Conocí la Ciencia Cristiana hace 23 años debido a una enfermedad que le detectaron a mi hijo menor.
En aquel entonces él tenía ocho meses de edad, y en una de las visitas a la pediatra, a ésta le llamó la atención que el contorno del cráneo del niño era dos centímetros mayor de lo normal. Consulté con mi hermano que es médico, y me recomendó un colega que tenía el equipo más avanzado para estos casos. Llevé al niño y le hicieron una ecografía que indicó que tenía hidrocefalia. Aquí empezó mi peregrinaje de doctor en doctor. El médico neurólogo encontró una opacidad en el ojo izquierdo y dijo que éste era un daño irreversible, y que el niño tendría que usar lentes el resto de su vida; luego se le hizo un scanner, que ratificó el diagnóstico. En seguida, lo vio el neurocirujano que dijo que se había detectado a tiempo y que se podía corregir implantanto en el cerebro una válvula y evitar así que hiciese daño. Los doctores pensaron que probablemente no había dañado el cerebro.
Acordaron que la operación debía realizarse en un mes, a menos que observara ciertos síntomas, en cuyo caso debía operarse de inmediato. En todo este proceso no le recetaron ningún medicamento.
Yo no había querido comentar con nadie lo que ocurría porque no deseaba que miraran a mi hijo con lástima, pero estaba muy preocupada. En aquella época mi esposo y yo teníamos vidas separadas, pero él hizo lo que pudo para ayudar.
Sucedió que en esos días tuve que asistir a una convención en otra ciudad y al ver mi preocupación mi compañera de cuarto me preguntó qué me pasaba. Cuando le conté, ella me preguntó si quería salvar a mi hijo y me recomendó que me comunicara con una practicista de la Ciencia Cristiana y así lo hice.
Llegado el día de la cita junté todos los exámenes de mi hijo y fui a verla. Ni bien llegué le comenté lo que ocurría y elle muy amorosamente tomó los exámenes y los puso de lado. A continuación empezó a hablarme de Dios. Luego tomó la Biblia y leyó: “Y creó Dios al hombre a Su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra”.Véase Génesis 1.
Le dije que yo conocía ese pasaje pero no veía qué tenía que ver con mi hijo. Ella me dijo que el niño no había nacido para sufrir, sino para tener dominio no sólo sobre toda criatura, sino sobre todo sufrimiento. Luego empezó a hablarme del libro Ciencia y Salud donde explica ese relato del Génesis. Dios es Espíritu, y el hombre y la mujer son la idea, o reflejo, del Espíritu, no una creación de la materia. Le comenté que siempre había pensado que tenía que morir para poder llegar a ver toda esa magnificencia de Dios y sentirme cerca de El. Pero ella me aseguró que podía sentirlo allí mismo.
Salí de esa visita con un sentido tan claro de que la creación de Dios es espiritual, que fui a una Sala de Lectura, compré Ciencia y Salud y empecé a leerlo. La practicista comenzó a orar por el niño, como yo le había pedido.
Este estudio fue increíble para mí. La “declaración científica del ser” me impresionó mucho porque me reveló el origen totalmente espiritual de mi hijo. La misma dice: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia. Todo es Mente infinita y Su manifestación infinita, porque Dios es Todo-en-todo. El Espíritu es Verdad inmortal; la materia es error mortal. El Espíritu es lo real y eterno; la materia es lo irreal y temporal. El Espíritu es Dios, y el hombre es Su imagen y semejanza. Por lo tanto, el hombre no es material; él es espiritual”. Ciencia y Salud, pág. 468. Leer estas declaraciones fue como ver cortinas que se iban descorriendo hasta llegar a ver una luz maravillosa. Pasé de conocer al hombre y a la mujer pecadores y condenados al sufrimiento, a conocer a todos, incluso a mi hijo, como espirituales, creados por el Amor divino, por siempre sanos y perfectos. Para mí fue como una resurrección, un despertar que me permitió percibir quién es Dios y quién soy yo. Me cambió la vida.
Tres semanas después, llevé al niño a hacerle los dos exámenes finales antes de la operación. Cuando fuimos él estaba un poco resfriado por lo cual no pudieron darle una inyección para que se durmiera. La enfermera me pidió que le diera la mamadera [biberón]. El niño, a pesar de ser muy chiquito, no estaba acostumbrado a dormir siesta, sin embargo, cayó en un sueño tan profundo que pudieron hacerle el electroencefalograma y después el examen de fondo de ojo. Yo ya le había explicado a la doctora la condición de mi hijo, pero ella al revisarlo me dijo que el niño estaba bien, que no había daño alguno en la papila, lo único que se veía era un trastorno típico del crecimiento de un bebé. ¡Ahí se me empezó a enchinar la carne!
Siguió el proceso, empezaron a ver el encefalograma y la técnica que lo estaba viendo me dijo que el niño estaba perfectamente bien, que todo era normal.
Recuerdo que era miércoles, así que averigüe la dirección de la iglesia de la Ciencia Cristiana y asistí al servicio de testimonios y relaté lo sucedido. Fue tan impactante para mí ver cómo se estaba manifestando el poder divino, la grandeza de Dios, transformando el pensamiento y restaurando la salud.
Los médicos que lo estaban tratando no lo podían creer al ver los resultados de los últimos exámenes. Mi hermano tampoco. El niño sanó por completo y nunca le hicieron ninguna intervención. Creció saludable, feliz e inteligente. Hoy tiene 23 años y está terminando su carrera de ingeniería industrial en la universidad.
La Ciencia Cristiana es el tesoro más hermoso que he recibido.