Cuando uno de mis hijos tenía trece años, yo trabajaba en la misma escuela donde él estudiaba. Un día estaba en mi salón de clase, cuando vino un estudiante corriendo y me dijo que subiera rápidamente a ver al director. Fui de inmediato y me encontré al director con mi hijo, quien se había tragado el capuchón (tapa) de un bolígrafo.
Ocurrió que el muchacho tenía el bolígrafo en la boca y un amigo le pegó en la espalda, y se tragó el capuchón. Esto había ocurrido hacía apenas unos minutos y mi hijo tenía dificultad para respirar. Además, era obvio que tenía algo trabado en la garganta.
Llamé de inmediato a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mi hijo, quien me dijo que lo haría ya mismo. Cuando colgué el teléfono, yo también estaba orando y hablándole a mi hijo. Un pensamiento que me ha ayudado en muchas ocasiones está en el libro de los Proverbios, y dice: "No tendrás temor de pavor repentino" (3:25). Esto me dio fortaleza para no tener temor.
Otro pasaje de la Biblia me vino al pensamiento: "El amado de Jehová habitará confiado cerca de él. Lo cubrirá siempre y entre sus hombros morará" (Deut. 33:12). Este versículo me decía que podíamos tener confianza en Dios. También pude ver que el temor es una pérdida de confianza en El. Es como una tentación, por lo tanto, cuando se nos presenta podemos aceptarla o rechazarla.
En ese momento traté de ver a mi hijo como el amado de Dios, "cubierto", protegido, y que ni un capuchón de pluma ni ninguna otra cosa podía entrometerse entre él y el amor de Dios. Me mantuve firme sabiendo que él era un hijo amado de Dios, y que eso no era a veces sí y a veces no, porque ese amor era constante y rectificaría la situación.
También pensé en la idea de que nada podía interferir con su respiración, o su vida, que no hay obstáculos para Dios, no hay nada demasiado difícil para Él.
En Ciencia y Salud hay una cita que me gusta mucho. Dice así: "Nada puede perturbar la armonía del ser, ni poner fin a la existencia del hombre en la Ciencia" (pág. 427). Me reconforta mucho pensar que nada puede perturbar la armonía de nuestro ser.
Había que actuar de inmediato y las oraciones fueron eficaces. Momentos después, el capuchón fue ingerido y pudo respirar normalmente. Habremos estado en la oficina unos 15 minutos, y al ver que estaba bien, él siguió con su rutina y yo con la mía. Hoy tiene 25 años y nunca tuvo ninguna secuela por ese incidente.
Fue una muestra más del poder de la presencia de Dios en nuestra vida, y estoy muy agradecida por ello.
Missouri, EE.UU.
