Uno no puede menos que quedarse admirado de la estabilidad de los veleros cuando navegan elegantes, veloces y resueltos. Esa estabilidad se la deben a la quilla, una plancha de metal que desde el casco del barco se proyecta hacia abajo y que también forma parte de su base de sustentación.
La quilla es invisible para el que observa pasar el velero, aunque el que está al timón sabe muy bien de su efecto estabilizador y director. Sobre todo porque el timonel ha llegado a sentir cómo la quilla ha impedido que los vientos de babor o estribor volteen la nave cuando soplan fuertemente.
Nuestras convicciones también tienen un efecto estabilizador en la vida. Y en particular, la convicción de que hay un Dios que es la sabiduría misma y sostiene todo y a todos en equilibrio, porque nos ama incondicionalmente. Como esa quilla, esta convicción tampoco se ve en la superficie de las cosas, sin embargo estabiliza y dirige nuestros días. Y esta convicción se origina en un sentido espiritual de la vida, un sentido que es independiente de lo que el ver y el oír físico nos dice.
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