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Con sus capacidades intactas

Del número de enero de 2009 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Soy maestra de nivel inicial y trabajo con niños de cuatro y cinco años. El año pasado, después de más de 25 años en esta profesión, tuve una experiencia renovadora.

Estaban por comenzar las clases cuando la directora de la escuela me comunicó que ese año tendría un niño con capacidades diferentes, es decir, con problemas de aprendizaje. Para mí era algo nuevo, así que inicié mi trabajo de sintonizar el pensamiento correctamente, es decir, confiando en el gobierno de Dios. En ningún momento tuve duda alguna, antes de conocer al niño y cuando lo conocí, de que él era la imagen y semejanza de Dios. Ésa era mi tabla de salvación. Es más, me sonreí porque pensé que se presentaba una oportunidad para comprobar, una vez más, el poder de Dios.

Cité a los padres, como hago habitualmente con cada uno de los alumnos, y tuve una entrevista personal con la mamá del niño. La señora, bastante angustiada, comenzó a describirme cuáles eran las características de su hijo. El niño había tenido una conducta muy llamativa en su familia desde muy pequeño: agredía físicamente, dormía muy poco, no obedecía los códigos de convivencia dentro de la familia, y prácticamente no hablaba, sino que pronunciaba sonidos y gritaba.

Durante la entrevista la mamá varias veces intentó mostrarme una carpeta con muchas hojas de diagnósticos médicos y estudios de psicólogos que le habían hecho a su hijo desde que nació. Pero en ese momento yo tenía una firmeza interior muy grande y le pedí que en lugar de describirme tantos diagnósticos me permitiera conocer al niño, establecer un vínculo con él y que, después de un mes, nos volveríamos a reunir. Ella accedió.

El niño tenía un año más de la edad que se acepta habitualmente en el jardín de infantes, porque no logró adaptarse en otras escuelas, y no había podido terminar el año escolar.

El primer mes de trabajo fue muy intenso. No obstante, continué orando para no perder el rumbo y no dejarme influenciar por la conducta que el niño expresaba dentro del grupo. Se tiraba al piso, sacaba todo lo que estuviera en las paredes, mordía y pellizcaba a sus compañeros, y si los reunía para narrarles un cuento o conversar en grupo, gritaba constantemente sin integrarse. Incluso, en la clase de educación física se le escapaba a la profesora, trataba de ponerse en riesgo llamando permanentemente la atención.

Pero yo fui muy consecuente y el mismo código de conducta que establecía para el resto del grupo se lo exigía a él, y con más firmeza aún porque, en cierto modo, él me lo estaba pidiendo.

Me mantuve firme en verlo perfecto y me negué a aceptar que no habia solución.

Durante este período fue de gran inspiración un pasaje de 1º de Reyes donde Salomón le pide a Dios sabiduría para gobernar a su pueblo. 1° de Reyes 3:5–13. Apoyarme así en Dios me dio ideas para actuar con mis alumnos y poder discernir entre lo bueno y lo malo.

Cada mañana era importante revestirme con los pensamientos justos de firmeza, amor y sabiduría, para así actuar de una manera apropiada. Estas cualidades espirituales tenían que ser constantemente mis herramientas, porque el resto de los niños estaba afectado también. Ya no se trataba de un sólo niño, sino de todo un grupo con quien yo debía estar atenta para saber cómo desarrollar mi intuición e inteligencia.

Además, contaba también con los comentarios fuera de la clase. Como es una escuela grande, los compañeros y las demás personas que nos rodeaban, al ver a un niño con esta conducta, preguntaban mucho, aproximaban diagnósticos, opiniones, y para mí era importante estar atenta y no reaccionar ante ninguna apreciación negativa. En silencio afirmaba la verdad acerca del único concepto real acerca de Dios y el hombre. Recordé una historia bíblica, cuando Jesús resucita a la hija de Jairo. Lucas 8:41, 42, 49–55. Al llegar a la casa, estaban todos llorando y diciendo que había muerto. Entonces Jesús entró a la habitación donde estaba la niña y sólo dejó pasar a los padres y a tres de sus discípulos. Esto lo interpreté como la necesidad de dejar afuera todo comentario adverso, para que sólo estuviera presente el claro pensamiento de que la individualidad de la joven era puramente espiritual.

Los resultados no se hicieron esperar. No había pasado un mes cuando la mamá me dijo que estaba muy contenta porque el niño había comenzado a dormir bien. Los medicamentos ya no fueron necesarios. Y una de las cosas más hermosas que para mí fue un regalo, es que el niño comenzó a hablar y a comunicarse conmigo. Además, dejó de agredir y empezó a expresar afecto con todos. Cuando llegaba por la mañana, le daba un beso a cada compañero. Así se relacionó con todos, expresando amor hasta el último día de clase. Adoptó y respetó todos los códigos de convivencia, comenzó a trabajar como el resto del grupo, era uno más, como había sido percibido. Hoy es un niño muy querido por sus compañeros.

Cuando se presenta un caso como éste, hay un equipo de psicopedagogos que trabajan para apoyar al docente en las necesidades que se presenten durante el período escolar. Para mí fue muy importante haberme relacionado con esta gente porque pude explicarles cómo iba a trabajar con el alumno. A su vez, el niño recibía mensualmente en su casa la visita de un psicólogo de Buenos Aires (que está a unos 1900 km de aquí), quien pidió visitar la sala. La primera vez que vino me dio una serie de instructivos, que escuché respetuosamente, pero después no pude evitar seguir con mi línea de trabajo. Al finalizar el año, él regresó y se dio cuenta del notable cambio que se había producido en el niño, porque la conducta no sólo había cambiado dentro de la escuela, sino también en su familia. Los padres también parecían otras personas, se habían liberado de la ansiedad y comenzaron a confiar realmente en que el niño tenía sus capacidades intactas.

Hoy la madre y el padre están realmente muy agradecidos por la maravillosa transformación que se produjo. Me comentaron que durante las vacaciones de invierno el niño contaba los días que faltaban para volver al jardín de infantes.

En una ocasión, los padres me preguntaron cómo era mi trabajo y les dije que yo trabajaba desde la base de que la salud, no la enfermedad, era el estado normal. Incluso me preguntaron si no tenía temor por los otros alumnos, y les dije que confiaba por completo en que los chicos estaban totalmente protegidos, no por mí, sino por Dios. Yo sabía que los padres confiaban en Dios porque el niño tenía una medallita religiosa. Esto me animó a mencionar a Dios sin sentirme censurada, puesto que a veces en las instituciones públicas se evita tocar el tema de la religión. Pero traté de ser muy sencilla en la explicación.

Siento que ante una situación como ésta, en ocasiones, la gente piensa que no se puede hacer nada y la verdad es que, mantener el pensamiento en la idea de que Dios ve a los niños sanos e inteligentes, contribuye a la curación. Y eso es lo que hice, me mantuve firme viéndolo perfecto y me negué a aceptar que la situación no tenía solución. No hice nada más que apoyarme de todo corazón en Dios. La perseverancia finalmente dio sus frutos.

El niño ahora comienza su primer grado en la misma escuela. Ya me puse en contacto con las dos maestras que va a tener, y ellas están resueltas a continuar con el trabajo que se realizó en el jardín. Los padres están muy contentos y esperanzados de que el siga desarrollándose normalmente.

Si bien fue un desafío, resultó ser una hermosa experiencia que enriqueció mi labor profesional y me permitió progresar espiritualmente, a través de un trabajo guiado con amor, disciplina y una fe profunda en Dios.

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