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Sana de sobrepeso y pobreza

Del número de marzo de 2009 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Durante varios años estuve sufriendo de sobrepeso. Hice numerosas dietas, gasté mucho dinero y me sentía muy deprimida porque nada funcionaba. Bajaba un poco y después volvía a subir.

Tiempo después comencé a estudiar la Ciencia Cristiana. Recuerdo que le pedía ayuda a una practicista de esta Ciencia para resolver otros problemas por medio de la oración, pero pensaba que era vanidoso de mi parte molestarla por mi peso. No obstante, un día estaba tan desesperada que la llamé llorando y le dije que me ayudara con la oración porque yo quería verme normal. Ella me consoló con mucho afecto y me sugirió que leyera la definición de hombre que se encuentra en Ciencia y Salud. La misma dice en parte: "El hombre no es material, no está constituido de cerebro, huesos y otros elementos materiales... Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios" (pág. 475). Al pensar en estas ideas fui viendo que en realidad los alimentos no tienen ninguna influencia sobre nosotros porque somos seres espirituales.

Continué reflexionando sobre esto y comprendí que si Dios es perfecto y todos somos creados a Su semejanza, yo también podía verme perfecta tal como Él me hizo. Así fue como, poco a poco, mi figura dejó de preocuparme hasta que llegué a un peso en el que me sentí cómoda, y así me he mantenido.

Es indescriptible cómo el estudio de Ciencia y Salud ha cambiado mi vida. Hace unos años, yo estaba en una situación muy difícil. Me había separado del padre de mis seis hijos y sola, en condiciones de mucha pobreza, tuve que encargarme de su crianza. Muchas veces tenía que tener dos trabajos y llegaba cansada a la casa, para cocinar, limpiar y cuidar de ellos.

La Ciencia Cristiana me llevó a elevar el concepto que tenía de mí misma y como consecuencia mi vida comenzó a progresar. Conseguí un trabajo mucho mejor donde me pagaban muy bien y me sentía muy contenta. Con el tiempo incluso pude comprar mi propia casa, cosa por la que había orado mucho. Esto para mí fue un sueño cumplido porque por razones de seguridad yo siempre alquilaba cuartos en casas particulares en lugar de un apartamento en un edificio grande, y como tenía cinco varones pequeños y muy activos, debía mudarme con frecuencia pues los dueños de casa no tenía la paciencia necesaria con ellos.

Antes, cuando pasaba algo malo, me conformaba diciendo que era la voluntad de Dios y lo culpaba a Él de todo. Pero ahora sé que Su voluntad es que seamos felices y que Lo comprendamos mejor. Dios nunca manda el mal ni es vengativo, porque es el Amor mismo. Ahora también comprendo que la materia no tiene la capacidad de enfermarse ni de hacerme sentir dolor porque no tiene vida. Dios es mi única vida.

Esta nueva comprensión de la Divinidad y de mí misma me ayudó a sanar de dolores en el tobillo, la rodilla y la cadera. También me dio la confianza para ayudar con la oración a una de mis hermanas que tenía vitíligo, una dolencia que afecta la pigmentación de la piel. Cuando me ofrecí a orar por ella, aceptó gustosa y dejó de darse unas inyecciones que le habían recetado. En mi oración, me trajo inspiración pensar que en Dios “vivimos, y nos movemos, y somos”, como dice la Biblia (Hechos 17:28). Poco tiempo después, mi hermana sanó por completo de esa enfermedad.

“Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá” (Salmo 27:10). Esto es algo que pude comprobar en mi propia experiencia. A Dios le doy todo el crédito por el bien que recibo en mi vida.


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