Después de haber pasado por varias situaciones difíciles en mi vida, como el fallecimiento de mi padre y un divorcio después de años de casada, viendo que una querida tía siempre se veía bien, un día le pedí que me hablara de la Ciencia Cristiana. Cuando me prestó el libro Ciencia y Salud, su lectura empezó a cambiar mi forma de pensar y sin esfuerzo alguno me conquistó para siempre.
Tiempo después, mi hijo mayor que tenía 19 años, presentó síntomas de una enfermedad diagnosticada como mononucleosis. El médico determinó que el virus había atacado varios órganos y que estaban tan debilitados que corrían el riesgo de dañarse si mi hijo se sentaba. Por lo tanto, tenía que permanecer acostado y esperar a que su organismo se recuperara por sí mismo. No le fue prescrito medicamento alguno.
Cuando recibí el diagnóstico, aunque recién había conocido la Ciencia Cristiana tuve la certeza de que el Amor divino estaba cuidando de mi hijo y que nada malo le iba a suceder. A pesar del cuadro ante mis ojos yo permanecí segura de que Dios nunca nos abandona, y no dejé de trabajar ni un solo día, pues era el único sustento de mi hogar.
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