La serenidad de un panorama grandioso de la naturaleza, el silencio reverente de una iglesia, la paz de una capilla bajo la exuberante vegetación tropical, pueden ser momentos que uno atesora.
Mas la “quietud eterna”, a la cual Mary Baker Eddy se refiere, es lo que hace que la oración sea eficaz y nos ayude a percibir las obras de Dios.
En su obra Retrospección e Introspección, ella dice: “La Mente demuestra omnipresencia y omnipotencia, pero la Mente gira sobre un eje espiritual, y su poder se despliega, y su presencia se siente en quietud eterna y Amor inamovible”.
Retrospección e Introspección, pág. 88. Las verdades que la Mente, Dios, nos revela nos permiten sentir la "quietud eterna y el Amor inamovible”.
Al leer estas líneas por primera vez me llegaron profundamente como una revelación espiritual muy elevada. Sin embargo, sólo recientemente comprendí la diferencia que existe entre la quietud, tan apreciada por el sentido humano, y “la quietud del Amor” —una realidad espiritual que Dios mismo revela como poder inamovible.
Mi patria verdadera ya no era un territorio delineado humanamente. Mi única patria estaba en la quietud del Amor, que es la morada universal del Cristo.
Nuestro país vivía momentos de gran agitación política. Los miembros de nuestra iglesia acordaron unirse en oración, pensando en dejar todo sentido personal de lado y abrir el pensamiento a la dirección que viene de Dios. La oración sería por nuestro país y por toda la humanidad, y tendría como base de inspiración las ideas contenidas en la Lección Bíblica semanal de la Ciencia Cristiana, o sea, pasajes de la Biblia y del libro Ciencia y Salud. La hora fijada para la oración, y conveniente por la mayoría de los miembros, fue las cinco de la madrugada.
El tema de la Lección Bíblica a la que primero se recurrió era “Dios”. Esta Lección fundó mi oración en el Gran Mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente... Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Mateo 22:37, 39.
Al estudiar la Lección yo sentía que su mensaje no era sólo para mí, pues, anunciaba la verdad del poder y la bondad que Dios tiene para toda la humanidad. Su voz traspasaba el profundo silencio de la ciudad y se extendía por todo el país hasta rodear la tierra por completo.
Cuando a las seis de la mañana los primeros rayos del amanecer iluminaban el cielo, me regocijaba en verlos como una promesa de Dios: que todos podían recibir la gracia y bendición de conocerlo a Él y a sí mismos como Sus hijos, y vivir de acuerdo con el amor de Cristo.
El Apóstol Pablo les hablaba a los primeros cristianos de un amor que no conocían, pero que podían llegar a conocer: “...el amor de Cristo que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”.
Efesios 3:19. Ese amor de Cristo estaba presente en cada Lección Bíblica, transformándose así en el “auxilio en hermandad”
Ciencia y Salud, pág. 518:13 (marginal). más práctico que podíamos ofrecer como iglesia con nuestra oración en unidad. Además, ese amor abnegado nos bendecía a nosotros, como asegura Ciencia y Salud: “...bendito ese hombre que ve la necesidad de su hermano y la satisface... procurando su propio bien beneficiando a otro”.
ibíd., pág. 518.
Eso se demostró en mi propia experiencia. La oración en unidad me mantenía muy alerta. Sucedió que unos días antes de la fecha fijada para la votación que determinaría el cambio en la Constitución sobre la posibilidad de que un presidente se postulara a reelección perpetua, empecé a percibir una calma en la atmósfera mental de la ciudad. Digo “atmósfera mental” porque la ciudad seguía activa y ruidosa como siempre; era tan diferente esa calma de la que expresa una estrofa del Himno 64 de la Ciencia Cristiana, que dice: “... la calma siento de inmortales cosas rodeado estoy de Amor y de bondad”.
Con el paso de los días observé que esa calma se volvía hipnótica y opresiva, me acordé de que la Ciencia Cristiana nos advierte: “... los poderes del mundo lucharán y ordenarán a sus centinelas que no dejen que la Verdad trasponga la guardia hasta que se suscriba a sus sistemas”.
ibíd., pág. 225.
Esa calma opresiva nos encontró en oración unida basada ahora en la lectura del libro Ciencia y Salud, lo que nos ayudó, con esa buena base, a reconocer que “La Verdad hace libre al hombre”.
ibíd., pág. 225. Con los días la opresión empezó a disminuir pero su efecto persistía. Los resultados determinaron el cambio en la Constitución.
El miércoles siguiente, de camino a la iglesia para asistir a la reunión de testimonios, traté de pensar en un testimonio sobre la eficacia de la oración en unidad, aunque no me sentía del todo cómoda con los resultados de la votación.
En un momento determinado hubo una pequeña pausa entre los testimonios y repentinamente me vinieron a la mente recuerdos ya lejanos. Me vi a mí misma subiendo rápidamente las escaleras de la Iglesia Ortodoxa Griega en Bucarest, Rumania. Abría la puerta pesada y entraba en la iglesia. Adentro prevalecía un silencio reverente. Añadí mi velita a las que ya estaban prendidas. Cerré la puerta y bajé corriendo las escaleras, que eran muchas. Tomé de nuevo el tranvía y me dirigí hacia la escuela griega. Llegué a tiempo para unirme a los maestros y alumnos en la oración del Padre Nuestro por nuestra patria, Grecia. Había estallado la Segunda Guerra Mundial y las Fuerzas del Eje estaban invadiendo nuestro país. La velita era mi ofrenda a Dios para que protegiera la libertad de mi patria. Pero Grecia fue invadida, y perdió su libertad.
Todos en la comunidad griega en Bucarest nos sentíamos tristes pero yo no perdí mi fe en Dios. Ese silencio reverente que sentía cada vez que prendía una velita en la Iglesia Ortodoxa Griega, nunca lo olvidé, porque era como si Dios me dijera que confiara en Su plan.
En ese tiempo yo cursaba mi último año de bachillerato, pero los anteriores los había cursado en Grecia, donde me habían inculcado un gran aprecio por la libertad que, a lo largo de su gloriosa historia, siempre se había defendido con gran heroísmo e inteligencia. De hecho, terminada la Segunda Guerra, Grecia volvería a ser una patria libre y soberana.
El recuerdo de aquella velita fue como una película rápida, pero su efecto resultó inesperado. Durante una pausa que hubo entre los testimonios, percibí que la sensación de vacío que había en mi sentir íntimo se llenaba de gozo. Sentí un gran amor por la iglesia de la Ciencia Cristiana y por la oración en unidad que habíamos hecho. Me levanté y expresé mi gratitud por saber que mi conciencia pertenecía al Amor y al Cristo, y que no podía ser invadida, silenciada ni oprimida por las tendencias políticas. Mi patria verdadera ya no era un territorio delineado humanamente. Mi única patria estaba en la quietud del Amor, que es la morada universal del Cristo.
Cuando terminó el servicio religioso y los miembros nos saludamos, sólo había rostros sonrientes. Todos habíamos vencido —individualmente— diferentes sugestiones de decepción y desengaño que afirmaban que nuestras oraciones no habían sido escuchadas. Sentíamos paz y teníamos absoluta confianza en el plan de Dios. El gobierno del Amor es el único gobierno eterno. Habíamos aprendido a escuchar la voz de la Verdad y a seguir confiados y unidos en oración por nuestro país y el mundo entero.
