Cada vez que veo en los noticieros o en los diarios informes acerca de catástrofes climáticas o desequilibrios que ponen en riesgo el bienestar de la gente, mi corazón se ve movido, como el de mucha gente, a orar.
Aunque a primera vista pueda parecer que es una circunstancia externa a nosotros, sobre la cual nada podemos hacer, encontramos en la Biblia muchos relatos en los cuales la oración de hombres consagrados logró poner a raya los peligros inminentes por problemas atmosféricos. Por ejemplo, se cuenta que el profeta Elías oró y "los cielos se oscurecieron con nubes y viento, y hubo una gran Iluvia". 1° Reyes 18:41-46. También en el Evangelio según Mateo dice que Jesús estaba con sus discípulos en una barca y se desató una gran tempestad, y él "levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo grande bonanza". Mateo 8:26.
Tiempo atrás leí un cuento tradicional chino que me ayudó a comenzar a entender un poco más cómo opera el pensamiento en estas circunstancias. La historia contaba acerca de un pueblo que estaba sufriendo una sequía. Entonces Ilamaron a un "hacedor de Iluvia", hombre que según decían, tenía la capacidad de ocasionar esto. El señor Ilegó al pueblo, y después de estar unos días en un lugar a solas, comenzó a Ilover. Cuando le preguntaron qué había hecho, dijo que al Ilegar y ver que las plantas se secaban, los animales se morían y todo el mundo estaba preocupado por ello, se sintió perturbado. Entonces se dio cuenta de que primero necesitaba tranquilizar su propio pensamiento. En cuanto estuvo en paz, se restauró la armonía a su alrededor, y como lo que faltaba era agua, simplemente Ilovió.
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