¿Te has preguntado cómo puedes saber que Dios está contigo? Conozco una historia que me ha dicho cómo encontrar a Dios. Ocurrió hace mucho tiempo, cuando Noé construía el arca.
Todos los animales ya se habían enterado de que Dios iba a mandar el diluvio. Estaban muy asustados y querían encontrar a Dios para hablar con Él. Entonces cada animal fue al lugar donde creía que Dios vivía. Como el elefante era el más grande, fue al lugar más grande que conocía, la montaña. El águila voló hasta una nube porque eso era lo más alto. El león esperó a que hubiera una tormenta con truenos porque era lo más ruidoso que había, como su voz cuando rugía, y pensó que seguramente Dios estaría allí. Cada animal trataba de encontrar a Dios y de hablarle, pero ninguno lo lograba.
Finalmente, los peces dijeron: “Nosotros vivimos en el océano donde hay agua por todas partes. Si hay agua en todos lados, Dios debe estar en todas partes también”.
Esta historia me recuerda una gran verdad. Si Dios está en todas partes, ¡y Él lo está!, no tenemos que ser un genio para encontrarlo. Si Dios es Amor, ¿cómo no va a estar en todas partes?
El amor que tú sientes también viaja contigo dondequiera que vayas, ya sea a China, Australia o la Antártida. Y el amor de Dios es tan grande que tiene que estar en todas partes. Irá siempre delante de ti, estará contigo y te esperará dondequiera que vayas.
Cualquiera sea el problema en que te encuentres, ya sea que estés enfermo o temeroso por alguna razón, o incluso en peligro, Dios ya está allí contigo.
Cuando yo estaba en quinto grado, tenía que caminar mucho de mi casa a la escuela. Era un lindo paseo, especialmente en primavera y otoño. Pero a veces en el invierno no era tan lindo porque tenía que pasar por un barrio donde los chicos más grandes me arrojaban bolas de nieve. Fue allí que me ayudó mucho recordar que Dios cuidaba de mí.
Pero fue en otra ocasión, aún mejor, que comprobé que Dios estaba conmigo. Un día cuando volvía de la escuela, empezó a dolerme mucho un lado del cuerpo. Cuando llegaba a casa se pasaba un poco, pero al día siguiente al caminar me volvía el dolor y cuando estaba por llegar, se hacía más agudo. Empecé a sentir miedo. En la clase de salud había escuchado algo que me hizo pensar que iban a tener que operarme.
Un día, mientras caminaba, pensé: “Bueno, ésta es una buena oportunidad para hablar con Dios porque no hay nadie que escuche lo que digo o que me interrumpa. Puedo pensar en las cosas que aprendí en la Escuela Dominical”. Recordé algunas, pero lo más importante es que me sentí muy cerca de Dios. Me pareció que estaba caminando y hablando con Él, como cuentan las historias de la Biblia que hacía la gente.
Recuerdo que al caminar y hablar con Dios todo parecía más hermoso a mi alrededor. Me sentía muy feliz al ver la luz del sol alumbrando los árboles de otoño, incluso ver a la gente recoger las hojas del suelo me hacía sentir bien. Recuerdo que tuve la seguridad de que ese dolor no duraría mucho y que no debía temer, porque Dios estaba conmigo. Yo quería sentir Su amor cada vez más. Sabía que Dios hizo el bien y nada más, así que todo lo que fuera menos que bueno, no podía permanecer por mucho tiempo ante Su presencia, porque Él estaba adentro, afuera y en todas partes.
Finalmente, el dolor desapareció y nunca volvió.
Pienso que, seamos niños o adultos, todos tenemos que ser como esos peces que sabían que Dios está en todas partes. No tenían que ser los más fuertes o inteligentes, ni tenían que poder volar más alto. Sólo tenían que aferrarse a lo que sabían que es verdad, que Dios está en todas partes y no difícil encontrarlo.
La historia que se menciona en este artículo se llama “Water All Around”. Fue escrito por Marc Gellman y está incluido en su libro Does God Have a Big Toe?: Stories About Stories in the Bible (Harper and Row, 1989).