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Su hijo sana de taquicardia

Del número de mayo de 2007 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un día vino a visitarnos un amigo que es practicista y maestro de la Ciencia Cristiana. Sucedió que mi hijo menor, de siete años, estaba jugando y de pronto tropezó y se abrió el mentón y empezó a llorar. El niño asiste a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana desde pequeño, así que nuestro amigo se sentó junto a él y le dijo que se calmara y que en lugar de oír lo que su cuerpo le decía, escuchara lo que Dios estaba afirmando. “¿Qué te dice?”, le preguntó. “Que soy Su hijo, que soy espiritual y Él me ama”. El niño aceptó esto, se levantó y siguió jugando. La herida dejó de sangrar y la curación fue prácticamente inmediata.

Tiempo después, me llamaron del colegio para decirme que este niño estaba con taquicardias muy fuertes. Como esto ya le había ocurrido antes, me pidieron que le hiciera un examen más exhaustivo y un electrocardiograma. Él no estaba bajo tratamiento médico, sólo le hacían los exámenes. Cuando los médicos vieron los resultados me dijeron que el niño había heredado una condición de la que sufría mi suegra y que la única solución era operar. Fue entonces cuando comencé a angustiarme. Trataba de aferrarme a Dios con todas mis fuerzas, pero tenía pensamientos muy agresivos, así que le pedí ayuda a una practicista de la Ciencia Cristiana.

Una noche me derrumbé, y mi marido, que no es estudiante de la Ciencia Cristiana pero había sido testigo de las maravillosas curaciones que había tenido con mis hijos, me dijo: “Creo que es tu oportunidad de aferrarte más a Dios, y de superar esta situación de una vez por todas”.

Entonces recordé una frase de un poema que dice: “Sé firme, constante, no dejes el bien, el fuerte es valiente en las pruebas también”. (Himnario de la Ciencia Cristiana N° 18) Esto me fortaleció y me aferré con todo mi corazón a las verdades que había estado aprendiendo. La condición mejoró y prácticamente pararon las taquicardias.

Sin embargo, una noche el niño empezó a sentirse muy mal. Lo acosté y le hablé de la gentil presencia de Dios. Insistí en que nuestra vida es Dios, el Espíritu, y después, se durmió.

Yo le había pedido ayuda a la practicista, así que la volví a llamar para decirle que el niño se había dormido pero seguía con las taquicardias. Entonces ella me preguntó cómo sabía que tenía taquicardia, y le dije que le había tocado el pecho. A esto ella me respondió que debíamos aferrarnos solamente a la verdad de que él es espiritual.

Recordé este versículo de Isaías: “Mirad a mí y sed salvos todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios y no hay más”. (Isaías 45:22) De inmediato pensé en aquella curación instantánea que había tenido mi hijo, y me di cuenta de que debía verlo como Dios lo creó, es decir, perfecto. Así lo hice, y ése fue el fin de la condición; nunca más volvió a tener taquicardia, y no fue necesaria la operación.

Hoy el niño hace ejercicio y juega al fútbol durante varias horas sin problema alguno. Incluso nos hemos mudado a una zona muy montañosa, y él es feliz subiendo y bajando en su bicicleta.

Esta experiencia me ayudó a crecer en mi entendimiento espiritual y a constatar el poder, la presencia y la protección de Dios. Ha sido una bendición infinita, no sólo para mi hijo, sino para toda la familia.


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