Cuando desperté aquella mañana del Día de Acción de Gracias, supe que esa no sería simplemente una fecha de gratitud y celebración. Sería un día crucial para mí. Hacía tres semanas que no fumaba un cigarrillo, y me iba a encontrar con familiares que fumaban.
Yo tenía unos dieciocho años cuando mi hermana mayor empezó a fumar. A veces salía con ella y sus amigos, y siempre me hacían pasar un mal rato diciéndome que era una santurrona, queriendo decir que era demasiado "buenita" y que nunca hacía nada malo. Decidí demostrarles que estaban equivocados, y empecé a fumar.
Cuando cumplí diecinueve años, entré a trabajar en el Aeropuerto Internacional de Seattle, Estados Unidos, como anfitriona y cajera de un restaurante muy elegante, donde mis compañeros de trabajo y yo a menudo hacíamos una pausa para salir a fumar.
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