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Padre Nuestro

Del número de marzo de 2009 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La vista era espectacular. Estaba de vacaciones con mi familia manejando por la parte central de España. Yo iba, con mapa y lupa en mano, en el asiento del copiloto, indicando qué camino debíamos tomar. Era un domingo por la tarde, y ya habíamos notado mucho tráfico hacia la ciudad de Madrid. Entonces decidí tomar otro camino que, según el mapa, también nos llevaría a la autopista. Todo iba bien hasta que nos dimos cuenta de que la ruta se había angostado y estábamos ascendiendo mucho. Recorrimos varios kilómetros sin que nos cruzara un vehículo, y de pronto vimos nieve a los lados de la carretera. Todos en el auto comenzaron a preguntarse si íbamos por el camino correcto, incluso yo. Por lo que comencé a orar de inmediato para determinar si era conveniente dar la vuelta o seguir adelante. Para entonces ya estaba oscureciendo. La desesperación fue en aumento, ¡así como también las oraciones!

Continuamos nuestro camino hasta que llegó a su punto más alto donde había nieve por todas partes. Nos tranquilizamos al ver varios vehículos y numerosas personas con sus esquíes al hombro. Estábamos cerca de la cima de la Sierra de Guadarrama. Ahora nos sería fácil llegar a destino siguiendo a los autos que teníamos delante.

Pero nada nos preparó para lo que ocurriría después. Comenzamos a bajar por la carretera cuando de pronto dimos vuelta una curva y se presentó ante nuestros ojos el valle iluminado por infinidad de luces de los pueblos, pueblitos y ciudades que lo habitan. Nos quedamos maravillados ante semejante belleza. Para mí fue como si Dios me dijera: "Fuiste persistente, confiaste en Mí, y éste es el regalo que te tenía preparado".

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