Cuando uno de mis hijos tenía trece años, yo trabajaba en la misma escuela donde él estudiaba. Un día estaba en mi salón de clase, cuando vino un estudiante corriendo y me dijo que subiera rápidamente a ver al director. Fui de inmediato y me encontré al director con mi hijo, quien se había tragado el capuchón (tapa) de un bolígrafo.
Ocurrió que el muchacho tenía el bolígrafo en la boca y un amigo le pegó en la espalda, y se tragó el capuchón. Esto había ocurrido hacía apenas unos minutos y mi hijo tenía dificultad para respirar. Además, era obvio que tenía algo trabado en la garganta.
Llamé de inmediato a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mi hijo, quien me dijo que lo haría ya mismo. Cuando colgué el teléfono, yo también estaba orando y hablándole a mi hijo. Un pensamiento que me ha ayudado en muchas ocasiones está en el libro de los Proverbios, y dice: "No tendrás temor de pavor repentino" (3:25). Esto me dio fortaleza para no tener temor.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!