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La curación metafísica

Todos merecen ser sanados

Del número de enero de 2009 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Durante los diez años que Keith Wommack tocó en su conjunto de rock The Wommack Brothers Band, nunca viajó sin la Biblia y los escritos de Mary Baker Eddy. Su banda compartió el escenario con famosos como Stevie Ray Vaughan, Elvis Costello y Journey. Keith amaba y ama la música. No obstante, de a poco comenzó a alternar la práctica de guitarra y composición de canciones con la lectura, el estudio y la reflexión de ideas espirituales, y empezó a sanar a otros con lo que aprendía. Cuando dejó la banda en 1982, entró inmediato en el ministerio sanador de la Ciencia Cristiana. “Descubrí que las canciones podían traer tranquilidad y elevar el espíritu por un tiempo limitado”, dice Keith, “pero sólo el entendimiento espiritual podía sanar realmente”.

Diez años después Keith se casó e instantáneamente se transformó en el padrastro de los dos hijos de su esposa. Como entrenador de béisbol de las pequeñas ligas, maestro ayudante de niños exploradores y entrenador de ajedrez, durante 15 años Keith participó activamente en la vida de sus hijos hasta que se fueron a la universidad. Hace ya 25 años que Keith es practicista, 14 que es maestro y 7 que es conferenciante de la Ciencia Cristiana. Él y su esposa Joanne viven en Corpus Christi, Texas, Estados Unidos.

Keith y yo conversamos recientemente por correo electrónico.

Como sabes, el sello de la Ciencia Cristiana que aparece en la portada de esta revista tiene alrededor del emblema de la Cruz y la Corona el mandato de Jesús a todo aquel que anhela seguirlo: “Sanad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, echad fuera demonios”. Mateo 10:8. Me gustaría concentrarme un poco en la frase “limpiad leprosos”. Hoy esto parece algo extraño porque la lepra ya no es el flagelo de la civilización como era en la época de Jesús. ¿Qué piensas de la vigencia de este mandato?

Que es muy importante, porque es como una metáfora de los tipos de dolencias que amenazan hoy a la gente, y que sin duda lo seguirán haciendo hasta que éstos dejen de verse como materiales.

El Evangelio según San Marcos cuenta la historia de cuando Jesús sana a un leproso. El hombre le dice: “Si quieres, puedes limpiarme. Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio. Y así que él hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquél, y quedó limpio”. Marcos 1:40–42.

Algunos consideran que las condiciones parecidas a la lepra en la actualidad, como en la antigüedad, son una señal del disgusto de Dios y de su castigo por el pecado. En mi práctica he visto que limpiar al leproso no sólo significa sanar problemas físicos, sino también liberar a las personas de la creencia de ser un paria, de no sentirse amado o de ser un pecador miserable, sin esperanza de curación. La Ciencia Cristiana revela que no somos mortales que se preparan para que Dios los reciba en el futuro. Esta Ciencia nos enseña a liberarnos de la falsa creencia de que el hombre—y aquí uso el término genérico que incluye a hombres y mujeres—pueda ser en algún momento impuro. Esta regeneración nos hace tomar consciencia de que siempre hemos estado rodeados por el abrazo eterno de Dios. Estamos siempre unidos a Él.

He aprendido que hay dos formas en que debo conocerme a mí mismo y a los demás. Primero: debo saber que todos somos la idea espiritual y perfecta de Dios. Segundo: debo reconocer las debilidades y pecados que he aceptado como parte de mí mismo y de los demás. Luego uso la primera idea para liberarme de la segunda.

En Levítico, la lepra es descrita como la más seria de todas las formas de inmundicia. Obligaba a la persona a vivir alejada de los demás, totalmente apartada de toda la congregación de Israel. Los leprosos no podían acercarse ni tocar a nadie. Se les exigía advertir de su presencia a los demás gritando: “¡Inmundo! ¡Inmundo!” Esto era para que los demás supieran que debían mantenerse alejados. No sabemos exactamente qué diagnosis daría un médico moderno a la enfermedad del leproso que menciona Marcos, pero si era similar a la lepra moderna, conocida como enfermedad de Hansen, la víctima de este diagnóstico aceptaría la sugestión de que estaba perdiendo todo sentido del tacto.

Si critico a los demás o me fijo en sus errores, no estoy viendo la Creación de Dios.

Todo mal o creencia malévola que no se corrige en el pensamiento parece crecer y empeorar. Lo mismo ocurre con la creencia en la lepra. Aquellos que aceptaban esta creencia quedaban sin sentido del tacto, y con el tiempo se lastimaban los dedos, pies y manos. Podían golpearse, cortarse o infectarse y no se daban cuenta. Y, como una creencia malévola provoca la caída de aquellos que no se defienden de ella, muchos leprosos se quedaban ciegos porque al no tener sensación en los ojos, se olvidaban de parpadear. Eran los seres más solitarios del mundo. Como muchos otros, eran ciegos, pero a diferencia de la mayoría de las personas ciegas, los leprosos no podían usar sus manos para tener las sensaciones e interactuar con el mundo que sus ojos no les permitían ver.

La lepra se podría considerar como un símbolo de lo que es estar perdido. Para el sentido material, la lepra es un vívido cuadro de cómo el pecado va destruyendo lentamente quién eres, derrumbando todas tus relaciones, dejándote finalmente solo, despreciado, rechazado y sin esperanza. Así que no es de extrañar que Jesús haya incluido “limpiad leprosos” en sus mandatos a sus discípulos. Y pienso que es obvio que este mandato sigue teniendo mucha importancia. Pero ¡qué mentira tan grande acerca de la creación de Dios! ¿Acaso el Amor divino haría a Su hijo capaz de sufrir y de perderse de esa manera? ¿Acaso la Mente divina dejaría en algún momento de cuidar del cuerpo humano? ¿Podría el Alma inmortal hacer que dejáramos de sentir?

De ninguna manera. Así que cuando oro, mi oración más profunda es para tener la habilidad de seguir en cierto grado el ejemplo de Jesús, de limpiar al hombre, al cual el pecado le ha quitado todo, y de limpiar a la mujer que no puede sentir ni ver su verdadero valor. Y así, ayudar a la gente a despertar para que perciba que su relación con Dios es inalterable y alcanzarlos con el amor sanador y restaurador que fluye de Dios.

Creo que muchos piensan que han hecho cosas en su vida por las que no merecen sanar. Y considero que tu percepción acerca de lo que simboliza la lepra puede ayudar a la gente a liberarse de esa noción tan absurda. Todos merecen ser sanados, ¿no es así?

Definitivamente. Todos merecen despertar y sentir que el Cristo eterno, la Verdad, está presente en ellos, para verse como Dios los ve, sin pecado, sanos y libres. Merecedores de ser sanados ahora mismo.

Hace unas semanas vi por televisión el programa “Bill Moyers Journal”, donde Moyers conversó con el Arzobispo Desmond Tutu, quien obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 1984 por su rol como líder uníficador en la campaña para desmantelar el Apartheid en Sudáfrica. Moyers le preguntó: “¿Qué hace uno realmente cuando perdona a alguien?” Y Desmond Tutu respondió: “Usted básicamente está diciendo: 'Yo renuncio a mi derecho a vengarme... Al haber abusado de mi usted me ha lastimado... me ha hecho un mal. Con esto me ha otorgado un segundo derecho... el de negarme a perdonarlo. Podría decir que tengo el derecho de desquitarme'. Cuando perdono digo: 'Rechazo este derecho y le doy a usted la oportunidad de empezar de nuevo'. Eso es lo que hago cuando lo perdono". Digo esto porque me parece que para que alguien se sienta valioso y que merece sanar, es necesario perdonar, que se perdone a sí mismo, que aprenda a dejar en libertad no sólo a los demás, sino a si mismo, para que se abran puertas de oportunidad y pueda empezar de nuevo".

El perdón es un factor muy importante en la curación. Y Desmond Tutu lo dijo muy bien. El perdón, ya sea hacia uno mismo o hacia los demás, significa empezar de nuevo con amor, haciendo borrón y cuenta nueva.

Si critico a los demás o me fijo en sus errores, no estoy viendo que Dios los creó, los ama y los guía. Si quiero ser un sanador consecuente, tengo que esforzarme por ver a todos de la mejor manera, como espirituales y perfectos. No importa lo que otra persona esté haciendo o haya hecho, sino cuánto del amor de Dios expreso yo como para que mis oraciones sean eficaces.

A veces me doy cuenta de que tengo que ir más allá del dolor y del enojo para perdonar. Pero puedo hacerlo. El ánimo del Cristo nos impulsa y fortalece para lograrlo. Jesús, durante su crucifixión, pudo orar diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Lucas 23:34. Es el Cristo—la influencia de Dios en la consciencia humana—el que limpia las manos. El Cristo es el borrador divino, el poder salvador y sanador de Dios que Jesús demostró. Jesús fue el hombre, y el Cristo su manera de pensar. Es el Cristo lo que me impulsa a amar lo que Dios ve en la otra persona. Cuanto más comprendo y respeto esta naturaleza del Cristo, y aprecio el gran amor y sacrificio de Jesús, tanto más soy capaz de amar, sanar y perdonar.

¿Qué otra cosa además del perdón puede ayudar a que la gente sienta en mayor medida el poder tangible de la curación mediante el Cristo en su vida?

He descubierto que hay algo que ayuda mucho: Dejar de interrumpir la historia de Dios.

Una tarde, hace muchos años, mi esposa y yo teníamos cajas de masa para galletitas por un valor de US$4.000, empacada en hielo seco en el porche de atrás de la casa. Eran para recaudar fondos para los Niños Exploradores (Boy Scouts). Nos llevó una hora llevar todas las cajas adentro y separarlas por gustos. Luego hicimos pilas de cajas para cada uno de los jóvenes del grupo.

Los muchachos vinieron toda la tarde, y yo los ayudé a llevar las cajas a sus coches. Después de llevar una de las últimas cargas, sentí un dolor muy fuerte en el hombro. Me dolía mucho, ya fuera que me moviera o no, que estuviera parado o acostado. A la mañana siguiente seguía igual. Horas después, me di cuenta de que necesitaba terminar con esto: Necesitaba dejar de interrumpir la historia de Dios. Dios tiene una historia maravillosa que contar llena de gracia, gloria y ser, sin esfuerzo alguno. Como dice Dios: “Ningún otro dios, sólo yo”. Éxodo 20:3, según The Message. Y yo tenía que dejar de interrumpir la historia de Dios con este cuento de quejas y dolor.

Pensé en todo lo que mi esposa y yo habíamos hecho en bien de los demás. No podíamos sufrir daño alguno por ayudar a otras personas. Allí mismo donde parecía que dos mortales estaban ayudando a otros mortales, la Mente divina estaba amando activamente su expresión vibrante y alegre de belleza. Ésa era la historia de Dios. Tan pronto como dejé de interrumpir Su historia con mi cancioncilla de dolor, éste simplemente desapareció. Me sentí libre de immediato.

La oración cambia el pensamiento, el cual, a su vez, sana y restaura el cuerpo.

Hace poco leí que aproximadamente uno de cada seis estadounidenses sufre de dolor crónico o recurrente. La revista Time informa: “Los estudios sugieren que casi la mitad de los estadounidenses que tienen dolor crónico o recurrente no logran encontrar una solución acertada”. “The Right (and Wrong) Way to Treat Pain” por Claudia Wallis, 20 de febrero de 2005. Esto es muy lamentable porque, como nosotros sabemos, la Ciencia Cristiana ofrece una solución acertada y no tiene efectos secundarios. Pero en la actualidad muy pocas personas se benefician con esto porque la Ciencia Cristiana todavía no es muy conocida. Algún día esto va a cambiar. Ahora, cuando dices “el dolor simplemente desapareció”. ¿qué quieres decir? ¿Qué ocurrió? La forma en que pensaste en la situación fue una manera de orar. ¿Pero de qué modo la oración tiene efecto en el cuerpo?

Como sanador mediante la Ciencia Cristiana, parto de la premisa metafísica de que el ánimo del Cristo, activo en la consciencia humana, acalla los conceptos equivocados causantes del dolor. Y esa premisa define nuestra experiencia de manera tangible. Nos libera del dolor.

Lo que ocurre es que Dios no nos creó inadecuados ni con fallas, ni nos puso en un campo de batalla para que perdiéramos la lucha contra el dolor. Dios nos equipa con la autoridad espiritual para hacer lo que Ciencia y Salud nos insta a hacer: “Exterminad la creencia de que podáis experimentar un solo dolor intruso que no pueda ser eliminado por el poder de la Mente...” Ciencia y Salud, pág. 391.

Esa frase nos da una indicación de cómo influye la oración en el cuerpo. La oración—que puede consistir en hacer desaparecer una creencia falsa acerca de uno mismo—influye en el cuerpo porque la naturaleza esencial de la realidad es el pensamiento. Aunque parezca lo contrario, el universo se asemeja más a una estructura de pensamiento o consciencia que a una máquina física. Y a diferencia de una máquina, la estructura del pensamiento humano tiene la capacidad de cambiar. Dios, la Mente divina, no cambia, es nuestro pensamiento, nuestro concepto humano de la realidad, lo que cambia. Y la oración—con el apoyo de la inspiración y el poder de Dios—mueve el pensamiento como nada más puede hacerlo.

En términos sencillos, podríamos decir que la oración cambia el pensamiento, el cual a su vez sana y restaura el cuerpo. De modo que no hay problema al que no se pueda llegar porque sólo es necesario tocar el pensamiento. Y cuando oramos, el Cristo, la presencia sanadora y el poder de Dios, llega a todos los rincones del pensamiento, por así decirlo, y lo transforma, permitiendo que la mente humana se rinda y ceda a la Mente divina. El temor, el estrés, el dolor—la oscuridad de la mente humana—no pueden esconderse del brillo y la salud de la Mente.

La epístola a los Hebreos en la Biblia dice que “la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y los intenciones del corazón”. Hebreos 4:12. Esto me gusta mucho. La Palabra de Dios cambia el pensamiento mediante la oración. La oración nos permite ver cómo nos hizo Dios espiritualmente y nos mantiene perfectos.

Estoy aprendiendo a ver la materia, no como una sustancia verdadera de la cual me tengo que liberar o debo cambiar, sino simplemente como un estado sólido del pensamiento mortal que finalmente va desapareciendo cuando logro percibir que la Vida y la Mente son divinas, es decir, son Dios. Cuanto más reconozco la naturaleza espiritual de la sustancia y la consciencia, menos pienso materialmente. Entonces, mi cuerpo se subordina a mi comprensión espiritual, y en la proporción en que eso ocurre, comienzo a experimentar la normalización armoniosa y natural de mi forma y función.

Lo que dices se refiere a la premisa fundamental de la Ciencia Cristiana: que el dolor y la enfermedad son irreales. A muchas personas les resulta difícil aceptar esta premisa. ¿Qué les dirías a los escépticos sobre este particular?

Comenzaría señalando estas líneas del capítulo "La práctica de la Ciencia Cristiana" de Ciencia y Salud: “Es charlatanería mental hacer de la enfermedad una realidad—considerarla como algo que se ve y se siente—y luego tratar de curarla por medio de la Mente. No es menos erróneo creer en la existencia real de un tumor, un cáncer o pulmones deteriorados, mientras abogáis contra su realidad, que para vuestro paciente sentir esos males en la creencia física. La práctica mental que considera que la enfermedad es una realidad, fija la enfermedad en el paciente, y es posible que aparezca en forma más alarmante”. Ciencia y Salud, pág. 395.

Mary Baker Eddy descubrió que desde el punto de vista ontológico la enfermedad es irreal, y esto se puede demostrar. Su descubrimiento es radical. Sin embargo, uno tiene que ser categórico y tajante si quiere ser eficaz. Yo no puedo anular la enfermedad si creo que la enfermedad existe. No puedo eliminar el dolor si creo que un nervio transmite el dolor al cerebro.

Mi práctica de curación consiste en resolver lo que está en la consciencia.

Toda enfermedad, dolor y discordancia de cualquier tipo es resultado de la percepción errónea de la realidad, ¿no es así?

Correcto. El error es una sugestión hipnótica.

Un amigo mío fue a ver el show de un hipnotizador en Italia. Un señor del público fue hipnotizado y se le hizo creer que estaba comiendo bananas. Pero los presentes vieron que estaba comiendo velas. Después de comer la sexta banana, el hombre estaba muy contento y a punto de comer otra, cuando el público comenzó a enfurecerse temiendo por su salud. Sentían que la cera no podía hacerle bien. Al ver que la gente se rebelaba, el hipnotizador despertó al hombre y le dijo: “Usted pensaba que estaba comiendo bananas”. Señalando al público agregó: “Y ustedes lo vieron a él comiendo velas". Luego explicó: “Él no estaba comiendo nada”. ¡Había hipnotizado al público también!

Todo problema que podamos enfrentar es tan irreal como esas bananas y velas. Ya sea que enfrentemos mesmerismo individual o colectivo, estoy aprendiendo que puedo orar sin ningún temor y romper el hechizo. El temor que gobierna cualquier caso está al mismo nivel que la creencia de que la enfermedad es real y necesaria. Cuanto menos real me parezcan la materia y la enfermedad, tanto menos controlará ese temor mis tratamientos mediante la oración. Y, por lo tanto, hay más seguridad de que se produzca la curación.

La salud está al mismo nivel que el estado espiritual de pensamiento o consciencia.

¡Así es! Y mi práctica de curación consiste en resolver lo que está en la consciencia. Puesto que la Mente es consciencia, puedo tener confianza en que el dolor, la escasez y el temor nunca pueden estar en mi consciencia ni en la de nadie. Por lo tanto, la verdad es que el dolor, la escasez y el temor no se pueden pensar ni experimentar.

Cuando aceptas un caso, ¿qué haces? ¿Qué le dices a tu paciente?

Hace unos meses recibí un correo electrónico de una persona que había encontrado la Ciencia Cristiana en Internet. Había comprado Ciencia y Salud a través de spirituality.com, lo estaba leyendo y quería hablar con alguien. Este hombre era psicoterapeuta infantil y trabajaba con niños de inmigrantes ilegales.

Nos encontramos en una librería y tuvimos una magnífica conversación. Me contó cómo había sido su camino de búsqueda espiritual. Había estudiado muchas filosofías y religiones, y estaba muy entusiasmado por haber encontrado la Ciencia Cristiana. Hablamos sobre la naturaleza divina del hombre y la oración práctica. Me dio mucho gusto escucharlo y poder contarle lo que yo estaba encontrando en la Ciencia Cristiana.

Hace unas semanas se comunicó otra vez conmigo porque tenía un problema físico. Me contó que había orado y declarado verdades espirituales acerca de sí mismo y se sintió mejor hasta que habló con un amigo que estaba sufriendo de los mismos síntomas. Su amigo le dijo que había ido al médico y le habían diagnosticado neumonía. Ni bien escuchó el diagnóstico de su amigo, comenzó a sentirse muy mal.

Hablamos por unos minutos y le dije que oraría por él. Declaré en silencio la absoluta libertad que tiene el hombre por ser la expresión misma de Dios; el hombre de Dios siempre está libre de temor y sufrimiento. Luego fui guiado a hablarle mental y directamente al mal. Declaré: “Tú eres nada y yo lo sé. No puedes engañar a nadie haciéndole creer que la materia constituye la salud o que puede interferir con ella. ¡Vete! No tienes ningún control sobre el pensamiento de este hombre, ni de nadie, en ninguna parte. Dios gobierna todo su ser. El que yo sepa esto es una ley de aniquilación para todo lo que tú tratas de sugerir o insinuar”.

Al día siguiente este paciente me envió un correo electrónico diciendo: “Tengo el placer de contarle que no he sentido ninguna dificultad para respirar. Anoche me puse a pensar en lo que usted me dijo acerca de que sólo hay un diagnóstico y que proviene de Dios. Me vinieron al pensamiento las Escrituras cuando Jesús es bautizado y se escucha una voz del cielo que dice: 'Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia'. Mateo 3:17. También consulté los Salmos y me encontré con esta frase: '¡Cuán grandes son tus obras, oh Jehová! Salmo 92:5. Razoné que todas las obras de Dios son maravillosas, de modo que, ¿cómo podía un bacteria, un neumococo, ser 'grande'?”

Yo sabía que mi tratamiento estaba en línea con lo que yo y ese hombre sabíamos de la naturaleza de la realidad y de las leyes de salud y bienestar de Dios. Este señor concluyó su e-mail con esta verificación de la manera en que los dos habíamos estado orando: “Me quedé con ese pensamiento y empecé a repetir el verdadero diagnóstico: que soy el hijo amado de Dios. También repetí la 'declaración científica del ser', Véase Ciencia y Salud, pág. 468. como diez veces, y expresé gratitud por ser receptivo a la Ciencia divina. Dormí muy bien anoche, y me sorprendí cuando me desperté y no estaba 'enfermo'. Ésta es realmente una demostración increíble”.

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