La vista era espectacular. Estaba de vacaciones con mi familia manejando por la parte central de España. Yo iba, con mapa y lupa en mano, en el asiento del copiloto, indicando qué camino debíamos tomar. Era un domingo por la tarde, y ya habíamos notado mucho tráfico hacia la ciudad de Madrid. Entonces decidí tomar otro camino que, según el mapa, también nos llevaría a la autopista. Todo iba bien hasta que nos dimos cuenta de que la ruta se había angostado y estábamos ascendiendo mucho. Recorrimos varios kilómetros sin que nos cruzara un vehículo, y de pronto vimos nieve a los lados de la carretera. Todos en el auto comenzaron a preguntarse si íbamos por el camino correcto, incluso yo. Por lo que comencé a orar de inmediato para determinar si era conveniente dar la vuelta o seguir adelante. Para entonces ya estaba oscureciendo. La desesperación fue en aumento, ¡así como también las oraciones!
Continuamos nuestro camino hasta que llegó a su punto más alto donde había nieve por todas partes. Nos tranquilizamos al ver varios vehículos y numerosas personas con sus esquíes al hombro. Estábamos cerca de la cima de la Sierra de Guadarrama. Ahora nos sería fácil llegar a destino siguiendo a los autos que teníamos delante.
Pero nada nos preparó para lo que ocurriría después. Comenzamos a bajar por la carretera cuando de pronto dimos vuelta una curva y se presentó ante nuestros ojos el valle iluminado por infinidad de luces de los pueblos, pueblitos y ciudades que lo habitan. Nos quedamos maravillados ante semejante belleza. Para mí fue como si Dios me dijera: "Fuiste persistente, confiaste en Mí, y éste es el regalo que te tenía preparado".
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!