Desde niño me resultó muy difícil llevarme bien con mi padre. A él le gustaba que yo fuera un gran deportista, aunque no tenía habilidad para los deportes. Nunca me distinguí en nada que fuera deportivo y esa contrariedad era motivo de desavenencias en la familia. A tal grado que eran muy pocas las ocasiones que yo disfrutaba de la compañía de mi padre. Es más, siempre que podía lo evitaba. Nuestra relación se fue enfriendo a tal punto, que casi no nos hablábamos.
Debido a la situación política en Cuba, mi país de origen, mis padres decidieron enviarnos a mi hermana y a mí a vivir a México con otros familiares y estuvimos separados de mi padre por casi 5 años. Finalmente, pudo salir de Cuba y se estableció en los Estados Unidos. Muy pronto llegó el momento de reencontrarnos.
Yo tenía mucha aprehensión pues pensaba que al volver a unirnos la misma relación fría y distante continuaría. Cual no sería mi sorpresa cuando en el aeropuerto mi padre se lanzó hacia mí y me dio un abrazo tan apretado que casi me ahoga. Su sonrisa denotaba un amor que trascendía cualquier explicación. A partir de ese momento nuestra relación siempre fue muy cordial.
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