El "Premio Ambiental Goldman" fue creado en 1990 por dos generosos filántropos y activistas cívicos estadounidenses: Richard N. Goldman y su esposa Rhoda H. Goldman. El mismo consta de un premio de US$150.000. Hasta ahora ha sido otorgado a defensores del medioambiente de 72 países. En 1991, lo ganó la africana Wangari Maathai, quien luego obtuvo el Premio Nobel de la Paz en 2004.
Este año lo ganó Jesús León Santos, un campesino indígena mexicano que durante los últimos 25 años ha realizado un excepcional trabajo de reforestación en su región de Oaxaca, México.
Cuando tenía 18 años, Jesús decidió cambiar el paisaje donde vivía en la Mixteca alta, la "tierra del sol". Según un estudio realizado por las Naciones Unidas esta región tiene uno de los índices más altos de erosión del mundo. Aquello parecía un panorama lunar: campos yermos y polvorientos, desprovistos de arboleda, sin agua y sin frutos. Había que recorrer grandes distancias en busca de agua y de leña. Casi todos los jóvenes emigraban para nunca regresar, huyendo de esa vida tan dura.
Con otros comuneros del lugar, Jesús se propuso reverdecer los campos. Decidió recurrir a unas técnicas agrícolas precolombinas que le enseñaron unos indígenas guatemaltecos para convertir tierras áridas en zonas de cultivo y arboladas. Además, Jesús revivió una herramienta indígena también olvidada: El tequio o trabajo comunitario no remunerado.
Reunió a unas 400 familias de 12 municipios, creó el Centro de Desarrollo Integral Campesino de la Mixteca (CEDICAM), y juntos, con recursos económicos limitadísimos, se lanzaron a luchar contra la erosión.
En esa región Mixteca existen más de 50.000 hectáreas que han perdido unos cinco metros de altura de suelo desde el siglo XVI. La cría intensiva de cabras, el sobrepastoreo y la industria de producción de cal que estableció la Colonia, deterioraron la zona. El uso del arado de hierro y la tala intensiva de árboles para la construcción de los imponentes templos dominicos contribuyeron definitivamente a la desertificación.
Jesús y sus amigos impulsaron un programa de reforestación. A pico y pala cavaron zanjas para retener el agua de las escasas lluvias, sembraron árboles en pequeños viveros, trajeron abono y plantaron barreras vivas para impedir la huida de la tierra fértil. Todo eso favoreció la recarga del acuífero. Luego, en un esfuerzo titánico, plantaron alrededor de cuatro millones de árboles de especies nativas, aclimatadas al calor y sobrias en la absorción de agua.
Después se fijaron la meta de conseguir, para las comunidades indígenas y campesinas, la soberanía alimentaria. Desarrollaron un sistema de agricultura sostenible y orgánica, sin uso de plaguicidas, gracias al rescate y conservación de las semillas nativas del maíz, cereal originario de esta región, y sembrando sobre todo una variedad propia de la zona, el cajete, que es de las más resistentes a la sequía.
Al cabo de un cuarto de siglo, el milagro se ha producido. Hoy la Mixteca alta está restaurada. Ha vuelto a reverdecer. Han surgido manantiales con más agua. Hay árboles y alimento, y la gente ya no emigra.
Actualmente, Jesús León y sus amigos luchan contra los transgénicos [organismos modificados genéticamente], y siembran unos 200.000 árboles anuales. Cada día hacen retroceder la línea de la desertificación. Con la madera de los árboles se ha podido rescatar una actividad artesanal que estaba desapareciendo: la elaboración, en talleres familiares, de yugos de madera y utensilios de uso corriente.
Además, se han enterrado en lugares estratégicos cisternas de ferrocemento de más de 10.000 litros de capacidad, que también recogen el agua de lluvia para el riego de invernaderos familiares orgánicos.
Ahora varias comunidades vecinas están imitando el ejemplo de Jesús León, creando viveros comunitarios y organizando temporalmente plantaciones masivas.
En un mundo donde las noticias, con frecuencia, son negativas y deprimentes, es reconfortante publicar esta historia ejemplar.
Fuente consultada: "Premio Ambiental Goldman" » www.goldmanprize.org/theprize
