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La curación metafísica

Reglas sanadoras

Del número de marzo de 2009 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mi vida al principio era bastante mediocre. Yo era una persona muy común.

“Pero mi familia estaba convencida de que la vida humana podía reflejar la excelencia intrínseca de la realidad espiritual. De modo que en cada aspecto de mi vida, ya fuera académico, atlético o social, yo tenía una expectativa sin restricciones que me llenaba de energía, la expectativa de vivir la naturaleza infinita de lo divino. Cuando llegó el momento de dedicarme a la práctica pública de la curación mediante la Ciencia Cristiana, fue una decisión muy natural para mí. ¡Cómo no iba a compartir con los demás lo que a mí me había dado una libertad tan grande!”

Como maestro, practicista y conferenciante de la Ciencia Cristiana, Ron ha tenido muchas oportunidades de hablar de los evangelios, de las buenas nuevas de un cristianismo totalmente práctico y eficaz. A continuación él comparte sus pensamientos y explica cómo se puede recurrir a las simples reglas de este sistema de curación basado en la Biblia, que Mary Baker Eddy reveló hace tan solo 142 años, y experimentar transformación, armonía y libertad.

Recuerdo que al hablar de los desafios que enfrenta la humanidad a nivel social, mencionaste los momentos “¡Ajá!”; es decir, aquellos donde percibiste qué necesitabas corregir. En relación a la curación del cuerpo fisico mediante la Ciencia Cristiana, ¿has experimentado algún momento “¡Aja!” similar?

Cuando era niño, constantemente me alentaban a ver las cosas con otros ojos. Esto hace que uno viva muchos momentos “¡Ajá!” A veces uno trata un caso donde la persona está acostumbrada a tener ese problema v tal vez sienta que ya ha cubierto todos los aspectos de la oración y se resigna a quedarse esperando. No hace mucho atendí a una señora que tenía una deformación física. Hacía tiempo que tenía esa condición y ya no sabía cómo orar. Simplemente estaba esperando que Dios hiciera algo por ella. Analizamos juntos que ser paciente no es cuestión de tiempo, sino de convicción. Podemos ser pacientes cuando estamos convencidos del resultado final de algo.

En un momento dado, conversamos sobre un pasaje de Ciencia y Salud donde dice: “Cuando pacientemente esperamos en Dios y honradamente buscamos la Verdad, Él endereza nuestra vereda”.Ciencia y Salud, pág. 254. Se me ocurrió que la palabra “esperar” podía ampliarse con la palabra “servir”, la que incluso en inglés tiene esa connotación [to wait]. Cuando ponemos esta definición en la oración, de pronto el proceso se vuelve activo, no pasivo. “Cuando pacientemente servimos a Dios...” Servir a Dios no requiere de un acto trascendental. Servir a Dios puede ser simplemente expresar en mayor medida nuestra naturaleza divina. Tal vez encontremos oportunidades para expresar la naturaleza divina en nuestra vida siendo más comprensivos, más honestos, más agradecidos, más afectuosos, más tolerantes. De esta manera podemos realmente servir a Dios viviendo el propósito que Él nos ha dado. Así que comenzamos a orar con esta idea inspirada, y poco después la deformación desapareció y ella recobró su forma normal.

Entonces, la paciencia equivale a servir a la Mente, la Verdad y el Amor, que son distintos nombres para Dios, el bien. Honrar, por medio de nuestros pensamientos y acciones, nuestra verdadera naturaleza divina como expresión de Dios. Y cuando servimos y honramos de este modo, nuestro pensamiento se va sintonizando con la paz que la curación nos ha de brindar más plenamente.

Así es. En cualquier proceso de curación, es muy común sentir que algo no anda bien y necesita cambiar, pero que ese cambio se va a producir en el futuro. Aceptar esto pone nuestro pensamiento en estado de espera. En cierto sentido nos hace ser observadores pasivos a la espera de que ocurra algo. Yo me he dado cuenta de que es de gran ayuda vivir la curación, es decir, tomar parte activa en el proceso. Desde el punto de vista de la curación cristiana, no se trata tanto de cambiar una situación material, como de vivir el proceso de renovación y regeneración espiritual. Para que ocurra esta curación se requiere un mayor crecimiento espiritual, de manera que es útil escuchar lo que se nos exige y luego vivir la demanda.

Durante los años en que he observado y leído acerca del proceso de curación espiritual, he notado que cuando el individuo cambia su perspectiva y se olvida del problema, la curación se produce muy rápido. Recuerdo una definición de la palabra "olvidar" con la que me encontré hace un tiempo donde decía que es "obtener otra cosa en su lugar". Y en este contexto, cuando una persona se propone vivir la demanda divina, se olvida del problema o lo reemplaza. Recuerdo haber leído muchos testimonios de curación cristiana, donde el testificante indicaba que se había concentrado de tal manera en la demanda espiritual que se había olvidado del problema, y que cuando recordó la situación, ésta había cambiado por completo. Ese es el efecto de vivir la curación: dejamos de preocuparnos por la apariencia material y nuestro pensamiento se centra en servir a Dios. Es como poner en tela de juicio la apariencia material y decir: "Yo no necesito pensar en esto", y luego continuar avanzando con nuestro desarrollo espiritual. Algunas personas puede que piensen que este enfoque es negarse a aceptar una situación. Todo lo contrario. Vivir la curación es ejercer nuestro derecho divino a dirigir nuestro pensamiento de la manera que es más productiva para nuestra vida.

Ciencia y Salud describe la Ciencia Cristiana como un sistema que incluye "reglas sagradas" que la gente puede aplicar a su experiencia personal para ayudarse a sí misma y a los demás, así como para sanar enfermedades y obtener mayor salud, felicidad y realización. Véanse como ejemplo, ibíd., págs. 146–147. En otras palabras, la Ciencia Cristiana da resultado porque se basa en principios que se pueden verificar y que son sustentados por el Principio divino. Tu concepto de vivir la curación es como uno de estos principios prácticos. ¿Qué otros, según tu experiencia, son importantes?

He descubierto que uno de los principios más importantes para tener éxito en la práctica de la curación, es tener bien claro cuáles son tus móviles; preguntarte: "¿Qué es lo que estoy tratando de hacer con esto?" Permíteme aclarar lo que quiero decir.

Mary Baker Eddy señaló que la Ciencia Cristiana es un término que se refiere específicamente a las leyes divinas del ser, lo que ella denomina Ciencia Divina o leyes de Dios, que se pueden aplicar para responder a las necesidades humanas. Y a partir de su descubrimiento, la práctica de estas leyes divinas ha respondido a la necesidad que la gente tiene de salud, empleo, compañía, provisión económica, logros académicos, prácticamente todo tipo de demanda de la experiencia humana.

Es interesante observar que la práctica de una curación exitosa ha sido relegada, de acuerdo con algunos teólogos, a lo que se llama "teología de éxito", o una teología que pone énfasis en adquirir cosas, en lugar de promover las metas teológicas más tradicionales de sentir arrepentimiento y obtener redención y regeneración. No obstante, cualquiera que haya practicado esta Ciencia divina les dirá que el enfoque no es obtener cosas. La gente con mucha naturalidad, recurre a Dios con más frecuencia cuando necesita algo. Lo que la práctica de la Ciencia Cristiana hace es ayudar a las personas a determinar qué es lo que realmente se necesita. Puede empezar siendo algo bastante material o físico, pero la verdadera necesidad humana es mucho más profunda que eso. Esa necesidad inevitablemente revela la exigencia de vivir más las cualidades divinas o espirituales, como son la sabiduría, el amor, la santidad, la pureza, la comprensión espiritual y el poder espiritual. Por eso digo que una de las primeras reglas de la práctica exitosa es tener bien claro cuáles son nuestros móviles. Mary Baker Eddy lo dijo de esta manera: "Si trabajáis y oráis con móviles sinceros, vuestro Padre os abrirá el camino". ibíd., pág. 326.

Otro principio o regla en la práctica de la Ciencia Cristiana que me ha resultado útil, es ser sincero. La sinceridad tiene algunas connotaciones interesantes. Puede significar ser virtuoso, abierto y honesto, así como tener integridad y ser digno de confianza. He visto que ser honrado en la curación es ser receptivo al cambio. La tendencia del pensamiento humano es justificarse a sí mismo a cada paso, para tener fundadas razones para aferrarse a algo como válido. La sinceridad en un contexto espiritual significa estar dispuesto a dejar de lado las tendencias humanas y adoptar nuestro ser espiritual real. Yo fui testigo de que un familiar sanó de ceguera cuando dejó de lado sus sentimientos de venganza y perdonó. Ahora bien, ella tenía buenas razones para sentirse así, pero esos sentimientos no promovían la curación. A medida que se esforzó por perdonar, adoptó algo mucho más significativo sobre su vida y su ser, la habilidad de ver a los demás como Dios los ve. Y al vivir su curación de esta manera, su vista le fue restaurada. Ella tenía que ser tan sincera y receptiva como para dejar de justificar sus emociones humanas, y ceder a los sentimientos del Alma. Uno no desea estar atrapado en la mentalidad del “sí, pero”, que trata de justificar lo que no es productivo. Debemos ser lo suficientemente receptivos y sinceros como para estimar al máximo nuestra integridad espiritual, nuestra unicidad con Dios.

"Empezar bien es terminar bien", escribió Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud. ibíd., pág. 262. Parece que de eso estamos hablando aquí. Cuando partimos de leyes sanadoras sólidas y funcionales, como las que tú describes, terminamos experimentando el bien que buscamos.

Así es. Y hay otra regla que es muy eficaz y concuerda con ese concepto. Hay que comenzar siempre con Dios. En la experiencia humana, por lo general, se empieza con el problema y luego se trata de resolverlo. Empezar con Dios requiere que razonemos desde un punto de vista diferente. Significa considerar la perspectiva espiritual: cómo lo ve Dios. Esto es muy diferente del mero razonamiento humano. Por ejemplo, en el ámbito de la economía, el razonamiento humano a menudo parte de la suposición de que los recursos son escasos y que es necesario dividirlos proporcionalmente. Cuando razonamos desde el punto de vista de Dios, lo que se denomina razonamiento a priori, encontramos que los recursos son infinitos, no finitos, porque uno está tratando con una Fuente infinita.

Entonces, ¿qué significa esto para la escena humana? Tomemos por ejemplo la experiencia de un hombre de negocios que conozco. Él tuvo que tomar decisiones económicas muy difíciles cuando las ganancias de su empresa de pronto cayeron precipitadamente. La tendencia humana era empezar a ver dónde cortar gastos para que estuvieran acorde con sus disminuidas ganancias. A medida que pensaba en la situación, se dio cuenta de que tratar de resolver el problema partiendo de la hipótesis de que los recursos eran limitados era argumentar en contra de los hechos divinos. Al abrazar la idea de que la Fuente infinita tenía recursos infinitos, comenzó a descubrir nuevas líneas de productos que nunca antes había considerado. Estas nuevas líneas expandieron su negocio en lugar de reducirlo, trajeron nuevas fuentes de entradas, y salvó su empresa, además de los empleos de los que trabajaban para él.

Comenzar con Dios no significa hacer una realidad del problema que después hay que tratar de resolver. Comenzar con Dios implica ver la naturaleza errónea del problema al sustituirlo por un claro sentido de las dimensiones divinas del pensamiento. Un corolario natural de comenzar con Dios es permanecer con Dios: No dejes que nada te aparte de tu posición simplemente porque la evidencia dice lo contrario. Cuando nos aferramos a la perspectiva espiritual y dejamos que sea la base de nuestro razonamiento, finalmente experimentamos la evidencia de esta perspectiva en nuestra vida, a menudo de maneras nuevas que antes estaban ocultas o no habíamos considerado. El pensamiento basado en Dios es un pensamiento expansivo, un pensamiento que ve más, no menos, de la creación.

Es necesario comenzar con Dios y permanecer con Dios.

Otra regla clave es dejar de lado el temor, ¿no es asi?

El temor es un elemento de prácticamente todos los problemas humanos. No siempre es el temor de un individuo, a veces es el temor colectivo, es decir, de la humanidad en lo que se refiere a las posibilidades que existen de sanar. Y cuando se trata de vencer el temor, Mary Baker Eddy no pudo haber sido más clara sobre la importancia de hacerlo: "Comenzad siempre vuestro tratamiento apaciguando el temor de los pacientes. En silencio aseguradles de su inmunidad de enfermedad y peligro. Observad el resultado de esa regla sencilla de la Ciencia Cristiana, y encontraréis que alivia los síntomas de toda enfermedad". ibíd., pág. 411.

Esa es una declaración muy audaz: apaciguar el temor "alivia los síntomas de toda enfermedad", no de la mayoría, no de algunas, sino de todas las enfermedades. ¿Por qué es así? Una manera de explicarlo es percibir que el temor argumenta en contra de la naturaleza misma de Dios como Amor. El temor argumenta que el Amor no está presente o no es suficiente para responder a la necesidad. La Sra. Eddy habló de la eficacia del Amor como agente sanador en varios de sus escritos. Ella afirmaba que el Amor divino nunca pierde un caso, y que si el sanador llega al paciente mediante el Amor divino, la curación es inmediata. El Amor divino es algo mucho más grande que lo que expresa un rostro feliz. El Amor divino manifiesta el sentido más claro de Dios y de Su relación con todos nosotros. El Amor divino le da todo—su ser mismo—a su creación y expresión. Debido a su constancia, el Amor divino es incondicional: el Amor divino no requiere que hagas algo para merecer ser amado. El Amor divino expresa amor y nos ama a ti y a mí y a todos porque esa es la naturaleza del Amor, amar, sin interrupción y sin condiciones. ¿Te imaginas qué agente sanador más poderoso sería éste para aquel que tiene miedo de que Dios no pueda o no quiera escuchar su clamor? Hay personas que luchan con lo que se consideran enfermedades incurables, a veces provocadas por sus propias acciones equivocadas, y yo he visto como muchas se han recuperado y sanado, tanto de la enfermedad como del pecado, al percibir el amor incondicional que Dios tiene por ellas.

Algunas personas piensan que Dios nos castiga por nuestros errores, especialmente los morales. ¿Qué piensas al respecto?

He escuchado más de un sermón en el que se decía que la gente que sufre merece dicho sufrimiento como castigo de Dios por sus pecados. Jesús enfrentó ese tipo de problema al sanar a un hombre que había nacido ciego. Cuando le hicieron la pregunta: "Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?" Jesús inmediatamente rechazó ese razonamiento y puso en evidencia el relevante hecho de que el hombre tiene el derecho de experimentar las "obras de Dios" en su vida. Juan 9:2, 3. Y Jesús lo sanó.

Si bien una cuestión moral puede que obstaculice el reconocimiento del amor que Dios tiene por nosotros, eso nunca afecta ese Amor. El modelo sanador de Jesús en lo que se refiere a cuestiones morales está dirigido a perdonar al individuo y destruir el pecado. Que yo sepa, él nunca dijo a nadie: "Has pecado y hasta que no te enmiendes, Dios no te va a sanar". Puede que haya hecho que el pecado se viera a sí mismo y fuese reprendido, pero siempre fue el "amor perfecto" de Dios, al que se refiere el Apóstol Juan, lo que destruía el temor de los individuos y producía renovación y regeneración. 1 Juan 4:18.

El hecho de que la Ciencia Cristiana sea un sistema basado en una regla o en un Principio, hace que sea una ciencia—la Ciencia con C mayúscula—en la que se puede confiar y demostrar. Esto hace que esta religión sea única entre las denominaciones cristianas y todas las otras religiones del mundo. ¿Tienes alguna otra idea sobre estas reglas que pueda ayudar a alguien a comprender mejor y a aplicar con eficacia esta Ciencia de la Vida?

En un pasaje de Ciencia y Salud, la Sra. Eddy hace una declaración digna de atención para el futuro sanador: "La regla y la perfección de su operación nunca varían en la Ciencia. Si no tenéis éxito en algún caso, es porque no habéis demostrado suficientemente la vida de Cristo, la Verdad, en vuestra propia vida—porque no habéis obedecido la regla y probado el Principio de la Ciencia divina". Ciencia y Salud, pág. 149. Según parece las reglas requieren algo más que simplemente obedecerlas, es necesario vivir su espíritu. Recuerdo la primera vez que sentí que había fracasado en un caso, y me encontré con este pasaje. Hasta ese momento, había tratado de razonar de varias maneras por qué no se había producido la curación. Pero tenía la respuesta frente a mis narices: "La curación no se ha producido porque no has demostrado la vida de Cristo, la Verdad, más en tu propia vida". Esto nos lleva de nuevo a esa regla sobre la sinceridad de la que hablé antes. No había necesidad de tener una justificación, ningún razonamiento que buscar, ni excusas que inventar. La respuesta era directa: Necesitas demostrar más la vida de Cristo, la Verdad, en tu propia experiencia.

Desde entonces he reflexionado muchas veces sobre ese pasaje. ¿Qué requiere la vida de Cristo? ¿Qué cambios puedo hacer en mi práctica diaris para hacer más evidente esta demanda? Para esto no hay una fórmula. Cada uno de nosotros tiene que hacerse esta pregunta una y otra vez. Sin embargo, hay un par de cosas que para mí se destacan. La vida de Jesús y su expresión del Cristo estaban basadas en su sentido de unicidad con Dios. Tal vez no haya una cuestión más grande en el cristianismo que el significado de la declaración de Jesús: “Yo y el Padre uno somos”. Juan 10:30. ¿Qué quiso decir Jesús? Creo que todo cristiano debe responder a esta pregunta a diario, si ha de vivir la vida de Cristo más plenamente. Para mí, la declaración sobre la unicidad de Jesús con su Padre significa que Dios expresa en cada uno de nosotros la naturaleza y el carácter divinos, los atributos divinos. Significa que nosotros no nos pertenecemos a nosotros mismos, por así decirlo. Le pertenecemos a Dios. Esta Vida divina que conocemos como Dios, expresa en o como nosotros, Su ser mismo. Desde una perspectiva espiritual, no hay cosa que podamos hacer o ser que no sea la propia evidencia de Dios expresándose a Sí Mismo. Otro aspecto de la vida de Jesús fue su determinación de que nos amáramos unos a otros sobre la base de un reconocimiento espiritual. En este sentido, amar al prójimo no era simplemente ser afectuoso, sino ver a esa persona como la semejanza de Dios, amar y defender la integridad espiritual o unicidad de los demás como expresión de Dios. Esta forma de amar está por encima de la creencia de que es necesario merecer o devolver amor; a un cristiano no se le exige esta forma de amar. Amar al prójimo como Jesús amaba significa ver la realidad espiritual del ser de nuestro prójimo, con frecuencia, a pesar de las apariencias. Este amor sana y es lo que “restablece el cristianismo primitivo”.

Amar al prójimo es ver a esa persona como la semejanza misma de Dios.

¿Cómo podemos aplicar las reglas de la oración de las que hemos estado hablando y cambiar el mundo?

Como mencioné antes, la oración es la dinámica absoluta del pensamiento porque se relaciona con la Ciencia o las leyes de las que hemos hablado, en acción. La percepción que comúnmente se tiene de la oración es que es un proceso de espera, esperar a que Dios—que con frecuencia se piensa que es un poco místico—baje y cambie nuestras circunstancias de una manera que se considera milagrosa. Mary Baker Eddy consideraba que la oración era un proceso dinámico: comprender la naturaleza de Dios y luego vivir esa naturaleza en nuestro pensamiento y acción. Ella señaló: “Tal oración es respondida en la proporción en que llevemos nuestros deseos a la práctica”. Ciencia y Salud, pág. 15. De modo que si queremos ver cambios a nivel mundial, tenemos que poner nuestras oraciones en acción como podamos. Tal vez sea de manera simple, o quizás más general. Es el proceso lo que cuenta. Dicho proceso, cuando se vive, cambia la consciencia.

Cuando doy conferencias sobre la oración y los cambios sociales, uso un ejemplo de la dinámica del pensamiento que tuvo lugar a fines de la Guerra Fría y la caída de la Cortina de Hierro. Cuando el pensamiento se unió a los principios más elevados de autonomía, libre determinación y conciencia—principios que a menudo son descritos como otorgados por nuestro Creador—la fuerza de este pensamiento anuló las consideraciones menores de diferencias sociales, antecedentes históricos, composición cultural y argumentos religiosos que a menudo separan a la gente. De esta manera la gente encontró la base de su unidad.

¿Qué nos permite llegar a un acuerdo basado en principios más elevados? Yo diría que esto ocurre cuando la oración lleva la delantera. La oración pone al descubierto la integridad espiritual que los individuos tienen en común y la mantiene bien alto en el pensamiento. La oración nos hace extender nuestro pensamiento, dejar de lado las consideraciones de menor valía (por más importantes que pensemos que sean) y reconocer el concepto más amplio que es la esencia de la cuestión. Cuando analizamos algunos debates en la sociedad actual, que se consideran parte de la llamada guerra cultural (temas como el aborto, la investigación de células madre, la política de inmigración, la lucha contra el terrorismo), no damos cuenta de que no se encuentran soluciones satisfactorias mediante el mero razonamiento humano que con tanta frecuencia caracteriza los debates. Pero cuando se trae a la consciencia humana esta dinámica diferente impulsada por la oración de la que hablo, el pensamiento se mueve a un nivel más elevado, a un nivel más espiritual, a un nivel que nos permite encontrar soluciones y tomar resoluciones.

Cuando empezamos a pensar en temas clave—qué constituye realmente la vida, dónde reside el verdadero derecho, cómo se mantiene la seguridad y la estabilidad—recurrimos natural e inevitablemente a una fuente más elevada, a Dios, el Principio divino. A partir de allí vemos que, como expresión del Principio, podemos encontrar formas prácticas basadas en ese Principio para responder a los desafíos que enfrenta la humanidad.

Me gusta esta frase de Mary Baker Eddy: "La Ciencia revela las gloriosas posibilidades del hombre inmortal, jamás limitado por los sentidos mortales". ibíd., pág. 288. Esa es nuestra labor como pensadores espirituales, encontrar y luego vivir las infinitas posibilidades del ser.

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