Ciertamente, el estudio de la Ciencia Cristiana me ha demostrado que Dios es una ayuda siempre cercana. No sólo nos sana físicamente, sino que nos renueva espiritualmente.
Me dijeron que tenía una deformación ósea.
Hace un tiempo, las labores en la compañía que trabajaba se habían ido multiplicando tanto que llegué a sentirme muy agotada. Fue entonces cuando me resbalé en el trabajo y caí de espalda. A partir de allí comencé a sentir fuertes dolores. Al verme tan mal, mi hija me pidió encarecidamente que fuera al médico. Para tranquilizarla fui a verlo. Cuando el doctor vio la radiografía que me habían sacado me dijo que tenía una deformación ósea en la espalda, desde niña. Me dio unos calmantes y me pidió que no tomara otros remedios porque esa condición no tenía cura.
Me sorprendí mucho con el diagnóstico porque nunca había tenido ningún problema. Como siempre recurría a la oración, no tomé los calmantes, y en cuanto llegué a casa llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí. Ella aceptó y me recomendó que reflexionara sobre la definición de hombre en Ciencia y Salud. La misma dice en parte: “El hombre no es materia, no está constituido de cerebro, sangre, huesos, y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios... El hombre es espiritual y perfecto y porque es espiritual y perfecto tiene que ser comprendido así en la Ciencia Cristiana”. (pág. 475) Esto me ayudó a verme como una idea perfecta que no podía estar expuesta al dolor de ninguna clase porque Dios no lo había creado.
En el libro Escritos Misceláneos también encontré una cita que me ayudó mucho. Dice así: “Médico, cúrate a ti mismo. No dejes que nubes de pecado se acumulen y se precipiten en niebla y lluvias de tu propia atmósfera mental. Fija tu mirada en la luz y el iris de la fe”. (pág. 355) Esto me ayudó a ver que estaba albergando pensamientos de tristeza y de injusticia que no me pertenecían.
Lo que ocurría era que yo hacía más de 20 años que trabajaba para esa compañía, y ya me habían insinuado que por mi edad debía retirarme, pero yo no me resignaba. Sentía que era una injusticia, así que ya no me sentía a gusto trabajando allí. Por otro lado, necesitaba la entrada económica. Mi hija estaba estudiando y yo tenía que pagarle la facultad.
La practicista me pidió que dejara de sufrir; insistió en que sintiera gratitud por todo el bien que me rodeaba y fuera feliz porque eso era lo que Dios quería. De pronto me di cuenta de que tenía mucho miedo de dejar de trabajar y necesitaba superarlo. Así que comencé a orar al respecto. Efectivamente, cuando dejé de tener temor el dolor disminuyó y fui mejorando, empecé a moverme con más soltura y a expresar mucha alegría. Esto fue maravilloso porque yo había sido una persona muy alegre, y cantaba y bailaba continuamente. Pero ahora hacía tiempo que estaba sumida en la tristeza y me preguntaba dónde estaba esa alegría.
Al acercarme más a Dios me sentí revitalizada y feliz. Ya hace tres años que estoy libre de ese malestar. Además, tiempo después, mi hija se graduó de la universidad, entonces decidí jubilarme.
Hoy, los hijos ya se han casado, y mi esposo y yo hemos construido más habitaciones en la casa, lo que nos permite recibir y ofrecer alojamiento a la gente. Esto nos brinda una buena entrada económica. Vivo en una atmósfera de luz, de alegría y de libertad. Estoy muy agradecida.
Mendoza, Argentina