Cuando tenía 5 años, como hubo varios casos de sarampión en mi colegio, un día nos enviaron a todos a casa. Puesto que se temía que fuera una epidemia, las autoridades sanitarias mandaron inspectores a los hogares de los alumnos para asegurarse de que no anduvieran por las calles. Ese día, al enterarse de lo que ocurría, mi papá regresó de inmediato de su trabajo y se encontró con el médico de sanidad, quien le dijo que yo tenía sarampión y debía guardar reposo durante un tiempo.
Mi papá entró solo a verme y cuando lo vi le dije que tenía sarampión en mi cuerpo. Él me contestó con firmeza: "Hijo, definitivamente, no. El sarampión no está en tu cuerpo porque no tiene parte en ti". Como a mí me gustaba mucho jugar con los soldaditos de plomo, para que yo entendiera lo que me quería decir dibujó un soldadito en una hoja de papel. Luego me preguntó: "¿Si tú eres este soldadito, dónde está el sarampión? Ahora vamos a dibujar una bayoneta y la vamos a poner apuntando al sarampión, y vamos a dibujar el sarampión enfrente de la bayoneta para destruirlo porque está fuera del círculo de la presencia de Dios".
Yo asistía a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana y estaba aprendiendo que Dios es el Amor tierno y poderoso, así que fue muy natural para mí identificarme con lo que mi papá me estaba diciendo. Ante mi sorpresa, mientras él me hablaba de Dios, desaparecieron todos los síntomas. Cuando el doctor, que estaba todavía en la casa, me vio, no podía creer que no tuviera rastro alguno del sarampión.
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