"Si los triángulos inventaran a Dios lo harían de tres lados", dijo el filósofo francés Montesquieu hace 300 años.
Tal vez esto explique cómo el pensamiento humano a través de las épocas ha tratado de componerse una imagen de Dios para poder llegar a conocerlo, y con qué perseverancia lo ha venido haciendo. Sin embargo, esta imagen de Dios ha tenido una semejanza humana, ha sido una imagen de tres dimensiones.
Y esta forma de llegar a conocer a Dios ha sido como tratar de describir una esfera mientras se tiene la vista fija en la sombra circular que esta esfera proyecta sobre un papel.
Pero, en medio de esta labor perseverante, hay pruebas de que Dios no busca ocultarse sino que, por el contrario, quiere darse a conocer a todos. Ya al comienzo del libro del Génesis Dios se manifiesta como luz; asimismo el profeta Jeremías escribe de Él como diciendo: "Todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande" (Jer 31:34). Y Cristo Jesús dijo "Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Juan 8:32).
¿Será que la cuestión no consiste tanto en conocer y describir a Dios partiendo de nuestro propio esfuerzo personal, sino en dejar que Él se exprese en nosotros? ¿Cómo es que nos proponemos llegar a conocer a alguien a quien de entrada aceptamos que, en su carácter deífico, ya lo sabe todo? Es una proposición que desde el comienzo contiene fallas.
En lugar de pensar en la Deidad como el objeto de nuestro conocimiento, ¿no sería mejor pensar que nosotros somos el objeto del conocimiento de Dios, quien con Su inteligencia se describe a Sí mismo?
En la Biblia, San Juan habla de Dios como Amor. También allí se lo menciona o vincula con términos como Espíritu, Verdad, Vida, entre otros. Y en este número leerá además que los que aquí colaboran se refieren a Él como Principio divino.
Asimismo, en estas páginas verá cómo el Principio divino obra manifestándose en curación, en provisión para el hogar, en armonía entre amigos y familiares, y en descubrimiento de nuevas ideas.
Con afecto,