provisión de bien disminuiría con el regreso de su hermano. En lugar de regocijarse, el hermano mayor se sintió amenazado y que no lo apreciaban.

El padre trató de hacerle comprender que la provisión de bien no tenía límite. Quizás el padre lo estaba ayudando a entender que la riqueza era mucho más que tener bienes materiales. La verdadera riqueza se multiplica a través del amor fraternal, el perdón y la alegría desinteresada. El padre alentó a su hijo mayor a regocijarse y de ese modo le permitió tomar mayor conciencia de las verdaderas riquezas.

Recuerdo una experiencia que me ayudó a comprender que es probable que haya en cada uno de nosotros pensamientos al acecho como los del “hermano menor” y “hermano mayor”.

Hace años, sin pensarlo, me zambullí de noche en un río. Era diciembre en Michigan, Estados Unidos. El río ya se había empezado congelar. Yo estaba con tantas ganas de divertirme que no me di cuenta de que la ribera del río terminaba abruptamente. De pronto me encontré en el agua y perdí toda sensación en las manos y en los pies. No había luz. No podía ver, sentir ni oír nada. Empecé a orar. Mediante la guía y la gracia de Dios, nadé en la dirección correcta. Cuando llegué a la orilla una amiga me arrastró fuera del agua. Yo estaba en estado de shock y no podía hablar y a duras penas podía pensar.

Mi amiga me llevó apresuradamente al apartamento donde me estaba quedando y otra amiga me metió en una bañera con agua caliente. A medida que mi cuerpo y mis pensamientos comenzaron a descongelarse, surgió el pensamiento del “hermano menor”.

¿Cómo pude haber sido tan imprudente? ¿Qué pensarían mis amigos de mí? Entonces el Padre amoroso me recibió con los brazos abiertos e hizo desaparecer el orgullo y el temor de haber fracasado. Comprendí que Dios estaba siempre conmigo. Yo no podía salir fuera del cuidado de Dios. Dios es Amor, como dice la Biblia. 1° de Juan 4:7, 8. Sin importar lo que yo había o no hecho, Dios estaba allí para ayudarme y salvarme.

Empecé a sentirme agradecida por todo el bien que Dios me había brindado. Me sentí agradecida por que la Mente divina me había indicado la dirección correcta, porque mi amiga me había sacado del agua, y por tener ese cálido lugar donde orar. Muy pronto sentí el abrazo del amor incondicional de Dios y supe que el orgullo y el temor no tenían cabida.

A medida que continuaba orando, los pensamientos del “hermano mayor” comenzaron a desafiarme. “Vas a sufrir por el error que cometiste. Te vas a enfermar de gripe o pulmonía”.

En Ciencia y Salud se encuentra uno de mis pasajes preferidos porque describe la inspiración que recibí como respuesta: “No permitáis que ninguna pretensión de pecado o enfermedad se desarrolle en el pensamiento. Desechadla con la constante convicción de que es ilegítima, porque sabéis que Dios no es el autor de la enfermedad, como no lo es del pecado”.Ciencia y Salud, pág. 390:21.

De pronto sentí que tenía el poder de desechar las sugestiones de que sería castigada, o el pensamiento del “hermano mayor”. Sintiéndome segura de que Dios es el autor únicamente del bien, rechacé las sugestiones de que me enfermaría, porque eran ilegítimas.

Como el Padre le dijo al hijo mayor en la parábola: “Hijo mío, tú siempre estás conmigo y todas mis cosas son tuyas: pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos...”Lucas 15:31, 32, según Young's Literal Translation. Comprendí que necesitaba regocijarme en la omnipresencia de Dios y afirmar que Su ley divina gobernaba. La ley de Dios tiene poder y es suprema sobre las condiciones físicas. Dios bendice a Su creación y nos protege en lugar de castigarnos. Muy pronto, los pensamientos del “hermano mayor” de que sería castigada, desaparecieron.

Tanto los pensamientos del hermano menor como del mayor fueron reemplazados por el Cristo salvador. Es el Cristo, el tomar conciencia de nuestra identidad espiritual y de la relación que tenemos con nuestro Padre celestial, lo que nos despierta para que recibamos la bendición y la salvación de Dios.

El resultado fue que me sané física y mentalmente. Todo sensación de shock y sufrimiento desapareció. Me vestí y salimos a cenar. A la mañana siguiente me fui para pasar la Navidad con mi familia. No me enfermé en ningún momento.

No importa cual sea la razón por la que uno esté enfrentando una situación o cuan serio haya sido el error cometido, podemos rechazar el pensamiento de los hermanos menor y mayor. Dejemos que el Cristo nos haga tomar conciencia del amor incondicional y la seguridad suprema de Dios.

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