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Curaciones de sarampión y amigdalitis

Del número de noviembre de 2009 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando tenía 5 años, como hubo varios casos de sarampión en mi colegio, un día nos enviaron a todos a casa. Puesto que se temía que fuera una epidemia, las autoridades sanitarias mandaron inspectores a los hogares de los alumnos para asegurarse de que no anduvieran por las calles. Ese día, al enterarse de lo que ocurría, mi papá regresó de inmediato de su trabajo y se encontró con el médico de sanidad, quien le dijo que yo tenía sarampión y debía guardar reposo durante un tiempo.

Mi papá entró solo a verme y cuando lo vi le dije que tenía sarampión en mi cuerpo. Él me contestó con firmeza: "Hijo, definitivamente, no. El sarampión no está en tu cuerpo porque no tiene parte en ti". Como a mí me gustaba mucho jugar con los soldaditos de plomo, para que yo entendiera lo que me quería decir dibujó un soldadito en una hoja de papel. Luego me preguntó: "¿Si tú eres este soldadito, dónde está el sarampión? Ahora vamos a dibujar una bayoneta y la vamos a poner apuntando al sarampión, y vamos a dibujar el sarampión enfrente de la bayoneta para destruirlo porque está fuera del círculo de la presencia de Dios".

Yo asistía a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y estaba aprendiendo que Dios es el Amor tierno y poderoso, así que fue muy natural para mí identificarme con lo que mi papá me estaba diciendo. Ante mi sorpresa, mientras él me hablaba de Dios, desaparecieron todos los síntomas. Cuando el doctor, que estaba todavía en la casa, me vio, no podía creer que no tuviera rastro alguno del sarampión.

Esta experiencia me demuestra la importancia de tener el pensamiento alerta. En Ciencia y Salud, Mary Baker Eddy recomienda: "Estad de portero a la puerta del pensamiento, admitiendo sólo las conclusiones que queráis que se realicen en resultados corporales, os gobernaréis armoniosamente" (pág. 392).

Tiempo después, cuando vivíamos en Guatemala, tuve otra muestra del poder de la oración. Yo tenía doce años y sufría mucho de amigdalitis. Como mi abuela me cuidaba mientras mi papá trabajaba, me llevó al médico. Después de tratarme con medicamentos durante un tiempo, éste decidió operarme de las amígdalas y habló con mi papá. Entonces mi papá de inmediato dio los pasos necesarios para comunicarse con alguien que pudiera orar por mí según se aprende en la Ciencia Cristiana. Así lo hizo y ese mismo día esta persona empezó a orar por mí. Recuerdo que aquella noche pasó algo maravilloso. Yo había estado orando y declarando: “Dios está conmigo”, durante cierto tiempo, así como leyendo varias citas de Ciencia y Salud. De repente me di cuenta de que la garganta ya no me dolía y sentí como si flotara en un ambiente de amor. Allí me di cuenta de que había sanado por completo.

Esa noche tomé consciencia de que Dios está en todas partes y es el único poder que existe; no hay otro poder. Él está siempre con cada uno de nosotros porque, como dice la Biblia, vivimos, nos movemos y somos en Dios (véase Hechos 17:28). Asimismo pude ver que no basta con saber simplemente que Dios es Amor, también es necesario sentirlo, vivirlo, porque de este modo uno se da cuenta de que está en unidad con Él.

Estas experiencias me ayudaron a comprender que nunca estoy solo, sino que estoy constantemente rodeado de un Amor absoluto e infinito que lo abarca todo. Esto es verdad para el mundo entero.

La gratitud es una llave, sencilla y poderosa, que cuando se la expresa con sinceridad abre las puertas mismas del cielo. Como bien lo expresó el profeta Malaquías: "Traed todo el diezmo al granero, para que haya alimento en mi Casa, y probadme, si queréis, en esto, dice Jehová de los Ejércitos; y veréis si no os abro las ventanas del cielo, y os derramo una bendición tal que no haya donde quepa"
(Malaquías 3:10, Versión Moderna)

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