Un sábado por la tarde, nuestro hijo adolescente salió a correr por el bosque cercano al colegio donde estudia como interno. Llevaba puestos unos shorts y una camiseta. Una hora después se desvió del camino y al rato se dio cuenta de que se había perdido. Cuando empezó a anochecer, vio una península del otro lado de un lago. Se sacó la ropa y nadó hasta allí sosteniéndola por encima de la cabeza para que no se mojara. Al llegar se hizo un pequeño cobertizo apoyando ramas contra un árbol y esperó a que pasara la noche.
Cuando nos avisaron, ya muy tarde, que no lo podían encontrar, mi esposo estaba en casa y yo había salido en viaje de negocios a cuatro horas de allí. Pronto comencé a sentirme muy ansiosa pues sabía que por la noche la temperatura bajaba a unos 9° C (40° F) y, además, en esa zona se habían avistado lobos, osos negros, coyotes y gatos monteses. La propiedad de 1300 acres (unas 530 hectáreas) del colegio está rodeada por otros miles de acres de vida silvestre. Asimismo, yo tenía que manejar cuatro horas para llegar a casa y otra más para llegar al colegio. Era un hecho que todo ese tiempo lo iba a pasar orando.
Para mí, la oración es un estado mental muy activo en el cual escucho para recibir inspiración y me aferro a una norma que, entiendo yo, Cristo Jesús enseñó: Dios es amor y nos guarda, nos guía y protege constantemente. En mi oración percibo que Dios no es un ser humano glorificado, sino un poder que es omnipotente, omnipresente y la fuente de toda inteligencia; que es la sustancia de nuestra vida.
Cuando entré al auto para regresar a casa en medio de la noche, pensé que estaba realmente preparada. La noche anterior, me había ido a acostar mucho más temprano que de costumbre, después de llenar el tanque de gasolina y comprar todo tipo de comidas y bebidas para llevar conmigo. De pronto me di cuenta de que tenía a mi alcance todo lo que necesitaba, hasta el más pequeño detalle. De hecho, tenía incluso una bolsa con algo de comida ligera a medio abrir e inclinada hacia mí. Quizás éste era solo un detalle, pero formaba parte de una ley mucho más grande: "El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana" (Ciencia y Salud, pág. 494:10). Percibí que si ésa era mi experiencia ahora, también era la experiencia de mi hijo en ese momento.
Una vez que comprobaron que no estaba en la escuela, llamaron a las autoridades. Mi esposo se unió a uno de los grupos de búsqueda. Para entonces, hacía más de 14 horas que mi hijo faltaba.
De camino, yo recibía cada media hora información sobre la situación y mensajes de aliento del colegio y de familiares y amigos. Sin embargo, después de unas horas de escuchar esas noticias, sin saber nada de mi hijo, me embargó el temor. Esforzándome por no llorar, literalmente grité preguntándole a Dios “¿Dónde está?” Y la respuesta vino, muy rápido, incluso antes de que terminara mi pregunta: “Está conmigo”. Este pensamiento fue tan fuerte y tan penetrante, que me tranquilizó, y supe que si yo podía sentir la presencia de Dios tan directamente, mi hijo también podía sentirla.
Mary Baker Eddy explica que la “intercomunicación proviene siempre de Dios y va a Su idea el hombre” (ibíd., pág. 284:36), y supe que Dios estaba respondiendo a mis necesidades de una manera que yo podía percibir. Si mis necesidades podían ser respondidas de esa forma, sabía que las necesidades de mi hijo también podían ser respondidas de una manera que él podía comprender y poner en acción.
En eso, me llamó una amiga que estaba orando conmigo. Me dijo: “La Vida es irresistible.” Por supuesto, pensé, no estamos fluctuando de la esperanza al temor, de la vida a la muerte, de tener algo a perderlo. La Vida es irresistible y nosotros somos irresistiblemente atraídos a hacer lo que con acierto nos mantiene a salvo. La Vida es ahora mismo, completa y entera. El ser hallados es nuestro estado natural, porque nunca estamos alejados del cuidado de Dios. En el Amor, una presencia que se puede sentir en todo momento, dondequiera que estemos, no hay lugar para el temor.
Confíe en que mi hijo sabía lo que debía hacer y cuándo hacerlo, que la Mente divina estaba presente y él podía escucharla y actuar con sabiduría. Nunca podía estar separado de Dios, quien es bueno, amoroso y protector, por lo tanto, sería guiado por el camino que lo mantendría a salvo y protegido. Tampoco podía resistirse a hacer lo más acertado.
Después de pasar la noche bajo el cobertizo, al amanecer, mi hijo escuchó el tenue zumbido de motocicletas y caminó hacia donde escuchaba el ruido hasta que encontró una ruta. Desde allí hizo dedo (autostop) hasta el lugar más cercano donde había un teléfono (a unas diez millas [16 km] de la escuela), y llamó a casa. Eran las 8:30 de la mañana.
Cuando finalmente nos reunimos, nos enteramos de cómo había sido protegido y guiado. Mientras caminaba encontró un cortaplumas que tenía una sierrita, un cuchillo, un destornillador, tijeras, etc. Usó la sierrita para construir el cobertizo y las tijeras para cortar su camiseta y hacerse un calzado temporal, pues el que llevaba estaba mojado. Ese cobertizo, por estar en una penínsulla, lo protegió de los animales. En dos oportunidades en que se sintió muy desanimado, escuchó el ladrido de un perro y luego el motor lejano de motocicletas. Esto lo ayudó a determinar la dirección en que debía caminar, lo que finalmente lo guió de regreso.
Se podrán imaginar el alivio que todos sentimos cuando nuestro hijo llamó a casa para avisarnos dónde podíamos recogerlo y que estaba bien. Cuando llegamos al colegio enviaron de la oficina del alguacil una ambulancia para asegurarse de que todo estaba en orden. Le hicieron una minuciosa revisión médica; no obstante, la conmoción, inflamación, calambres, infección y fiebre que habían pronosticado que tendría, no encontraron lugar en su pensamiento y nunca se manifestaron.
Esta fue una poderosa demostración de que no importa dónde se encuentren nuestros hijos, Dios está allí, cuidándolos, guiándolos y protegiéndolos. Para mí fue una prueba clara de que podemos confiar nuestros hijos al cuidado de Dios.
Wisconsin, EE.UU.