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Para Jóvenes

VALOR para cambiar de curso

Del número de mayo de 2008 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


He descubierto que las típicas "recetas para alcanzar el éxito" puede que no incluyan los ingredientes adecuados para el éxito espiritual. La sociedad a menudo dice que la ambición, la educación en escuelas prestigiosas y el logro de muchas metas, asegura que uno se sienta realizado. No obstante, estas expectativas pueden a veces parecer abrumadoras, especialmente cuando nuestros planes no siguen una norma prescrita. Pero estoy aprendiendo que nada se compara con escuchar lo que Dios tiene que decir y dejar que el curso de nuestra vida responda a Su plan.

La primavera pasada, cuando faltaban varios meses para graduarme de la universidad, pensé en prepararme para el futuro y me dispuse a disfrutar plenamente de la escuela sin las ansiedades típicas del último año. Por un lado, me había asegurado un empleo en una firma financiera consultora muy conocida en la ciudad de Atlanta, donde había hecho una pasantía. Por otro, había hecho planes para alquilar un apartamento con uno de mis mejores amigos, e incluso habíamos decidido en qué edificio viviríamos el año siguiente. Hasta me sentía casi culpable de estar tan tranquilo por el futuro, mientras mis amigos estaban luchando por encontrar trabajo y ser aceptados para hacer sus estudios de postgrado. Decir que los estudiantes de mi facultad se sentían altamente motivados y abrumados al mismo tiempo, es poco. En las fiestas me encontraba con gente que se había graduado y que les iba muy bien. Eran cultos, inteligentes y ganaban mucho dinero. Me llegué preguntar si yo tendría que seguir un camino similar al de ellos.

Cualquiera diría que los planes que había hecho garantizaban un éxito seguro. Fue entonces que pensé: "¿Me siento realmente contento con estos planes? ¿Voy a poder progresar espiritual e intelectualmente en ese ambiente?" Al principio pensé que eran las dudas típicas que tienen los que deben tomar decisiones importantes, así que las ignoré hasta que llegó el último mes de clase.

Allí fue cuando esos pensamientos se hicieron tan fuertes e insistentes que decidí ser totalmente honesto conmigo mismo. Empecé a ver que quizás no me sentía tan entusiasmado con esos planes porque se basaban más que nada en lo que me resultaba familiar, y respondían a lo que yo creía que era la expectativa de los demás. Por otro lado, para mí era muy importante demostrar que tenía todo bajo control. Había estado dando pasos con mucha decisión, sin prestar mucha atención a cuál era el lugar que Dios tenía en mi camino espiritual en la vida. El deseo de parecer bien informado ante mis amigos y familiares había sido más fuerte que el deseo de escuchar la dirección de Dios. Me había olvidado de reconocer que Él tenía el control y sabía lo que era mejor para mí.

Aunque estaba agradecido por esa llamada de atención, no tardé en sentirme inseguro por los próximos pasos que debía dar respecto a mi carrera. Para colmo, faltaban tan solo cuatro semanas para la graduación y no era el momento más conveniente para tener una revelación así. ¿Acaso tenía que cambiar todo y empezar de nuevo?

Los primeros pasos que di para encontrar un nuevo camino fueron vacilantes y llenos de dudas. Por ejemplo, recuerdo que hice una búsqueda de "carreras interesantes" en diferentes sitios de la Web. Hice algunos exámenes de personalidad, tratando de imaginarme en diferentes situaciones profesionales. Pero esto no llegó a ser útil ni productivo. Entonces me di cuenta de que, antes de dar otro paso, tenía que reemplazar esa energía provocada por los nervios con la serenidad que proviene de Dios. Primero oré por tener la tranquilidad de reconocer la presencia de Dios antes de actuar.

En los días que siguieron comencé a dejar de lado mis planes preconcebidos y la presión que había estado sintiendo empezó a desaparecer. Poco a poco, me embargó una sensación de paz, cuando de pronto cometí el error de comentarles a mis amigos lo que había estado pensando. Aunque ellos eran bien intencionados, sus comentarios me hicieron sentir inseguro otra vez. Me dijeron cosas como: "¿Estás loco? ¿Ya tienes un trabajo y un lugar donde vivir, y estás pensando en hacer algo diferente?" Empecé a sentirme estúpido por incluso cuestionar lo que parecía estar ya arreglado. También me pregunté si la gente no pensaría que era muy arrogante de mi parte hacer cambios tan drásticos a último momento.

Contarles a otros acerca de mi situación abrió la puerta al escepticismo y eso no me ayudaba en lo que para mí era una transición basada en la oración. De modo que, a partir de ese momento, decidí que la búsqueda para encontrar dirección y un trabajo satisfactorio sería con Dios y sólo con Dios. Yo sabía que Él es mi Padre y mi Padre y mi Madre, y que no se reiría de mi repentino cambio de planes pensando que era un excéntrico. También sabía que Dios no pronosticaría mi futuro a través de la desalentadora niebla del razonamiento humano.

Los primeros pasos que di para encontrar un nuevo camino estuvieron llenos de dudas.

Durante los meses siguientes, ni bien me aparté de las opiniones ajenas, mi búsqueda se centró más en Dios y fue mucho más satisfactoria. En lugar de leer los clasificados y pasar horas buscando trabajo en sitios de la Web, fui literalmente guiado a nuevas oportunidades. Por ejemplo, me comuniqué con una agencia de búsqueda de empleo por un puesto que me interesaba, sólo para enterarme de que ya habían contratado a alguien. Sin embargo, el agente muy pronto me conectó con una firma de abogados, la cual me pagó el viaje para que fuera a la ciudad de Washington ese mismo fin de semana para una entrevista. Así fue como descubrí que ellos practicaban el tipo de derecho que siempre había pensado estudiar. En ese viaje también me di cuenta de que Dios me había enviado allí con otro propósito. Me quedé con un buen amigo de la universidad quien me dijo que estaba buscando un compañero de cuarto para el próximo año. Muy pronto me ofrecieron el puesto e hice arreglos para quedarme a vivir con mi amigo.

Cuando me preparaba para hacer la mudanza, yo sabía que debía continuar orando para mantenerme mentalmente tranquilo y escuchar la dirección de Dios que me había llevado hasta allí, y dejar de lado las opiniones y puntos de vista ajenos. Escuchar más en vez de planear era un concepto totalmente nuevo para mí. En lugar de aceptar que me sentiría abrumado al comenzar una nueva vida en otra ciudad, me aferré a la idea de que Dios me haría ver claramente cuál era la actividad más importante que debía resolver en ese momento. Cuanto más oraba, más comprendía que Dios nunca querría que yo estuviera a las corridas, perdiendo el tiempo y sintiendo que no había logrado nada. Debía glorificarlo a Él: ése era el cambio de dirección que había hecho en mi vida.

El trabajo resultó ser ideal para mí; todo lo que requería se manifestó sin problema alguno y a la medida de mis necesidades. Por ejemplo, mis vecinos me regalaron los muebles que necesitaba para mi apartamento. Pude ver que el cuidado completo de Dios abarcaba no sólo las necesidades más grandes, sino también los detalles más pequeños. El cambio tan poco convencional que había hecho no me había perjudicado en nada. Simplemente había aumentado mi confianza en Dios.

Poco después de mudarme, recibí un correo electrónico de la supervisora de la firma consultora en Atlanta. Ella y su socio eran la única razón por la que había considerado trabajar en esa empresa. Ellos habían sido grandes mentores para mí cuando era pasante: me habían hecho conocer la empresa, participar en proyectos de alto nivel y se habían interesado sinceramente en mi desarrollo personal. Sin embargo, mi supervisora me dijo que los dos habían decidido dejar esa compañía.

Esto me hizo ver con absoluta claridad la visión y sabiduría infinitas de Dios. Como ha ocurrido innumerables veces en mi vida, también me ayudó a comprender más que nunca lo limitado que puede ser mi propio entendimiento. Hubiera sido fácil rendirme ante el temor. Tal vez podría haber hecho una lista de los pros y los contras para evaluar si era razonable hacer un cambio estando tan cerca de graduarme. Podría haber considerado seriamente los comentarios de mis amigos y haber hecho lo que la tradición decía, o haber escuchado lo que el consenso general piensa de las decisiones que se toman a último momento. Sin embargo, con esta experiencia me convencí aún más de que nada se puede comparar con el poder que emana de Dios.

Puede que hayas escuchado decir que "el Señor obra de formas misteriosas". Para mí esto quiere decir que la manera en que Dios obra no siempre está de acuerdo con lo que nosotros creemos que es lo mejor. No hacemos nada malo cuando seguimos la dirección inusual de Dios y nos apartamos de la idea de que estamos decepcionando a los demás o no tenemos en cuenta lo que piensan. De hecho, he descubierto que dejar de lado las sutiles presiones asociadas con la carrera y los acontecimientos importantes en la vida, me brinda la libertad de seguir un curso único que glorifica a Dios. No fue sino hasta que dejé totalmente de lado la idea de planear las cosas para tener control de mi vida, que me sometí a Su guía en todos los aspectos de mi nueva travesía.

Mi trabajo ha sido muy interesante. He conocido a personas con las que comparto valores e intereses comunes, y he aprendido nuevas cosas sobre cómo vivir en una nueva ciudad. Estas son experiencias que yo no podría haber previsto jamás. Ha sido maravilloso.

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