Hoy en día, hay personas en todo el mundo que buscan alternativas a los procedimientos comúnmente aceptados, ya sea en lo que se refiere a la salud personal, los negocios, la política, el ambiente o a una simple guía para vivir. En parte, intuyen que debe haber algo mejor que lo que los métodos convencionales ofrecen; tienen la certeza de que aún queda otra dimensión por explorar.
Por supuesto, esta convicción no es exclusiva de la vida moderna. Pensadores en todas las épocas han tenido esta intuición e incluso a veces han actuado y cambiado el curso de la historia.
Uno de esos pensadores, Mary Baker Eddy, la descubridora de la Ciencia Cristiana, o la Ciencia del ser como ella la llama, se adhirió a convicciones similares respecto a la naturaleza de la vida. En su autobiografía escribió: "Desde muy niña, un hambre y sed por las cosas divinas—un deseo de algo más elevado y mejor que la materia y aparte de ella—me impelieron a esforzarme diligentemente por saber que Dios es el único grande y siempre presente alivio del dolor humano". Retrospección e Introspección, pág. 31.
Su búsqueda llega al corazón de muchos. Ciertamente, debe haber algo "más elevado y mejor que la materia y aparte de ella". Con el tiempo, descubrió ese "algo" y pasó el resto de su vida explicando su descubrimiento a los demás. En sus propias palabras, este descubrimiento era "Vida en el Espíritu y del Espíritu; siendo esta Vida la única realidad de la existencia". Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 24.
Esta Ciencia del ser cambia la definición misma de la vida desde una perspectiva material a una espiritual. La Vida ya no se define en términos de una "v" minúscula, sino en términos de una "V" mayúscula, siendo la nuestra la expresión de la Vida divina. La Vida también es entendida como Espíritu divino, puesto que comprende en su ser todas las características, atributos y cualidades del Espíritu. Esta Vida divina expresa todo lo que existe en la creación, incluso a los individuos, a medida que se reconoce y acepta que la naturaleza divina de la Vida es suprema. Hace siglos. Jesús indicó claramente que esa Vida era el Espíritu, cuando alentó a sus seguidores a adorar y a comprender a Dios "en Espíritu y en verdad" porque "Dios es Espíritu". Juan 4:24.
No obstante, esta forma de comprender la vida/Vida no es una alternativa a las creencias tradicionales porque no depende, como éstas, de la suposición de que la vida se basa en la materia. Más bien, podemos ver esta perspectiva como un alterante. El World Dictionary define la palabra alterante como "tendiente a causar una transformación; a restaurar la salud". Y ver la Vida como el Espíritu divino la ve altera la manera en que comprendemos la sustancia de nuestra vida y su definición. Esta sustancia existe enteramente en y del Espíritu, no está compuesta de objetos materiales, sino de ideas divinas que expresan la naturaleza de Dios. El propósito de este alterante es regenerar totalmente la existencia cambiando la suposición de que la vida está basada en la materia, para percibir la vida basada exclusivamente en el Espíritu. Y el efecto de dicho cambio es la curación.
A menudo la gente piensa que la curación consiste en volver algo a su estado original. Pero ¿cuál es ese estado original? Cuando buscamos curación, ¿estamos intentando devolver sustancia, facultad o función a la materia sana? ¿0 la verdadera curación transforma la manera en que vemos la sustancia, la facultad o la función? Concentrarse únicamente en volver lo que nos aqueja a un estado material de buena salud, hace que seamos susceptibles a sufrir del malfuncionamiento o deterioro de la materia en un futuro cercano. Para ser totalmente sano es importante corregir no sólo los síntomas, sino también la suposición que los provocó. Con frecuencia esa suposición es que la sustancia con la que estamos lidiando es materia. Esa suposición debe enfrentarse con toda prontitud.
Por ejemplo, si uno está teniendo problemas con la vista, lo que se necesita no es tanto corregir el aspecto de la materia que no está bien (el iris, el nervio óptico o la retina), sino obtener un sentido espiritual de lo que constituye la vista. En el Glosario de Ciencia y Salud, la definición de ojos señala dos elementos fundamentales: la esencia espiritual de la vista como discernimiento espiritual y la necesidad de ver la vista como algo mental, no material. Ciencia y Salud, pág. 586.
Hace muchos años que me dedico al ministerio de curación de la Ciencia Cristiana, y he visto varias curaciones de la vista. Estas curaciones se produjeron cuando las personas cambiaron su enfoque, y en lugar de tratar de restaurar los ojos a un estado material saludable, percibieron la necesidad de usar la esencia de la vista como discernimiento espiritual. Se dieron cuenta de que necesitaban ver las cosas desde un punto de vista espiritual, en otras palabras, desde la perspectiva que ve el Espíritu divino. Esta facultad de la vista o discernimiento es un don mental, y proviene de la Mente divina. Nadie necesita andar a ciegas tratando de imaginar cómo ve Dios la existencia. Más bien, debemos escuchar y permitir humildemente que la Mente nos revele lo que necesitamos ver. De esta manera, alteramos nuestro enfoque, y en lugar de tratar de mejorar la materia, empleamos la facultad espiritual de ver.
Este mismo enfoque puede apoyar cualquier intento de restaurar la salud al cuerpo. Por ejemplo, si se trata de una enfermedad del corazón, uno podría aceptar la necesidad de permitir que las ideas de la Mente circulen en la consciencia y disuelvan los errores acumulados de un falso sentido del yo—la justificación propia, el engreimiento o la obstinación—y reemplazarlos por la abnegación, la humildad y la pureza. Ejercitar nuestro "corazón" de esta manera no envuelve un proceso material, sino mental. Significa ejercer los sentimientos más profundos del Amor divino y permitir que incluyan todo lo que vemos y hacemos.
Si se trata de problemas digestivos, podemos dejar de creer que lo que tenemos que hacer es vigilar lo que comemos, y en cambio, comprender que sólo necesitamos ingerir o "digerir" las ideas de la Mente divina. Tal vez quisiéramos practicar la anatomía mental, en la que determinamos la naturaleza de las ideas que nos vienen al pensamiento. ¿Son materiales o espirituales? ¿Están colmadas de suposiciones y situaciones materiales, o son hechos espirituales y verdaderos que provienen de la inteligencia divina? Si pensamos que embarcarnos en ello es una ardua labor, y decimos "¿quién es capaz de pensar correctamente todo el tiempo?," es bueno recordar que nos apoyamos en una capacidad mental que no es nuestra solamente. Más bien, estamos dependiendo de la manifestación de la Mente divina para que incluya nuestro pensamiento y consciencia por completo. La verdad es que no toma más tiempo ni esfuerzo pensar acertadamente de lo que toma pensar desacertadamente.
El medio ambiente es la suma de ideas activas.
La necesidad de alterar el pensamiento se aplica no sólo a corregir los temas concernientes al cuerpo, sino virtualmente a todos los aspectos de la vida humana. Una de las actuales preocupaciones de la humanidad es cómo vivir de manera compatible con el medio ambiente, lo que, en realidad, no es nada nuevo. Podríamos comenzar preguntándonos: "¿Cuáles son nuestras suposiciones fundamentales respecto al medio ambiente?" Si pensamos que se trata de un conjunto de elementos materiales, lo más probable es que nos encontremos de inmediato con problemas. Sin embargo, considero que necesitamos ver el medio ambiente más como ideas en actividad, que como una suma de elementos materiales.
El Espíritu divino lo creó todo, y debido a su naturaleza no hay nada en el Espíritu que pueda crear la materia. Lo que sí creó fueron conceptos espirituales —las ideas de la Mente divina— y estas ideas no son entidades estancadas. Por el contrario, se están revelando siempre debido a la naturaleza de su fuente infinita y continuamente activa. De estos hechos se deduce que el medio ambiente es un conjunto de ideas divinas, que se desarrollan eternamente. Si creemos que nuestra responsabilidad es tratar de preservarlo en su estado actual, pronto encontraremos que nuestro esfuerzo es en vano.
Nuestro medio ambiente cambia y se desarrolla constantemente, y es nuestra responsabilidad comprender cómo lo hace. El desarrollo espiritual no es pasar de inmadurez a madurez, de un estado incompleto a otro completo, ni de volver de un estado de destrucción a uno de perfección. Cada una de las ideas divinas que constituyen el medio ambiente ya incluye su madurez, integridad y totalidad inherentes. Lo que se está desarrollando es la manifestación de su complejidad, las diversas facetas de su integridad. A medida que apreciemos ese proceso ya no intentaremos evitarlo (que por supuesto es inútil), ni trataremos de forzar a que esa idea espiritualmente completa adopte la forma que creemos que debe tomar. En cambio, podemos aprender de ella y ver en su expresión algún aspecto de lo divino.
La Ciencia Cristiana explica que podemos discernir el hecho o la realidad espiritual que yace detrás de todo lo que perciben los sentidos materiales. Véase Ciencia y Salud, pág. 585. Ese hecho espiritual revela, inevitablemente, algún aspecto de la naturaleza divina. Yo pude ver el efecto práctico de ese discernimiento cuando alguien que conozco se encontró en medio de un incendio que amenazaba su hogar. Atrapada por las llamas avivadas por el fuerte viento, ella volvió su pensamiento hacia los elementos ambientales que estaba enfrentando: fuego y viento. Recordó que Ciencia y Salud explica el significado espiritual de esos términos diciendo que el fuego simboliza purificación y el viento tiene que ver con "los movimientos del gobierno espiritual de Dios". Véase ibíd., págs. 586 y 597. Dado que Dios es el Amor mismo enteramente bueno, nada en ese gobierno divino podía permitir que hubiera destrucción, que es lo que normalmente se espera cuando se combinan viento y fuego.
El Espíritu divino redefine nuestra vida constantemente.
Con estas verdades espirituales en mente, mi amiga no oró para restaurar un estado material que antes era armonioso, sino para comprender cómo la Mente gobierna lo que crea por medio de su naturaleza y carácter. Como resultado, el viento cambió de dirección y sopló el fuego de nuevo hacia el área que ya había quemado, con lo que su casa y su vecindario estuvieron a salvo. Ella no usó la oración como una alternativa a otras técnicas para apagar el fuego, sino como un alterante que elevó su pensamiento fuera de la sensación de que estaba atrapada en la materia hacia la comprensión de que vivía en el ambiente divino que sólo puede estar bajo el gobierno espiritual de Dios.
Durante más de 125 años la mayoría de la gente básicamente ha considerado la Ciencia Cristiana como una alternativa a otros métodos de atención a la salud. Y con buena razón. Los Científicos Cristianos durante ese tiempo han dado prueba fehaciente del poder de la oración y de la espiritualización del pensamiento para responder a todo tipo de necesidades, entre ellas la atención a la salud. Como explicó Mary Baker Eddy, uno de los propósitos de esta Ciencia del ser es aplicarla a las necesidades de la humanidad. Y en verdad tenemos muchas oportunidades para demostrar cómo se puede aplicar este sistema científico de orar a cada aspecto de la experiencia humana. Pero por debajo de esas oportunidades yace una aún mayor. Me refiero a la posibilidad de ser un alterante y de unirnos en la labor de ayudar a otros a percibir la libertad y la curación que se logra cuando se comprende este punto tan importante de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana: que la vida está en el Espíritu y pertenece al Espíritu, y no existe en la materia.
Algunos teólogos han criticado la práctica de la Ciencia Cristiana porque dicen que es una "teología de éxito". Es decir, que la práctica de esta religión se concentra primordialmente en tener éxito y confort. También deducen que la práctica de la Ciencia Cristiana se aparta del enfoque más tradicional de la teología que es el de promover la redención y la regeneración. Por supuesto que una comprensión de las enseñanzas de la Ciencia Cristiana revela que esa crítica no tiene fundamento alguno. La práctica de la Ciencia Cristiana no es nada menos que un proceso regenerador, y llega hasta el nivel más profundo de ese proceso, elevando a la humanidad por encima de la suposición de que fue puesta en la materia "para labrarla y guardarla". Génesis 2:15, según Versión King James. Oponiéndose a esa descripción de la creación, el primer capítulo del Génesis enseña que Dios no creó al hombre como una entidad material, sino espiritual, y que el propósito del hombre y la mujer en la vida no es el de guardar ni mantener la materia, sino el de ser liberados de ella.
¿No es esta la verdadera redención, llegar a percibir nuestra integridad y unidad con Dios? No se trata de una promesa fuera de este mundo. Nosotros realmente podemos vivir y vivimos esta promesa de integridad aquí y ahora en este momento de nuestra experiencia presente. Pero es necesario estar alertas para no caer en la tentación de pensar que nuestras oraciones son un intento de vestir y mantener la materia, y percibir, en cambio, la satisfacción que proviene al desechar, paso a paso, la creencia de que la materia constituye nuestra sustancia, facultades o funciones. Cada esfuerzo que hacemos por lograr la curación científica mediante la oración, nos lleva más allá de la creencia de que estamos logrando una vida material más placentera, y nos hace comprender que el Espíritu redefine nuestra vida constantemente. Éste es el logro final, una aventura que no tiene límites. Este sistema poderoso—esta Ciencia del ser—responde a esa intuición de que hay algo más, algo mucho más importante que una vida existente en la materia. Y la práctica de esta Ciencia nos lanza a explorar nuestro verdadero reino de la vida, el reino del Espíritu divino.
    